Por María Fernanda Rivas
Infidelidades destructivas, rechazo, abandono, violencia física o psicológica, desprecio hacia la familia política son las agresiones más frecuentes.
La pandemia de Covid- 19 y el aislamiento parecen estar ocasionando profundas conmociones en los vínculos. Una de las manifestaciones más alarmantes es la violencia. Resulta preocupante el incremento de femicidios, que se sigue anunciando como “la otra pandemia”. Algunos de ellos han ocurrido durante la convivencia. Otros, en parejas que se encontraban separadas. Varias instituciones han puesto en marcha protocolos de emergencia. En este contexto se plantea la necesidad de proteger y asistir a quienes resultan más vulnerables así como también la de construir estrategias de abordaje y prevención para estas problemáticas, que son sumamente complejas.
La violencia en la pareja nos hace pensar en la idea de que los vínculos pueden enfermarse. Para quienes trabajamos en la clínica vincular esta perspectiva nos aleja del campo de la patología individual y nos lleva al de la intersubjetividad.
Nos preguntamos con frecuencia: si cada uno formó parte de la constelación afectiva del otro a partir de una elección, y además, si los dos permanecieron en el vínculo ¿Cómo han pasado del amor al odio?
Cuando en la relación se ha reconocido al otro como persona “total”, fuente tanto de experiencias buenas como malas, sin que el odio haya anulado al amor durante las peleas o discusiones, si se han producido agresiones pero también reparaciones -arrepentirse, sentir culpa, pedir perdón, ponerse en el lugar del otro, etc.- esto permitirá, en el futuro, almacenar recuerdos gratificantes, equilibrándose, de esta manera, la propia autoestima, a pesar de las peleas o discusiones.
En cambio, cuando ha existido una acumulación de experiencias frustrantes en las que se siente que el odio y la hostilidad han predominado en la relación a través de ataques muy violentos, el afecto que se experimenta es la preocupación por el estado de humillación en el que quedó el propio “yo” y las injurias que se siente haber padecido.
Infidelidades destructivas, rechazo, abandono, violencia física o psicológica, desprecio hacia la familia política, etc. son las agresiones más frecuentes y de las que resulta más difícil reponerse.
Son procesos en los cuales quien era familiar puede convertirse en extraño y peligroso y que nos muestran cuán enloquecedoras pueden resultar estas “mutaciones”.
En momentos como éstos se puede desconocer a aquel con quien se convivió durante años y, por momentos, dejar de ser uno mismo. Son frecuentes frases como: “No sé con quién me casé”, “Se convirtió en un monstruo”, “Él/ella saca lo peor de mí”, etc.
Estas sensaciones de enajenación pueden trasladarse a los hijos, generándose hacia ellos actitudes de rechazo y violencia. El terreno predisponente para estas actuaciones se abona cuando se producen disfunciones que hacen que los miembros de la familia dejen de reconocerse mutuamente. Se trata de fallas en los mecanismos de “identificación”, en el sentido de dejar de identificar al otro como familiar.
Esto suele coincidir con un proceso de depositación de todo lo malo en el otro. Por lo general, se habla o se “actúa” en respuesta a ataques que sucedieron en el pasado, pero que se actualizan en el momento de la pelea y se superponen a la realidad actual como si fueran alucinaciones. Son formas de defenderse tan violentas que se piensa que el otro utilizará las mismas –o peores- “armas” y que generan una escalada o “bola de nieve” que a veces es imposible de detener. Debemos tener presente que, paradójicamente, el odio es el afecto que produce ligaduras más duraderas entre los seres humanos y- por lo tanto- más difíciles de resolver.
Además de las medidas de resguardo que puedan tomarse en estos casos, resulta fundamental trabajar en el ámbito de la prevención. Desde el punto de vista psicológico serán de muchísima utilidad los dispositivos que permitan, a todos los involucrados, comprender por qué se encuentran presos del “ciclo de la violencia”, por qué se repite y cuáles son sus desencadenantes. Un momento como el actual -en el que la vida se encuentra amenazada por un agente externo- se plantea como la oportunidad de reparar los lazos familiares, de ensayar treguas, de establecer acuerdos y de poder cuidar al otro y a sí mismo de los aspectos destructivos que puedan exacerbarse en situaciones stressantes.
(*) Lic. en Psicología. Psicoanalista. Integrante del Depto. de Pareja y Familia de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Autora del libro: “La familia y la ley. Conflictos-transformaciones”.