Por Edgardo Mocca
¿Cuánto tiempo tardó la derecha en anunciar que su primera medida de gobierno sería dar marcha atrás con la incorporación de nuestro país al BRICS? Unos pocos minutos. La velocidad alcanzó para esas personas, para esos dirigentes, un valor en sí misma. El valor de la fidelidad llevada al punto máximo de la escala de valores. Y no nació en estos días, es su sello distintivo desde siempre, es su identidad.
Las derechas argentinas han sido siempre desde el fin de la segunda guerra abiertamente pronorteamericanas. Elucidar las causas de ese alineamiento excede la pretensión de esta nota. Pero la identidad es muy evidente y no pertenece exclusivamente al territorio de los partidos políticos. Incluye una vastísima red de influencia de los intereses norteamericanos entre nosotros que no se limita al mundo “privado”, que incluye cuotas de poder concreto en el interior de las instituciones públicas: son un poder fáctico que toma decisiones “estatales”.
Su influencia en el poder judicial y en los grandes medios de comunicación privados no puede ser negada si la conversación política es seria. Cuando se afirma y explica este hecho suele aparecer la acusación de “paranoia” a quien lo hace: “siempre la explicación conspirativa”. Claro que existe la paranoia, la simplificación y hasta la imaginación creadora como posibilidad en cualquier diálogo político, pero la intromisión de Estados Unidos en nuestra política no es algo que pueda seriamente negarse.
Hasta hace poco había que esperar un tiempo para que termine el período del secreto de ciertas acciones estatales de ese país: lo que antes eran revelaciones ahora son informaciones cotidianas. Por ejemplo, el embajador norteamericano actuando como “consejero” de las derechas vernáculas en la cuestión de la amplitud necesaria de la coalición política llamada a terminar con el kirchnerismo. Como hubiera dicho Woody Allen “que seas paranoico no es una garantía de que no te persigan”. Ahora que está de moda hacer la lista de las instituciones estatales que serían estranguladas para reducir el déficit fiscal, puede considerarse extraño que la cancillería no esté entre los blancos centrales del ataque.
Desde una lógica estrictamente económico-práctica podría plantearse, ¿para qué se necesita ese aparato si la orientación de las fuerzas de derecha se define sistemáticamente en la alianza con la principal potencia mundial y sus necesidades? Ya vivimos durante el macrismo el papel absolutamente secundario de la conducción de la cancillería, sistemáticamente alineada -como estuvo desde el primero hasta el último minuto de esa gestión- con los intereses y con la política norteamericana. Ahora la derecha argentina le acaba de decir al mundo que la presencia argentina en el BRICS no tendrá lugar. Claro que eso tiene una condición imprevisible: que sea una de las dos fuerzas de la derecha la que gane la confrontación electoral.
El cruce entre las penurias del acuerdo con el FMI y las nuevas posibilidades internacionales de nuestra pertenencia a una coalición internacional que tiene como su horizonte principal la marcha hacia un mundo multipolar en reemplazo del actual que gira en torno al dominio de Estados Unidos, es muy significativo. En el FMI, Estados Unidos tiene un innegable poder de veto: nada que perturbe a ese país pasará las reglas de distribución del voto que son el soporte de la hegemonía de ese país en ese “organismo de crédito”. Claro que no estamos ante una transformación súbita del orden mundial; entramos en una etapa de transición. Y la decisión del BRICS de abrir su membresía forma parte de esa transición.
Es lo que parecen no haber entendido quienes, convertidos en oráculos, procedieron, pocas horas antes de la decisión, a difundir una interpretación en la que el “proyecto chino” habría sido frenado por impulso de Sudáfrica. La verdad es que tamaña versión implica muy poco conocimiento de la nueva potencia central del mundo…O demasiada imaginación, demasiado “pensamiento desde el deseo”. Claro que como están las cosas, no son nulas ni muy escasas las posibilidades de que la elección se incline a favor de una de las derechas que competirán. Pero hay que valorar nuestras posibilidades porque contienen esperanzas que son reales.
Se nota cierta renuencia en el espacio nacional-popular a darle “tanta importancia al tema del BRICS”. Cierta demanda de hablar de los “problemas de la gente”. Desde ya, sería absurda la negación de la prioridad que debe tener en nuestra agenda la cuestión de los salarios y del costo de la vida: esa cuestión decidirá el rumbo de la votación de octubre. Pero de ese reconocimiento no se desprende que no se pueda hablar de temas como la patria, la soberanía, la fortaleza de nuestro estado. No es fácil comprender esa interpretación.
En primer lugar, porque los precios y los salarios no llueven desde el cielo: son el signo de un profundo proceso histórico, de lo que Cristina suele señalar como la “economía bimonetaria”, lo que toda una escuela de pensadores sudamericanos llamó la dependencia de nuestra región. Claro que vamos a hablar de la canasta familiar. Pero el problema no termina ahí. Es necesario articular qué es lo que decimos y vamos a decir. ¿Vamos a decir que es el hecho mismo de nuestra voluntad de mejorar las condiciones sociales de vida lo que asegura que eso suceda? Para ganar el voto hay que hablar de política. Y probablemente todos tengamos que pensar cómo hablamos de política. ¿No hay hoy un cierto déficit de claridad, un lenguaje muy generalizado entre minorías militantes que repite giros mecánicamente, que no tiene demasiada capacidad de escucha y de diálogo? El fenómeno kirchnerista tuvo en su centro el relato.
Desde el conflicto agrario de 2008, la derecha salió del desconcierto en el que la dejó la aparición de una nueva generación política que recupera críticamente los mejores legados de la juventud de los años setenta. Es el tiempo de la aparición de nuevos lenguajes que desafían al sentido común de la pasividad y suponen un renacimiento de la militancia. Esos tiempos, esas novedades están -hace ya tiempo- en crisis. Fueron las derrotas, los retrocesos, la presión del lenguaje interpretativo antiperonista los que pusieron a la más importante identificación política popular en una crisis.
Es en estas circunstancias que tenemos que disputar el sentido del voto. Hubo un momento de esta historia nacida con la crisis de diciembre de 2001, que vale la pena evocar. Es el momento posterior a la primera vuelta electoral -cuando la amenaza macrista apareció como una dura realidad- en que apareció un nuevo actor colectivo. Que decidió dejar de protestar por la falta de iniciativa de los dirigentes y construir desde ellos mismos un nuevo dispositivo militante. No enfrentado con las estructuras existentes sino apoyado y confraternizando con ellas.
Y esa militancia renovó, a su manera el lenguaje; uno de sus nombres fue “resistiendo con aguante”. No se sugiere aquí ninguna reproducción mecánica de aquellas formas. Lo que se hace es la exhortación a romper la inercia del desánimo y la de los lenguajes lejanos para constituir una experiencia nueva de fuerte y apasionada movilización militante. Para defender la dignidad de los sectores más agredidos del pueblo y para defender a la patria.