Por Claudio Scaletta
La nueva fórmula presupone un rumbo, es la más competitiva que podía lograrse en el actual contexto. El desafío de que aaprezca una fuente de dólares. Qué se elegirá en estas elecciones y qué le queda al ministro de Economía.
Unión por la Patria definió su fórmula presidencial para las elecciones 2023. Sobre la hora hubo sorpresas a medias. La primera fue que la guerra para contarse las costillas hacia el interior del viejo Frente de Todos no sucedió. No hubo batalla entre puros e impuros. El factor de unidad volvió a ser el enemigo externo o, quizá, el más elemental temor a la derrota. Finalmente primó la voluntad de poder. Con lista única el factor de consenso fue el de la dirigencia, no el de los votantes rasos. Y más allá de los microclimas de alguna militancia, esa que se sentiría más cómoda con el discurso del FIT que con el de un capitalismo desarrollista, la fórmula concitó una rápida aceptación en todo el arco del “peronismo territorial”, es decir de la dirigencia que debe gobernar el día a día en todos los rincones de la Patria.
La nueva fórmula presupone un rumbo, es seguramente la más competitiva que podía lograrse en el actual contexto y, sobre todo, evitará continuar con la tarea imposible de una porción de la coalición buscando diferenciarse de su propio gobierno. Que la fórmula esté integrada por los dos principales ministros de Alberto Fernández significa que no habrá más opción que defender los logros de la gestión.
Para los catastrofistas, ajenos y lamentablemente también propios, la actual gestión tendría poco para defender, se habría arrodillado frente al FMI y habría perdido la lucha contra la inflación y, en consecuencia, por la recuperación de los salarios. En materia de precios no hay mucho para discutir. La alta inflación es innegable, tanto como que se agravó desde la salida de Guzmán. Luego, una inflación elevada dificulta la recuperación de los salarios. La cuestión del FMI, en cambio, es más debatible. Por ahora la coyuntura no fue afectada por la relación con el organismo que, en la práctica, sólo se dedica a refinanciar vencimientos. El gobierno no maneja el Presupuesto por compromisos con el Fondo, sino por los dólares disponibles le permiten.
Los problemas del presente son todos propios. A pesar de estar altamente endeudada y escasa de divisas, con reservas netas ya negativas, la economía siguió creciendo todo lo que pudo. El nivel del crecimiento depende del gasto que impulsa la demanda agregada hasta el punto en el que alcanzan los dólares. Luego, si la economía crece, aunque sea más despacio que hace un año, es porque se promovieron actividades productivas a las que hoy les va bien y, en consecuencia, demandan trabajo, es decir, impulsan a la baja el desempleo y, en el camino, traccionan las importaciones. Es dato: si aumenta el PIB, baja el desempleo, pero también aumentan las importaciones. De nuevo, el crecimiento depende siempre de los dólares disponibles. Si los dólares son escasos o directamente no alcanzan hay problemas con su cotización, si el problema persiste, puede producirse una crisis externa, la que se manifiesta como corrida contra el peso y devaluación.
Pongámosle algunos números a la secuencia descripta. Durante el primer trimestre de este año, el PIB creció el 1,3 por ciento interanual y ya se encuentra --a pesar de la pandemia, la guerra y la sequía-- el 5,8 por ciento por encima del cuarto trimestre de 2019. Una consecuencia de esta evolución es que, en un contexto con tasas de empleo y actividad elevados, la desocupación continuó bajando y se ubicó en el 6,9 por ciento, siempre en el primer trimestre. Esta situación explica que el consumo no se haya visto afectado. Las ventas en los supermercados, por ejemplo, crecieron en abril el 3,4 por ciento real interanual. Y en los centros de Compra se expandieron al 15,4 por ciento interanual. La actividad y el consumo lograron mantenerse porque las importaciones también siguieron creciendo, 30.690 millones de dólares en los primeros 5 meses del año (sólo bienes) contra exportaciones de 28.000 millones (en baja por la sequía).
La contracara, el principal “debe” del gobierno, fue la alta inflación. En los primeros 5 meses del año el IPC (Índice de Precios al Consumidor) acumuló una suba del 42,2 por ciento, con una variación interanual en mayo del 114,2 por ciento. A ello se suma que la canasta básica alimentaria aumentó, siempre en mayo, todavía más, el 122,6 por ciento.
El balance preliminar de estos pocos números es el de una economía real, productiva, que funciona a pesar del alto endeudamiento y la alta inflación. Creció el producto, cayó el desempleo y el consumo se siguió expandiendo. El problema fue que la escasez relativa de divisas provoca inestabilidad macroeconómica, alta inflación y dificultades para la recuperación salarial.
Ahora bien, si lo que genera “ruidos”, léase instabilidad macro, es la baja provisión de divisas, la clave está en solucionar este problema. A ello se dedicó parcialmente el nuevo candidato presidencial desde que asumió en el ministerio de Economía: a conseguir dólares, directa o indirectamente. Liquidación de exportaciones con incentivos (dólar soja), unos bonos del Anses por acá, unos yuanes (vía ampliación de Swap) para financiar el comercio con China por allá, y créditos de organismos internacionales acullá. En el camino debían juntarse reservas, pero no sucedió porque se optó por mantener elevadas las importaciones para no frenar excesivamente el crecimiento. Lo que hizo y hace el ministro-candidato es trabajar artesanalmente el día a día. No quiso hacer un plan de estabilización inicial porque implicaba encarecer importaciones vía precio, es decir devaluar. Quizá subestimó la sequía, cuyos avances ya se conocían en noviembre pasado.
Como ya fue señalado en este espacio, en estas elecciones se elegirá algo que los candidatos no dirán taxativamente, la forma que tendrá el proceso de estabilización y quién pagará el costo del ajuste. El “ajuste” no se hará por mera voluntad de ajustar, sino porque las divisas no alcanzan para sostener el nivel del tipo de cambio. Luego, una inflación de tres dígitos no se puede resolver sin desindexar contratos.
¿Por qué no se aplica el plan ya mismo? Porque se necesita poder político y tiempo y, además, su resultado inicial es incierto. Lo que le queda al ministro de Economía es seguir llevando la macro como hasta el presente y rogar que aparezca alguna fuente de divisas. No falta mucho para las PASO del 13 de agosto, pero el camino hasta el 22 de octubre, la fecha de las generales, parece infinito. Y ni hablar hasta diciembre, en particular si no se gana la compulsa electoral. El FMI no será un obstáculo, pero tampoco una solución, se limitará a refinanciar vencimientos mientras espera las definiciones electorales. En 2024 habrá que renegociar. La oposición seguramente intentará aprovechar la debilidad para apostar a una corrida. En este punto juega a favor la relación de Sergio Massa con el establishment. Desde los grandes empresarios, incluidos los bancos, a los organismos internaciones, todos prefieren que no haya olas. Salvo la oposición política, nadie quiere una crisis. Y un dato fundamental en un contexto de debilidad: a diferencia de lo que ocurriría con otro candidato, el poder real no desconfía de Massa, lo que constituye un factor de estabilidad. Queda atravesar el desierto hasta octubre y rezar para que no haya tormentas de arena. Para después de diciembre, el único plan posible para un gobierno peronista es el desarrollo económico exportador en paralelo con la estabilización, la única manera sostenible de mejorar los ingresos de las mayorías. Es la cuenta pendiente de la actual administración, que sin embargo preparó el camino, esto es lo que debe contarse. Lo que falta ahora es poder político unificado, cuya fuente reside en el voto mayoritario.-