Por EDUARDO ALIVERTI
Es muy tentador prenderse a observaciones filosóficas del tipo de que no hay hechos, sino interpretaciones, porque tras el discurso de Cristina cada quien interpretó lo que dijo según su parecer. O, es posible que mejor dicho, según sus deseos.
También es probable que no haga falta enroscarse tanto, porque bastaría remitirse a sus textuales y literales en semejante coyuntura. Y no sólo en el acto de La Plata.
Nadie con una milésima de dedo político de frente podía esperar que Cristina saliera a torear la gestión económica.
Nada menos que Andrés Larroque, un dirigente frontal de diálogo frecuente con CFK y de quien puede inferirse que representa mucho de su pensamiento, elogió a Sergio Massa por cómo administró la corrida cambiaria y señaló que “el martes no se sabía si llegábamos al viernes”.
Nadie, sensato, aguardaba que, justo en este momento, ella apareciera con un sermón contra el orden, en lugar de por el orden.
Cristina volvió a exponer la insistencia de cada una de sus últimas intervenciones: o hay un acuerdo general sobre cuestiones básicas del funcionamiento de la economía argentina, o terminamos de hundirnos.
Después podrá discutirse lo que no lleva a efectividades conducentes.
La lista es muy atractiva para hacer catarsis progre, pero no sirve para encontrar alguna salida que evite la derrota o catástrofe electoral. Hablamos de salida, o atajo, o martingala, o como se quiera sintetizar, de acá para adelante y no para satisfacerse con el “yo te lo dije”.
No da para regodearse con exabruptos que continúan arreglando todo con oraciones inflamadas, demagógicas, facilistas.
¿Cascotearon a Alberto Fernández y a Martín Guzmán por izquierda para concluir refugiados en Massa, que ahora es “Sergio”? ¿Cómo que el capitalismo ya no es una ideología? ¿Por qué no dijo en público, en su oportunidad, que el acuerdo con el Fondo era una fantasía que sólo evitó una desestabilización financiera terminal? Si no va Cristina, ¿se acabó todo hasta más ver? ¿Quedamos huérfanos y chau? ¿No es que no era magia todo lo que se conquistó, sino el producto de la acción política, para que ahora se acabe en la esperanza de lo mágico que debe inventar o protagonizar Cristina?
Lo que fuese que se pregunte, y lo que sea que se le impute, Cristina ya lo habrá absorbido y vaya a saberse cuánto estará costándole en su ánimo siendo que, encima y efectivamente, la presionan y la persiguen. Y quisieron matarla. Y se meten con la hija para destruirla.
Y ella va. Y repite y repite que Presidenta no. Que no se hagan los rulos. Que ya dio todo lo que tenía que dar. Y, bingo, dice que los mariscales deben agarrar el bastón, pero no para revoleárselo a nadie.
En otras palabras, (les) advirtió que no vengan a trosquearla desde el palo propio. Teléfono para varios.
¿Contradictorio?
Sí, ¿y qué? ¿Cómo puede ser que se repare en eso y no en la grandeza de aceptar que, aun circulares, hay sentidos y orientaciones en los que el país y el mundo son otros y que para atrás ya fue, aunque “si vuelve el pasado se frustra el futuro”?
¿Buscan una efigie inmaculada o debería aceptarse que no es una deidad?
¿Cómo ocurre que ella dedica todos sus esfuerzos a trazar un diagnóstico preciso y sólo se le contesta con “Cristina Presidenta”?
Lo que no está claro -o quien firma tiene serias dudas al respecto- es si fue un acierto “subir” a Javier Milei al centro de la escena en forma tan categórica.
Las lecturas más rápidas, no por eso necesariamente incorrectas, son que Milei está subido hace rato; que en consecuencia no debe ignorarlo, y que CFK lo elige de rival porque sí es obvio que el personaje ya le muerde (muchos) votos propios al electorado tradicional del peronismo.
