Por María Fernanda Ruiz
Una noche fría de los tiempos de la cuarentena absoluta, estaba terminando una jornada de trabajo junto a Evo Morales, en su casa del exilio en Buenos Aires. Formaba parte del equipo de apoyo internacional en comunicación que colaboró con lo que por entonces parecía imposible: el retorno del MAS al gobierno en Bolivia.
Hermana Fernanda, mire lo que ha pasado: este sobre debe llegar el miércoles próximo a un juzgado de La Paz, contiene un documento que está firmado por mí. Los hermanos que lo iban a llevar no han podido hacerlo por las restricciones y me lo trajeron de vuelta. Ya intentamos todas las maneras y no hay cómo hacer...
Quedaban cinco días hábiles.
Lo miré fijo a los ojos, pensando vertiginosamente. Él no tenía opciones y yo no sabía cuáles serían las mías, pero sentí que algo se me iba a ocurrir. Tomé el sobre y nos saludamos con bromas, como siempre.
Subí al auto con el sobre en la mano. Empezaba a tomar conciencia del nivel de la responsabilidad que había asumido.
Pensé, pensé… Lo llamé a Ramiro Rearte, mi amigo tucumano, él estaba más cerca de Bolivia que yo.
--Mandámelo que lo llevo en la camioneta hasta La Quiaca y que alguien lo vaya a buscar del otro lado.
--No llegaríamos, son muchas horas de viaje y tenés que cruzar dos provincias.
--Ya sé: llamalo al Negro Medina, de Tilcara. Es como un hermano y compañero. Yo ya le aviso, él lo va a llevar.
Sin conocerme, la respuesta del Negro fue simple y breve: "Mandame nomás. Yo lo llevo".
Así hicimos.
Llegó el sobre a Tilcara y teníamos un plan: el Negro lo llevaría hasta La Quiaca el día que su número de documento le permitía circular por las rutas de la provincia de Jujuy. Iría junto a su cuñada, que necesitaba comprar mercadería y tenía permiso de circulación.
Del otro lado, en Villazón, esperaría Álvaro Ruiz, quien había viajado desde La Paz para completar la misión.
Fueron.
Ese mediodía me llamó el Negro desde la frontera.
--Fer, lo estoy viendo al Álvaro del otro lado, pero no nos dejan cruzar a ninguno de los dos. Gestionamos un permiso, pero en caso de resultar sería recién para mañana. Estamos volviendo.
Estaba triste el Negro, pero experto en volver a levantarse, me prometió que al día siguiente lo lograríamos. Era el último día que teníamos antes de que venciera el plazo.
Al día siguiente me llamó desde La Quiaca, eufórico:
--¡Lo logramos Fer! ¡¡Lo logramos!!
Lloraba el Negro, y yo en espejo.
--¡No sabés lo que pasó! Esta mañana íbamos a salir con mi cuñada y me di cuenta de que no tenía nafta suficiente. Tampoco tenía plata. Me entró la desesperación, está todo tan difícil... Pero nos salvó mi suegra, Titina, que tenía un ahorrito y me dijo: “Para Evo, todo". Y así pudimos salir. ¡Misión cumplida Fer!
En otro audio se escuchaba a Titina y su esposo Horacio: ¡Qué felicidad! ¡Viva Evo! ¡Lo logramos! ¡Evo! ¡Evo!
Le hice escuchar el audio a Evo y él les grabó un video de agradecimiento. Tremendo revuelo en Tilcara con el video, nos invitaban a comer un asado allá, en cuanto se pudiera.
Séptima de diez hermanos, Titina es hija de padre potosino y madre jujeña. Él había llegado caminando desde Bolivia como tantos compatriotas, buscando trabajo, con la idea de ir a Salta, pero en el camino se enamoró, se instaló en Jujuy y formó su familia.
Titina siempre soñó tener la doble nacionalidad, pero un incendio en Potosí hizo que se perdiera el registro del nacimiento de su padre, y por eso nunca logró hacerla.
