Por Cesar Pucheta
Recién en el último disco de Los Piojos, hubo una canción que le cantó directamente a El Palomar. Paradójicamente, el disco más global de la banda nacida a finales de los ochenta incluyó una canción cuyo título anclaba territorialmente al grupo en la tierra que los vio nacer. “Civilización” salió editado en agosto del 2007. Como habían hecho Los Beatniks, la pionera formación de Moris y Pajarito Zagurí a mediados de los sesenta, pero con una despliegue técnico y marketinero mucho más contundente, la formación liderada por Andrés Ciro Martínez, presentó ese noveno disco arriba de un camión al que se subieron en la porteñisima esquina de Corrientes y Callao, frente a la disquería Zivals, bajó por Corrientes para terminar el recorrido y el show en el Obelisco.
El disco se banda que en ese momento completaban Miguel Ángel ‘Micky’ Rodríguez, Daniel ‘Piti’ Fernández, Gustavo ‘Tavo’ Kupinski, Sebastián ‘Roger’ Cardero se presentó días después en el Polidepertivo de Mar del Plata. Ese iba a ser el anticipo de una extensa gira que los llevó por todo el país y los llevó a brindar conciertos a Alemania, España e Italia.
En ese último álbum en estudio también grabaron Facundo Farías Gómez y Miguel de Ípola. Era un disco marcado por la multiculturalidad que Los Piojos siempre habían anclado en el universo rioplatense a lo largo de veinte años y se había extendido hacia ritmos afroamericanos y la natural seducción que el reggae generaba en esa generación de músicos argentinos. En “Civilización”, los límites se expandieron, pero con un faro que había irrumpido en la Argentina a mediados de los noventa y que llegaba desde Europa con aires de rebelión latinoamericanista. La canción que da nombre al disco, de hecho, tiene una referencia directa a Manu Chao, el cantautor parisino que llegó al país por primera vez como líder de Mano Negra, fue un músico de culto, copó los horarios de alta rotación en las radios y volvió a sumergirse en el universo de la melomanía. Al igual que Los Piojos, también le escribió una canción a Maradona. Con los Piojos, en 2007, la cantó en el Luna Park.
Sin embargo, en un cancionero que está marcado por gritos de referencias globales, el disco cierra con el tema “Buenos días, Palomar”. El que a la postre se convirtió en la última canción original publicada por Los Piojos es una oda al barrio que da forma a la personalidad, de la banda y de sus partes. “Y si te digo que no sé/ si te digo que me voy/ Si te digo que me quedo/ porque amo tu color”, dice el tema en que se recorren imágenes en la que se conjugan la descripción con aires de la melancolía tanguera con la instantánea que se mira desde el cristal de alguien que vuelve y observa lo novedoso y lo permanente de un lugar que conoce al dedillo. Para coronar lo que con el tiempo tiene aroma a despedida anticipada, el tema cierra con una estrofa de “Chactuchac”, el tema que le da nombre al primer disco de la banda.
“Chactuchac” hace referencia al sonido del andar del tren sobre las vías, un manifiesto identitario que abre un juego en el que las historias empiezan a sumarse construyendo un relato en torno a una manera de ver y comprender el mundo. Una mirada conurbana, que también empieza a construirse como un sello epocal que, incluso, trasciende el propio territorio y empieza a interpelar a toda una generación.
Los Piojos habían comenzado a nacer en el Colegio Bernardino Rivadavia de El Palomar. Los ochenta empezaban a despedirse cuando ‘Micky” Rodríguez, Daniel Buira, ‘Pity’ Fernández, Juan Villagra Diego Chávez y Rosana Obeaga se juntaron para empezar a tocar covers de los Rolling Stones y algunas primeras composiciones propias. Cuenta la historia que el nombre del grupo surgió como una adpatación del tema “Los piojos del submundo”, en ese entonces una canción de Fabiana Cantilo y los Perros Calientes. Luego llegaron Pablo Guerra, guitarrista que luego partió a Los Caballeros de la Quema, y Andrés Ciro Martínez, que originalmente fue convocado para tocar el bajo.
La formación definitiva ensayó durante años repartiéndose por Caseros, El Palomar y Villa Luro. Ciro debutó al micrófono por primera vez en una concierto que la banda brindó en la Plaza del Avión en Ciudad Jardín, en el partido de Tres de Febrero, exactamente al lado de El Palomar. Y a comienzos de los noventa empezaron a girar por el conurbano, llegaron con sus primero shows a la Ciudad de Buenos Aires, concentraron una importante actividad en la costa, puntualmente en Villa Gesell, y hasta llegaron a tocar en un festival en Francia, un viaje que pagaron de sus propios bolsillos flacos de adolescentes bonaerenses de la post hiperinflación.
En 1992 se metieron al estudio Del Cielito Records y registraron su primer disco. Con más de cinco años de canciones acumuladas grabaron en ese material algunos de sus éxitos más renombrados. Algunos con un fuerte anclaje social y político como “Los mocosos” o “Cruel”, y otros con un perfil de balada romántica que les permitió trascender el submundo del under y empezar a sonar más allá del universo con el que tradicionalmente se reconocían al público rockero. “A veces” y “Tan solo”, las más conocidas. Casi como una declaración de principio estético, la banda también sorprendía con una versión eléctrica del tango “Yira yira”, una pieza que se mantuvo en su repertorio a lo largo de casi dos décadas de actividad ininterrumpida.
En 1994 grabaron “Ay ay ay” y definitivamente lograron imponerse como uno de los grupos con mayor proyección del país. En ese disco continuaba con esa línea ética y estética que quedaba expuesta en canciones como “Angelito”, o “Pistolas”, que Ciro iba a reinventar más de una década y media más tarde de la mano de Wos, por un lado. Y “Muy despacito” y “Ando ganas”, por otro. El primer corte del disco fue “Babilonia”, un tema inspirado en un bar porteño en el que la banda hizo algunas de sus primeras armas en la ciudad y que entre 1989 y 1991 se ubicó en la calle Guardia Vieja, entre Gallo y Agüero.
La consagración definitiva vino con “Tercer Arco”, el disco de 1996 que ofreció un compilado de hits con los que Los Piojos se convirtieron en una banda taquillera, de estadio, sin techo a la vista. Con una profundización en los ritmos afroamericanos y una presencia percusiva casi única en la media de las bandas nacionales más importante del momento aparecieron temas como “Verano del 92”, “El Farolito”, “Taxi boy” y “Maradó” la canción dedicada a Diego Armando Maradona que se convirtió en un himno popular que abrió la puerta a las canciones de estadio, que empezaron a sumarse año tras año. Disco a disco.
Ese sonido que se convirtió en una marca registrada fue bautizado por el propio cantante de la banda como “rockandombe” en la canción “Esquina libertad”, el tema de geografía conurbana que abre “Tercer Arco”. Se trata de la intersección de la Avenida Libertad y Palazzo, en Ciudad Jardín, donde los integrantes de la banda se reunieron durante años a ensayar y componer. “Esquina Libertad, envido y truco del tiempo/ a usted le toca jugar, no haga parda y corte el viento/ Dije tu luna para mi tres, sangre en la copa y adentro/ un rocandombe tenés, Palazzo romelamento/ Nueva revolución, nueva sangre, nueva mente/ lo que se pierde, ya se perdió y no me seques la frente.”
Otra canción, otro pedazo de historia, otra foto conurbana.