Por Esther Rebollo
Se fue 2023, un año nefasto para el mundo y para la humanidad. En Argentina, Javier Milei sacó la motosierra y cumplió sus promesas, todo está listo para desmantelar el Estado, estrangular a los ciudadanos y reprimir la protesta. Los argentinos ni siquiera van a poder celebrar reuniones de más de tres personas, en realidad, ¿para qué?, si no hay plata ni para comprar el asado. Se pueden estar acercando tiempos oscuros, esos que ya se vivieron durante la dictadura militar.
En Palestina sigue el exterminio de un pueblo ante la mirada impasible de la comunidad internacional. Los periodistas son asesinados por docenas, a los niños y a las niñas les arrebatan la vida sin compasión. Gaza se ha convertido en algo parecido a un campo de concentración con hombres, ancianos y niños, en ropa interior, deambulando al son de los fusiles israelíes. Está todo destruido: casas, hospitales, iglesias, mezquitas, escuelas, instituciones... Gaza es inhabitable, pero ni paran los bombardeos, ni los habitantes de la Franja pueden salir de la trampa.
En Sudán hay siete millones de desplazados por la guerra, una cifra récord. Recuerdo ahora cuando Colombia e Irak se disputaban, al inicio del nuevo milenio, el primer puesto por desplazamiento forzoso, cuando sumaba cada país en torno a cinco millones de personas obligadas a abandonar sus hogares por la violencia. Pero de Sudán apenas se habla, ¿para qué?, a nadie le interesa. Pasará un tiempo y, entonces, recordaremos, cuando se acerquen a nuestras ‘cómodas’ vidas, que hubo una guerra atroz y fantasma que no se explicó. En ese momento, cerraremos las fronteras a los ‘ulises’ que habrán recorrido miles de kilómetros y sobrevivido a sus particulares odiseas, veremos cómo se ahogan en el Mediterráneo y seremos capaces de hundir los barcos con aquellos, dentro, que solo buscaban dejar atrás el sufrimiento.
En Ucrania la guerra está estancada casi dos años después de la invasión rusa. Nadie gana, todos pierden. Vladimir Putin se prepara para ser reelegido en las elecciones de marzo, sus prisioneros desaparecen de las cárceles durante semanas, alguno que otro termina apareciendo en el círculo polar, como Alekséi Navalni. Los disidentes no tienen cabida en Rusia, tampoco la democracia.
El presidente Zelenski pierde fuelle, a muchos ucranianos no les agrada que les borren sus referentes culturales, que derriben las estatuas de sus poetas, que les cambien de fecha la Navidad. Tampoco les gusta que los hombres sean obligados a ir a la guerra o a quedarse en la reserva, por supuesto con la prohibición de salir del país. Otros muchos siguen convencidos en la lucha, no aceptan la rusificación de las zonas ocupadas y están dispuestos a darlo todo para que Ucrania sea Europa. Empiezan a enfrentarse los patriotas con los que supuestamente no lo son, crecen las tensiones. Cada uno tiene sus razones. Además, EEUU y la UE ya piensan si seguir o no enviando armas. Pasé la Nochebuena con una familia ucraniana, hubo una fuerte discusión ante una mesa surtida de turrones y licores. Todo está a flor de piel y tienen sus razones. Mientras escribo este artículo, Rusia lanza sobre varias ciudades ucranianas uno de los ataques, con misiles y drones, más feroces de los últimos meses.
Estados Unidos, como siempre, contribuye a montar un conflicto y luego abandona las cenizas para irse a otra guerra. Joe Biden tiene problemas serios en casa. A su avanzada edad, se suma que su hijo, el controvertido Hunter Biden, el mismo que tenía intereses en el sector gasístico ucraniano, se ha declarado culpable de evasión fiscal y posesión de armas, siendo adicto a las drogas. La Casa Blanca, ahora, quiere recuperar su influencia en Oriente Medio y manda portaaviones para apoyar la guerra de Israel contra Palestina, busca retomar el control del mar Rojo ante la amenaza de los rebeldes hutíes de Yemen. Habrá elecciones en 2024 en EEUU, con Donald Trump planeando su regreso – si le dejan –, al igual que en Rusia, India, Pakistán, Taiwán o Indonesia, entre otros muchos países, hasta 77. Medio mundo va a votar este nuevo año. Y pinta mal porque los resultados que arrojan las urnas a veces asustan.
