Por LUCAS SHAERER
Tras el fallido magnicidio Cristina Fernández inicia una nueva etapa. Ahora desde la fe para discernir la política. De allí que su primer acto fue invadido del Espíritu Santo y el método sinodal que incluye la escucha, a las mujeres y laicos.
“Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón. Al ungir somos re-ungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo”.
La cita fue dada por el Papa Francisco en su homilía en la Misa Crismal celebrada en la Basílica de San Pedro, abril de 2019, con la bendición de los Santos óleos.
Cristina no es cualquier nombre. Tiene origen griego y significa ungida. O sea, discípula de Cristo que está marcada con el óleo Santo.
Elisabeth, en su significado bíblico quiere decir promesa divina, el segundo nombre de la vicepresidenta. Signada la líder política argentina porque la primer Elisabeth es la madre de Juan Bautista, el primo de Jesús, quien lo anticipa, lo profetisa, y en el desierto lo bautiza.
Fernández de Kirchner no puede escapar a la pregunta que viene al comprender que está viva por milagro.
Dios y la Virgen la salvaron de la muerte, como ella misma reconoció hace pocos días en su primer acto público tras el fallido magnicidio y fue el título en todos los medios de comunicación.
Entonces es salvada por una razón. Que no es otra más que la misión.
Hacia dónde va Cristina es una etapa inédita en su vida como líder política que ya está impactando a la Argentina y a los líderes de la región.
Desde ahora primero la fe, el Evangelio, para discernir la realidad, la política.
“Mística”, la empiezan a etiquetar para denigrarla. Los opositores son los primeros en darse cuenta y braman contra su creencia como vienen atacando la misa de la paz y la fraternidad en la Basílica de Luján.
Gracias a Dios y la Virgen la vicepresidenta comprende que inició una nueva etapa en su vida. El acto que preparó rodeada de monjas y curas de las villas, en el Senado, para su reaparición pública lo evidencia.
Cristina está a medio año de cumplir 70. No es ya el destino de la presidencia, a la que alcanzó en dos oportunidades, siendo la primera mujer reelegida del continente, y la segunda más votada de la Argentina, tras Juan Domingo Perón. La líder del vasto campo nacional y popular es una operadora de la paz, que trasciende al militar la unidad nacional y regional, de allí que llamó al diálogo inclusive con aquellos que no piensan como ella, por ejemplo, citó al economista liberal Carlos Melconian para dar resolver la espiral imparable de la suba de precios, más conocida por inflación.
Su reacción no es un arrebato. Es parte de un proceso. Hace tiempo que la fe es su resguardo. El Rosario que le regaló el Papa Francisco y lleva colgado lo demuestra. Sus delicadas intervenciones quirúrgicas (a fines de 2011 le descubren un cáncer de tiroides y en octubre del 2013 la operación en la cabeza) estuvieron acompañadas por los rezos de ella, su familia y del pueblo fiel de Dios que la vota y la quiere, que la siente como una madre protectora.
Tras la muerte inevitable de un caño de pistola en su cara regresó a la vida pública conmovida. Con alegría de haber renacido y la emoción de la protección divina.
En el Senado Nacional, el jueves 15, por la tarde, rodeada de una treintena de monjas y los curas de las villas, tenía la voz quebrada, se notaba que ataba su emoción para no llegar al llanto. Tampoco puede hablar de atentado o magnicidio. No puede dar esas definiciones. Es shokeante para ella.
Su reaparición fue primero escuchar. La cultura de la escucha que tanto predica Francisco y casi ningún dirigente, sea político, gremial o religioso práctica en público. Primero habló Ignacio Blanco, sacerdote en Quilmes del Grupo Curas de Opción por los Pobres, luego Lorenzo “Toto” Vedia párroco de la Virgen de los Milagros de Caacupé en la Villa 21/24 por los curas de las Villas, y por último la monja, Ana María Donato de la Comunidad de Aprendices de Jesús de Rafael Calzada.
Fue un acto inédito para la élite dirigencial. Fue sinodal, traducido de la terminología eclesial, democrático, ya que puso a todos al mismo nivel, en ronda.
Además, lo hizo rodeada de mujeres, monjas y laicas, que misionan en los barrios más empobrecidos del conurbano y de la Ciudad de Buenos Aires.
Otro signo de Cristina en sintonía con el magisterio del Papa jesuita y argentino que es justamente la presencia y la voz de las mujeres. Algo carente en la iglesia argentina, y no sólo en el clero, también en los grupos internos, carismas o congregaciones, que aún tampoco incorporan otro nuevo signo de los tiempos, como enseña el Vicario de Cristo, que es la sinodalidad, el método que desarma el verticalismo, o el caudillismo, para sumar a los laicos y a las mujeres en la toma de decisiones y en el discernimiento de la compleja realidad.
Cristina desarmó el clericalismo. Los curas de las villas estaban atónitos, la miraban que parecían obnubilados, por excepcionalidad del Padre Pepe Di Paola, enfermo de Covid.
