Por Victorio Paulon Alejandro Ulloa
El 29 de enero se cumple un siglo del estallido de la huelga de La Forestal en el lejano norte santafesino. Una reacción obrera a la explotación extrema a que eran sometidos los trabajadores de la empresa inglesa dedicada a la explotación del quebracho colorado. La huelga venía precedida de conflictos parciales desarrollados por los sindicatos de la FORA que exigían mejores salarios y condiciones de trabajo más humanas, empezando por las ocho horas de trabajo. A instancias del gobierno radical de Hipólito Irigoyen se había firmado un convenio colectivo que respondía a estos reclamos invariablemente incumplidos por la compañía.
La compañía inglesa de tierras, maderas y ferrocarriles, llegó con el siglo XX a Santa Fe. Monopolizó la producción y la distribución nacional e internacional del quebracho y puso fin a los intentos de convertir el norte boscoso en colonia agrícola. La Forestal fue un núcleo productivo integrado donde todo era de ellos: ferrocarriles, puertos, y hasta el mercado paralelo de la provista, ya que pagaban a sus trabajadores con vales en forma de “pagarés” que debían canjear en los almacenes de la misma empresa.
Legisladores denunciaban reiteradamente que La Forestal estafaba al fisco, defraudaba al Estado y reducía aborígenes y criollos a la esclavitud. La situación social era ocasionada por la miseria extrema, la mala calidad de la vivienda, las precarias condiciones de salud e higiene y la escasa alimentación. Las huelgas de La Forestal fueron conflictos olvidados (afortunadamente rescatados por el cine setentista y la película Quebracho); siempre medio perdidas entre las huelgas de la Patagónia Rebelde y la de los talleres Vasena que originaron la Semana Trágica porteña.
El trabajo de las mujeres es el gran ausente de la memoria colectiva como lo señalan varios autores. Empleadas domésticas, costureras, hacheras, telefonistas, empleadas de almacenes de ramos generales, enfermeras, y maestras, y hasta prostitutas se desempeñaban en los pueblos del quebracho. En el imaginario el universo productivo de La Forestal es “macho”. A ellas, arte y parte, su reconocimiento.
La Forestal había adquirido a precio vil 2 millones de hectáreas de en el norte de Santa Fe, parte de Santiago del Estero y del Territorio Nacional del Chaco. Llevaba construidos 400 kilómetros de ferrocarriles y conectados distintos pueblos incluidos en el área de explotación como Villa Ana, Villa Guillermina, Florencia, donde armó las distintas fábricas que industrializaban los rollizos de quebracho. Llegó a tener moneda propia, policía uniformada (los famosos cardenales como se conocía a la gendarmería volante) y un ejército de patotas civiles organizados por la Liga Patriótica, especializada en perseguir sindicalistas y activistas y que terminó concretando en el año 1921 una masacre donde asesinaron entre 500 y 600 trabajadores.
Comercio cautivo: los vales moneda propia y pagarés eran parte del negocio.
El incumplimiento de los acuerdos previos desató aquel 29 de enero de 1921 la declaración de la huelga general con ocupación de los lugares de trabajo y desató la represión que se convirtió en una verdadera cacería dado que los huelguistas se lanzaron hacia el monte para resistir, muchos de ellos acompañados de sus familias. Ahí los fueron a buscar los “Cardenales” y la Liga Patriótica. Medio siglo después repetirían la historia en el taco de la bota santafesina, contra los metalúrgicos de Villa Constitución. Entonces se llamaron los “Pumas” y Triple A. Recorrer la historia desde la memoria sirve para entender cómo funciona la política y cómo juegan los intereses de clase. Ignorar esta perspectiva nos llena de asombro frente a los discursos irracionales de la derecha extrema, el comportamiento de los dirigentes nos parece increíble y vemos como novedoso lo más repetido de la historia.
El Lisandro de La Torre fue Juan Perón
La toma del frigorífico Lisandro de La Torre, constituyó un hito en la lucha del movimiento obrero contra las políticas de privatización y ajuste, e inauguró además una etapa de choque de clases entre trabajadores y patrones, encabezados por el peronismo proscripto, contra el presidente Arturo Frondizi y sus sucesores
El establecimiento producía un millón y medio de kilos de carne por día, además de cortes de ovejas, cabras y cerdos. En 1925 Marcelo T. de Alvear lo había creado para regular el mercado de carnes dominado por británicos y estadounidenses, que ganaron su control la década siguiente. Juan Perón había nacionalizado el matadero en su primer gobierno y lo pasó a la Municipalidad porteña.