Titina y su compañero Horacio saben de luchas. Él es militante peronista, sobreviviente de la dictadura, estuvo secuestrado durante meses en 1976. En esos meses Titina perdió un embarazo. Después vinieron Malka (la compañera del Negro), Amancay, Anahí, la democracia y Horacio fue diputado provincial por el PJ.
Cuántas historias nos unían. Qué ganas de llorar y reír, y comernos ese asado con Evo y toda la familia del Negro. Y dedicárselo a Néstor y a Cristina. Algún día...
Agosto
La dictadura de Añez postergaba por tercera vez las elecciones en Bolivia. Todo parecía una pesadilla sin tiempo, sin final. Una tarde lo vi mal a Evo, con una tristeza y una preocupación indisimulables. Me desconcertó verlo así. Se me ocurrió prometerle un sueño:
--Mirá Evo, todo esto va a pasar, y vas a volver a Bolivia. Hagámoslo por tierra, así pasamos a abrazar a Milagro y después al Negro Medina y a Titina, a toda la familia de Tilcara que nos ayudó.
--Haremos--, respondió.
Noviembre
Habían pasado veinte días del triunfo electoral del MAS en Bolivia, con el 55% de los votos. Evo preparaba lo que sería su histórica "caravana del regreso a la Patria", que recorrería más de 1100 kilómetros en suelo boliviano hasta llegar al aeropuerto de Chimoré un año exacto después de partir desde allí al exilio.
--¡Hermana Fernanda! El avión que nos lleva a Jujuy no va a La Quiaca, sino a San Salvador de Jujuy. Así que hagamos lo que dijimos.
Así organizamos. Pero ese domingo los tiempos se demoraron. Visitamos a Milagro como nos habíamos prometido, pero no quedaba tiempo para parar en Tilcara. El presidente Alberto Fernández, que tanto había hecho por Evo, lo esperaba en La Quiaca para cenar juntos y cruzar la frontera al día siguiente.
Desde la ruta llamé al Negro:
--Negrito, no vamos a poder parar en Tilcara, se hizo muy tarde.
--No te preocupes Fer, estamos con todo el pueblo en la ruta para verlo pasar.
--¿Está Titina?
--Si, claro, estamos todos.
Yo lloraba en la camioneta que iba detrás de la de Evo, junto con todo el equipo con el que estábamos grabando un documental sobre su regreso.
De pronto, en el medio de la noche cerrada entre los cerros, paramos en una estación de servicio. Evo tenía sed y nadie tenía agua.
La estación de servicio en la ruta era la de Tilcara, y como a lo largo de todo el camino había mucha gente allí reunida para ver pasar a Evo, con wiphalas, sikus, bombos; pronto rodearon la camioneta.
Cuando me di cuenta de que estábamos en Tilcara me tiré de la camioneta al grito de: ¡Negro Medina!
Un señor me indicó quién era. Claro, yo “no lo conocía”.
Tras el abrazo reaccioné: --Traela a Titina para que lo salude a Evo.
Nos abrimos paso entre la multitud y Titina, con sus 78 años, subió a la camioneta, tomó la cara de Evo entre las manos, lo bendijo, le contó de su amor por Bolivia y por él.
Evo le agradeció emocionado y la invitó a su casa.
“Gracias”, me dijo llorando al bajar. Lo mismo dijo toda la familia. Me agradecían a mí. No aceptaron la plata de la nafta aquella. Me comprometieron a volver por el asado prometido.
Cuando cruzamos a Bolivia vi a Evo radiante y entendí que el rostro que yo le conocía era el del exilio, pero también supe que estos amores irán para siempre con él. Y una vez más me sentí orgullosa de ser argentina.
La derecha nos da golpes de Estado, nos persigue, nos desaparece, nos mata, se apropia de nuestros hijos e hijas. Y sin embargo nosotros y nosotras seguimos haciendo el amor, y llevándolo como bandera a la victoria.