Por Washington Uranga
Ha sido difícil encontrar razones y argumentos para explicar en términos comprensibles lo sucedido en las PASO. Porque al margen de los resultados y de la victoria de la oposición, también ocurrió una desconexión de la ciudadanía con la política --y con la dirigencia política-- que se tradujo no sólo en menor participación en la urnas, sino en votos a desgano y en desinterés en los debates.
Sumado a ello, ni ganadores ni perdedores han sido capaces de aportar elementos creíbles y convincentes para comprender en toda su dimensión “el mensaje de la urnas”. Los argumentos de una y otra parte, a favor y en contra, siguen dejando de lado y sin explicaciones algunas de las cuestiones que, para la salud de la democracia y para la condición ciudadana, pueden ser las más significativas de ese hecho político trascendente. Tan importante como ello es advertir sobre los posibles peligros que acechan.
Cambiemos, en sus diferentes versiones, se solaza en la victoria parcial mientras avanza en el convencimiento de que unos pasos más hacia la derecha pueden mejorar su performance a costa de los “libertarios”. El macrismo y sus aliados ganaron las elecciones de 2015 sosteniendo que “todo lo que estuvo bien se sostendrá y el resto se va a mejorar”. Una vez en el poder. resultaron implacables para actuar –-con buenas y malas artes, con y sin maquillaje-- contra todo lo que fueran derechos adquiridos por parte de los sectores populares. En el 2019 fue la inescrupulosa gestión económica y sus consecuencias lo que condujo a la derrota electoral a la hoy oposición. La explicación de entonces --que ahora surge de manera reforzada-- fue la “gradualidad” de las reformas iniciadas. Fueron nefastos para los intereses populares pero… debían haberlo sido más, según sus propios razonamientos.
Hoy el discernimiento político de Cambiemos transita por la misma senda. Sin importar los nombres, tampoco sin son “halcones” o “palomas”, ellas y ellos decidieron sacarse la careta para dejar en claro su posición ideológica ultra derechista y contraria a los derechos ciudadanos. Ese es el camino elegido también tratando de quitarle espacio o directamente sumar a los presuntos “libertarios” de derecha que amenazan con quitarle votos. Mientras tanto miran con admiración, simpatía, algo de envidia e inocultable afán de imitación, los avances de la ultraderecha en otras partes del mundo.
Ésa es la apuesta. Y van por más y van por todo. Asegurando a quien quiera oírlos que están dispuestos a todo y que el “republicanismo” que expresan de la boca para afuera, en los hechos no duda en llevarse puesta a la democracia, sus instituciones y los derechos resguardados --así sea de manera endeble-- bajo este sistema.
El Frente de Todos sigue tambaleando en el ring como un boxeador desconcertado, tirando golpes reflejos como viejo pugilista conocedor del oficio. Pero lejos está de tener una estrategia de pelea, un objetivo de combate y, mucho menos, el acierto para colocar puños en lugares que generen impacto en el adversario y animen a los propios. Los estrategas electorales miran reiteradamente hacia la tribuna reclamando el aliento de aquel público que siempre le fue fiel con la esperanza de que la fuerza llegue desde las gradas. Pero a la tribuna no le puede poner pasión porque le falta motivación, porque está desencantada y porque, en definitiva, la propia situación le ha quitado energías hasta para mantenerse en pie.
Como consecuencia de todo ello el territorio y los escenarios de la política se presentan cada día más lejos de la vida cotidiana de la mayoría del pueblo que sigue agobiado por sus propias penurias.
La baja participación en las PASO pero también el voto “anti sistema” no puede leerse sino como una clara manifestación de desconexión de la dirigencia política pero también del sistema político en general con la realidad, la historia y los padecimientos de gran parte del pueblo. Una escisión que resulta mucha más grave que la mal denominada “grieta”. Porque no se trata de una división por ideología o por, como se ha señalado reiteradamente, por diferencia de modelos. Es lisa y llanamente descreimiento, apatía fundada en la falta de expectativas respecto del cumplimento de promesas de campaña que luego se difuman en el aire.
También porque a fuerza de golpes asestados por la crueldad de la situación gran parte de la ciudadanía pobre -- la que antes alimentó esperanzas-- hoy percibe que quienes gestionan no hablan su mismo idioma y, en consecuencia, hasta la escucha prometida resulta estéril, sin sentido.
Así echadas las cartas, el desafío consiste en reconectar la política con la vida cotidiana, con el sentir y con las demandas y necesidades de quienes transitan todos los días una historia más cargada de penurias y sinsabores que de alegrías y festejos.
Parte de esa tarea seguramente demanda el encuentro cercano, directo, en la movilización callejera que de manera estruendosa actualice las demandas hasta sensibilizar los tímpanos de quienes, aun oyendo, no son capaces de escuchar. Y de ponerle freno a quienes, desde la otra acera, al único cambio que aspiran es a volver hacia atrás, reforzar su propio poder y favorecer sus intereses.