El frigorífico permitía al Estado fijar precios internos y acumular divisas provenientes de las cuotas de exportación. En 1959 Arturo Frondizi acordó con el FMI su privatización, que terminó en manos de la Corporación Argentina de Productores de Carne, una entidad vinculada a terratenientes y empresas multinacionales.
Frondizi había ganado las elecciones de 1958 por un acuerdo con Perón --exilado y proscripto-- por el cual se comprometía a legalizar los sindicatos y otorgar un aumento salarial del 60 por ciento. Su gobierno propició recortes en la administración estatal, congelamiento de salarios, reducción de obras públicas y un prolijo cronograma de pagos con los organismos internacionales de crédito.
El 14 enero de 1959, el Congreso aprobó la privatización del frigorífico, lo que desató la reacción de sus 9.000 empleados.
El Sindicato de la Carne, con Sebastián Borro al frente, movilizó a los trabajadores, quienes en asamblea decidieron la toma del establecimiento y se declararon en huelga. La medida concitó el apoyo de los vecinos de los barrios de Mataderos, Lugano, Villa Luro y Floresta, que en solidaridad con la huelga se congregaron en la entrada del frigorífico. En la madrugada del 17, el gobierno envió 1.500 efectivos de la Federal, Gendarmería y Ejército, que desalojaron violentamente a obreros y vecinos, con el apoyo de tanques que derribaron la entrada. Según cuenta en “La clase obrera peronista” Roberto Baschetti, “Busquet Serra, presidente de la CAP, de la oligarquía terrateniente, le hizo saber a Borro y demás gremialistas que disponía de 25 millones de pesos para “negociar”: lo mandaron al carajo.” Honor a una generación de militantes sin dobleces.
Los principales dirigentes de la toma fueron presos y fueron echados 5.000 trabajadores. Un día después, la CGT del dirigente metalúrgico Augusto Timoteo Vandor convoca a una huelga general por tiempo indeterminado que tuvo una alta adhesión, pero que fue levantada el 20 de enero.
Berisso, Ensenada, Avellaneda y Dock Sud, localidades en las cuales se concentraban los establecimientos más importantes de la industria de la carne, fueron ocupadas por efectivos militarizados para reprimir las protestas. La agitación se extendió en fábricas de Capital, Gran Buenos Aires y Rosario; los paros siguieron hasta el 24 de enero.
El historiador Ernesto Salas señaló que “fue una huelga de fábrica que terminó insurreccionando el barrio de Mataderos, y en un momento preciso de la Resistencia Peronista, no en cualquier momento, por eso es recordada esa huelga aunque hubo muchas huelgas que no son tan recordadas”. La toma del frigorífico “significó un quiebre, un clivaje, entre lo que sería la etapa de la insurrección y la etapa de la guerrilla, porque se probó en esos días que la insurrección no funcionaba, porque hubo huelga general, atentados, distintos tipos de acciones violentas que no voltearon sino que por el contrario consolidaron al gobierno de Frondizi porque los dirigentes sindicales sintieron que era mejor que los militares”, explicó Salas.
La toma del Lisandro de la Torre (antes “Juan Perón”) fue una derrota para los trabajadores, porque no pudieron frenar la privatización, pero la medida de fuerza marcó el inicio de un período de alta conflictividad sindical. A lo largo de 1959 se perdieron dos millones de jornadas laborales como consecuencia de las acciones directas de los gremios, y al año siguiente, el gobierno puso en marcha el Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado) por el cual miles de trabajadores resultaron movilizados y militarizados.
En 1962 hubo elecciones legislativas y para gobernadores; el peronismo ganó en Buenos Aires y otras nueve provincias, pero Frondizi anuló esos comicios presionado por las tres armas. El 29 de marzo, el Presidente fue derrocado y colocaron en su puesto a José María Guido, que volvió a la proscripción y represión al peronismo dictadas siete años antes por el dictador Pedro Eugenio Aramburu. Guido era presidente de la Corte Suprema…
Contra ello, y en apoyo del conflicto, los comandantes de la difusa “Resistencia Peronista” hicieron estallar cientos de “caños” y sembraron de “miguelitos” las calles en Buenos Aires y otros puntos del país. La táctica de combate fue desautorizada por la contundente entrada en escena del movimiento obrero organizado. En enero de 1963 se realizó el Congreso Normalizador de la CGT, en el que se eligió la nueva conducción con dirigentes de las 62 y de los Independientes en partes iguales y se decide la realización de un plan de lucha. Buscaban reivindicaciones, económicas, sociales y políticas, todo un programa de gobierno. En su segunda etapa, el Plan de Lucha de 1964 iniciado en fábricas textiles y metalúrgicas movilizó millones de trabajadores en la ocupación de 11.000 establecimientos.