En Oriente Medio se refuerza el tándem política-islam. Allí, cada vez más, quieren lejos a los occidentales, entre otros motivos, por el fiasco de la invasión de Irak, donde las heridas siguen abiertas 20 años después. Irán recupera poder entre sus vecinos y es el enemigo número uno de Estados Unidos e Israel. La geopolítica regional se está reconfigurando con un sentimiento de recelo hacia los antiguos colonizadores europeos y los invasores gringos. Vamos a otro orden mundial.
Y en ese nuevo orden, la pragmática China – como siempre – avanza sigilosamente para ganar su partida, ya con una sociedad totalmente digitalizada y tecnológica. Se impone la inteligencia artificial. Durante su construcción como potencia, el gigante asiático ha logrado la confianza de amplias zonas de ese continente, pero también de África, Latinoamérica y Oriente Medio. Evitará a toda costa un conflicto bélico con Taiwán porque no compensa, mejor apostar por la guerra económica.
Salimos de un año nefasto, un año en el que la humanidad perdió la dignidad que le quedaba. No es una novedad, pero creíamos que habían pasado a los anales de la historia las arengas reaccionarias contra quienes predican la paz. Uno de los que salieron peor parados fue el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, sólo por pedir un alto el fuego en Palestina. Al presidente Pedro Sánchez le ha pasado tres cuartos de lo mismo. Le han llamado de todo. También al de Colombia, Gustavo Petro.
Esto no significa que antes sobrara moral, pero ahora ya no importa demostrar que cuidarnos y protegernos tiene sentido, cuando precisamente más se necesita. Antes se disimulaba un poco. Si la COP28, la Cumbre del Clima, estuvo presidida en Emiratos por un jeque y magnate petrolero, ¿a quien le interesa que el mundo se ahogue en calor, se abrase por el fuego o se muera de sed por falta de agua? Se ventila un acuerdo rápido y ya está, a seguir... Total, si en Madrid hay talas masivas de árboles, se construyen plazas duras de cemento y se da cancha a los especuladores; si en Castilla y León proliferan las granjas de animales donde la enfermedad y el maltrato es el pan de cada día; si en Andalucía matamos con plena conciencia la reserva de Doñana; si el mar de plástico de Almería, pese a la escasez de agua, es la huerta del sur de Europa. Pues eso, a ganar elecciones en nombre de la libertad aunque el Banco Mundial nos advierta que para 2050 puede haber más de 200 millones de desplazados climáticos.
No les quiero amargar la Nochevieja ni que se les atraganten las uvas, pero hagamos repaso de algunas cifras: más de 700 millones de personas viven en la pobreza extrema, según el Banco Mundial (BM); hay casi 35 millones de refugiados, según ACNUR, la agencia de la ONU encargada de proteger a los desplazados por persecuciones o conflictos; unas 2.200 personas que intentaban llegar a Europa en 2023 han dejado la vida en el Mediterráneo, de acuerdo a Médicos sin Fronteras (MSF), y más de 500 en la frontera entre EEUU y México. Otros 21.000 palestinos han sido asesinados, sin contar los desaparecidos, y siete millones de sudaneses están desplazados. Fuentes ucranianas calculan que unos 30.000 soldados de este país han muerto desde que comenzó la invasión. No hay certeza sobre cuántos rusos han corrido la misma suerte.
Y, en España, casi 60 mujeres víctimas de la violencia machista han sido asesinadas este año, mientras que unos 37.000 migrantes han llegado a Canarias, sumados a aquellos que se han quedado en el camino en una de las rutas más peligrosas para quienes buscan refugio.
El año 2023 pasa a la historia como el más caluroso desde que hay registros, también como el que nos mostró con imágenes desgarradoras un genocidio en directo.
Cada día encuentro a más personas hastiadas, sin ganas de ver o leer noticias, pero seguimos haciendo periodismo, seguimos contando lo que pasa a nuestro alrededor y en el mundo, también combatiendo las mentiras. El oficio es el oficio. Algunas no desistimos porque aún creemos que tiene que haber una manera de cambiar todo esto.
Brindemos por 2024, para que sea mejor, y feliz año del dragón, símbolo del poder espiritual supremo. Algo bueno debería traer.
* Directora adjunta de 'Público'.