Por Jorge Fontevecchia
Las organizaciones que reúnen periodistas o medios debaten si el responder a cada ataque de Javier Milei a la prensa, casi a diario, no terminará rutinizando la herramienta hasta invisibilizarla.
Si la mejor respuesta frente a la clásica ametralladora de falacias del Presidente son argumentos racionales basados en evidencias concretas o, por el contrario, como estamos en el paroxismo de La sociedad del espectáculo que anticipó Guy Debord en su libro, donde todo lo que fue real se transforma en representación, se le debería responder en la misma sintonía, por ejemplo y solo a título humorístico, que Adepa titulase su comunicado: “¿Qué te pasa, Milei? ¿Estás nervioso?”. O Editorial Perfil le respondiera: “De Tinturelli a Peluca”. Seguramente tendrían más engagement en las redes sociales pero estaríamos concediéndole de antemano a Milei el triunfo cultural de que ya nada nos escandalice cuando el miedo es su mensaje.
Una batalla cultural es contra quienes producen cultura: artistas, periodistas, universidades.
Miedo como productor de autocensura frente a las reacciones impredecibles de quien cuenta con el poder del aparato de difusión del Estado para difamar y herir a particulares colocando inmediatamente en agenda pública la falacia que desea y dándoles carácter de medias verdades a mentiras por el solo hecho de gozar de la investidura presidencial.
Mientras la verdadera batalla cultural a la que expresamente Milei se refiere no es jocosa ni posmoderna. La sola palabra batalla transmite acción violenta igual que el lema libertario “vamos por la casta” denota la belicosidad de “ir por ellos” como dijo Milei de los periodistas al contestar el comunicado de Adepa a las pocas horas de producido –dos veces en el mismo día–: “Vamos a bajarlos de esa Torre de Marfil en la que creen que viven”. Ese “ir por ellos” a buscarlos a sus lugares recuerda la ferocidad de los grupos de tareas de la dictadura que iban a buscar disidentes de aquella otra batalla cultural.
Al igual que aquellas de la dictadura, no podría haber batalla cultural sin tener como enemigos a los productores de cultura: los artistas, los intelectuales, los periodistas, los científicos y las universidades, quienes desde sus propias lógicas construyen la subjetividad cotidiana que, con el tiempo, va formando las capas geológicas simbólicas que conforman una cultura.
Sobran ejemplos en el pasado más violento como “La noche de los bastones largos”, cuando la anteúltima dictadura intervino la Universidad de Buenos Aires. Al ingresar los policías a la Facultad de Ciencias Exactas su decano salió a recibirlos, diciéndole al oficial que dirigía el operativo: “¿Cómo se atreve a cometer este atropello? Todavía soy el decano de esta casa de estudios”. Y el policía respondió golpeándole la cabeza con su bastón. El decano se levantó con sangre sobre la cara y repitió sus palabras para volver a recibir bastonazos por toda respuesta. Los universitarios “adoctrinan”, los periodistas “mienten”.
Por eso, los ataques de Milei al conjunto del aparato productor de noticias son estratégicos. Además del enfrentamiento con Perfil, acumula agresiones con periodistas de La Nación: Joaquín Morales Solá, Jorge Fernández Díaz, María Laura Santillán, Luisa Corradini y Laura Di Marco; de Clarín: Alejandro Borensztein y Jesica Bossi; de Radio Urbana: María O’Donnell y Nacho Girón; de Radio con Vos: Ernesto Tenembaum; de Infobae: Silvia Mercado; de América: Facundo Pastor; y de Canal 9: Romina Manguel, entro otros.
La misma lista se podría construir con los artistas, desde Adrián Suar hasta Lali Espósito, de Mirtha Legrand y Ricardo Darín, a Trueno y Dillom. “Temor a expresarse”, transmitió Mirtha Legrand, quien explicó: “De este gobierno no quiero estar en contra porque toma represalias y es muy desagradable”.
Volviendo a los periodistas, es muy interesante observar que los blancos de Milei mayoritariamente no son periodistas de los medios más identificados con el kirchnerismo, como Página/12 o C5N, sino periodistas de los medios que han sido críticos a ellos, como si intuyera que las audiencias a quienes se dirigen los atacados son las que deberían integrar sus votantes en una competencia por la instalación de sentido.
Milei agrede más a periodistas críticos del kirchnerismo porque comparten su misma audiencia.
Para Milei, los periodistas pretenden “ser tratados como profetas de la verdad única e incontrastable” mientras son “los ensobrados, los corruptos, los que mienten, calumnian, injurian y hacen dinero extorsionando”, y cuando los organismos que reúnen a periodistas y medios lo critican, es una “defensa corporativa que solo busca la continuidad del curro”.
Así estamos y esto recién comienza, un desafío mayúsculo para las organizaciones que reúnen periodistas y medios, que demandará crecientes y renovadas respuestas a los ataques porque somos los “enemigos ideales” de una batalla estratégica.