Con toda la prevención que es menester acerca de las consultoras, en Casa de Gobierno y en varios espacios del kirchnerismo manejan encuestas, propias y “reservadas”, indicadoras de que Milei ya está primero o expectante en las franjas jóvenes de los bastiones del conurbano bonaerense. En el voto masculino de 19 a 25/35 años y en lugares como Merlo y La Matanza, para especificar. Y eso, incluyendo a CFK como candidata. Quitada Cristina de las opciones, Milei directamente aparece como el individual más votado.
Desde ese enfoque, que ella salga a disputarle lo que también pasó a estar en peligro suena lógico.
Tal vez, y sólo tal vez, hubiera bastado con desmitificar el delirio de la dolarización, como lo hizo con enorme solvencia técnica y comparativa. Lo demás (los ojitos celestes que memoran a Cavallo, y que no la jodan con eso de la casta temerosa cuando ella es la única a quien le meten miedo hasta el punto de querer asesinarla sin siquiera avanzar en la investigación) resulta irreprochable.
Pero, tristemente, la bronca y apatía populares, conjugadas contra la “clase” política, hacen o harían que esas referencias caigan en el vacío. Milei es la personificación del “que se vayan todos” de hace más de veinte años y, horrible, cuanto más estrafalario mejor. Tiene licencia de impunidad para decir cualquier cosa, pero el problema es que plantea delirios concretos mientras, enfrente, lo dominante es una interna destructiva.
Es presumible, nunca seguro, que Milei acabará asustándose de sí mismo y cerrando con el eje de la Comandante Pato, hacia la subjetividad orientativa del electorado.
La fascistización como práctica social habrá quedado indemne. O coyunturalmente firme. Es aquello de que hacen ultrismo de derecha, para que después la derecha en condiciones reales de gobernar entre por un tubo.
Terminarán transando porque son la casta básica, como también dijo Cristina y como acaba de hacerlo el alcalde Larreta con la ¿contratación? del otrora “libertario” José Luis Espert.
Luego, quizás sea más simple y concreto inferir que Cristina colocó a Milei en el medio del ring porque avizora un peligro espantoso que va más allá de las/sus inquietudes electorales.
Se plantó nuevamente como líder (a secas o de su espacio) y llamó, llama, a que haya un nuevo contrato político-social.
Hay un tema que este opinante viene intercambiando con Jorge Alemán y que él enunció, aquí, en su desafiante artículo del viernes.
¿Quiénes serían los actores privilegiados de ese (gran) acuerdo al que convoca Cristina? ¿Es un acuerdo que exige una movilización popular sostenida o es una convocatoria súper-estructural? ¿Son políticos y empresarios que no pertenecen al mundo del Frente de Todos? ¿El “larretismo”, por ejemplo? ¿Un fortalecimiento estructural de las relaciones con China? ¿La participación de nuevos sectores para negociar un nuevo programa con el Fondo?
Podríamos agregar: ¿serían actores de una “burguesía nacional” dispuestos a cruzar guantes con los oligopolios de una economía extranjerizada y que, como también desafió este domingo Mario Wainfeld, parecen más interesados en derrumbar al Gobierno, saciar el afán de ganancias inmediatas, someterse a atavismos insolidarios?
No está habiendo respuestas a preguntas como ésas (o ni siquiera se hacen las preguntas, entre quienes todavía abrevan en el Frente de Todos, quienes siguen completamente desconcertados y quienes recitan manuales revolucionarios que salen gratis). Sólo hay reacciones emocionales que, por supuesto, son comprensibles: “Alberto traidor y mequetrefe”, “Massa cagador y tipo de La Embajada”, “Cristina Presidenta”, su ruta.
Por el momento, sólo quedaría claro que Cristina, además de rechazar otra vez su candidatura, invita a entender que hay que llegar así sea con muletas a las Primarias y al cierre del mandato; que la resistencia no da para romanticismos consignistas; que se trata de mantener toda la cuota de poder o de votos posibles, al menos sin un solo disparo más en los pies; que a partir de ahí se deberían consensuar condiciones sin lugar para liberfachos (o con el lugar menor que se pueda) y que se trata de construir un peronismo ampliado (digamos) capaz de no convertirse en un patético “movimiento” conservador.
¿Es apasionante?
No. La apasionante es ella y no las condiciones de la realidad.