Por Telma Luzzani
Tardo en escribir estos recuerdos como si acaso ésa fuera la forma de retrasar algo. Pero no… se nos fue María.
Si busco una figura para recordarla, elijo la de la amante apasionada de la Patria. María estaba permanentemente pensando en Argentina, atando la historia y el futuro, cavilando las razones y las pasiones por las que siempre estamos como Nación –salvo breves y gloriosas excepciones- ante una inquietante catástrofe, siempre en un tiempo suspendido entre la esperanza salvadora del último minuto o la debacle.
Como su pulsión era esencialmente creativa, su pensamiento desbordaba de ideas y potencialidades. Entonces, de inmediato, convertía borbotones de alternativas en un título, luego en una consigna, más tarde en una metáfora y, finalmente, en acciones. Sin pedir permiso, ni entender de límites, María tenía el talento y la virtud de transmutar las ideas en hechos bien concretos.
Supo transitar la noche y la niebla. Su exilio en Brasil, Italia, Nicaragua y México talló su biografía. Eterna tejedora de vínculos, en su casa había, cada sábado, memorables encuentros donde juntaba artistas y militantes, científicos y sindicalistas, periodistas y luchadores de todos los campos. Gran anfitriona y narradora, siempre surgía, en aquellas reuniones, alguna anécdota del exilio o de su regreso.
Nos deja sus libros extraordinarios, cada uno un hito para entender nuestro perturbador destino desde la dictadura cívico-militar de 1976 en adelante. El primero fue “La noche de los lápices” (en coautoría con Héctor Ruiz Núñez) sobre la masacre de adolescentes que pedían por el boleto estudiantil en La Plata. Luego vinieron “Todo o nada” (sobre la vida del jefe guerrillero Mario Roberto Santucho, del Ejército Revolucionario del Pueblo) y la extraordinaria biografía del ex ministro de Economía de Perón, “El burgués maldito, José Ber Gelbard, el último líder del capitalismo nacional”, en otros.
Trabajé con ella en el suplemento Zona del diario Clarín, en Radio Nacional y en el Centro Cultural Caras y Caretas. Conocí su generosidad y su lucha incansable por las causas populares. Tuve la suerte de ser su amiga y de discutir día a día sobre la fortuna y los peligros de nuestra Patria. Amé su rebeldía y su eterna energía. Murió convencida del que el pueblo argentino va a triunfar. “Nos tienen miedo” fue la última frase que me dijo en alusión a las marchas populares de los últimos días y a la represión que ya ha desatado el autoritarismo del gobierno actual. Nos deja un gran vacío.
Hoy te despido, María, como sé que te hubiera gustado: “¡Hasta la victoria siempre, querida compañera!”.