Para la grey católica activa no pasó desapercibido que no estaba ningún obispo convocado, ni siquiera monseñor Gustavo Carrara, párroco en María Madre del Pueblo en la villa del Bajo Flores.
Al cierre del acto en el Senado fue el diácono Ricardo Carrizo que invita a la vicepresidenta a rezar un Ave María. No estaba previsto. El Espíritu Santo rondaba la sala y movió al religioso de su asiento. No a cualquiera, Rycky, como lo llaman en Florencio Varela donde como clérigo católico tiene entre sus funciones anunciar el Evangelio, bautizar, asistir al sacerdote en el altar, distribuir la comunión, entre otras cosas. El diácono es una instancia previa al sacerdote y sin el voto de castidad. Un verdadero operador de la paz.
La alegría del encuentro, los regalos, que incluyeron palabras como la monja franciscana, y cartas que había recibido Cristina, se mezclaron con lo emoción a flor de piel. Entonces tras el Ave María, el diácono llama al cura más veterano de los presentes. Allí fue que Juan Ángel Dieuzeide levantó sus manos frente a la vicepresidenta. Todos acompañaron el gesto. Las lágrimas ya caían por el rostro del viejo cura. Cristina, enfrente y de pie, lloraba. A su alrededor asesores o secretarios de traje con la cabeza inclinada al piso secaban sus lágrimas.
El Espíritu Santo se había adueñado del Senado. La emoción se mezcló con la alegría del encuentro. Todos salieron maravillados. Distintos como habían llegado. Los religiosos y laicos salieron con sus cartelitos en la mano y se lo repartían cada cual con su nombre. Parecían chicos con caramelos.
La vida le ganó a la muerte. La líder política que más afecto y cariño genera en los pobres está de pie.
Para quienes militan fe y política, en todos los niveles, hoy están valorizados como nunca antes en la historia reciente de nuestra democracia. Cristina nombró aquellos que la rodean con esa espiritualidad y que no estaban presente, como el abogado militante Juan Grabois y el senador formoseño José Mayans.
La más sabia, por antigua, y mayor organización humana en la Argentina se encuentra hace casi diez años signada por el Sucesor de Pedro en un proceso de salida que sale a la escucha, al encuentro, como verdaderos instrumentos de paz que construyen todos los días los espacios de salvación comunitaria como: comedores, merenderos, ollas populares, centros culturales, clubes, cooperativas de trabajo, centros barriales, casa pueblo. Son los samaritanos colectivos, como llama Jorge Mario Bergoglio, con ellos están los curas, monjas y laicos de las parroquias o capillas en las villas y barrios populares. También son los movimientos populares agrupados en el sindicato de la economía popular, conocidos por la sigla UTEP. Todos ellos unidos son la periferia que va salvar al centro. Ellos no salen a planificar asesinato de líderes políticos. No camuflan su trabajo, son verdaderos vendedores ambulantes.
Por primera vez en la política se visualiza un modelo de liderazgo en la espiritualidad cristiana, y no en el modelo del ateísmo político, que es Maquiavelo.
Cristina es heredera de la beata Mama Antula, una mujer de profunda fe que incidió como nadie en la política vernácula hace 200 años atrás. María Antonia de Paz y Figueroa será la primera santa argentina. La santiagueña de familia patricia, que siendo adolescente y laica salió descalza a peregrinar por el país asistiendo y evangelizando a enfermos, madres solteras, negros esclavos y pobres indígenas, y que terminó su peregrinar construyendo la Casa de Ejercicios Espirituales, en la Ciudad de Buenos Aires (aún está en pie en la calle Salta y avenida Independencia) donde puso a la clase dirigencial política, iniciadora del proceso independentista, eclesial y comercial a escuchar el kaidós, el tiempo de Dios, para entregarse de manera atrevida, la llamada Parresia, con el fin de anunciar o proclamar, el kerygma, por una transformación profunda, la metanoia.
Dios y la Virgen quieran que la vicepresidenta, lideresa del amplio movimiento nacional y popular, continue en la espiritualidad más cercana al modelo de liderazgo de San Ignacio de Loyola, que a su contemporáneo Maquiavelo experto en el maquillaje de cambiar algo para no tocar lo vital.
Cristina tiene una oportunidad histórica, ella recibe el soporte de un Pontífice nuestro, argentino y popular. Que otra tarea más importante que convocar hoy al regreso a su patria de Jorge Mario para consagrar una patria misericordiada y re-ungir al Papa por el pueblo que lo forjó.
“Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega. Que, metiéndonos con Jesús en medio de nuestra gente, el Padre renueve en nosotros la efusión de su Espíritu de santidad y haga que nos unamos para implorar su misericordia para el pueblo que nos fue confiado y para el mundo entero. Así la multitud de las gentes, reunidas en Cristo, puedan llegar a ser el único Pueblo fiel de Dios, que tendrá su plenitud en el Reino”, cerró Francisco su homilía de tiempo atrás.