Por Exequiel Fernández Moores
Daniel Scioli, múltiple campeón mundial de motonáutica, sabe muy bien qué significa competir en condiciones desiguales. En 1988 su Frigidaire Turbo de Alba, favorecida por la mayor potencia de su motor, ganó por goleada la Clase II del Offshore. Era imposible de alcanzar para sus rivales, que además eran escasos.
Dos en algunas carreras, tres en otras. Hasta hubo una prueba en la que «compitió» solo. Cruzaba la meta sin nadie a sus espaldas, por mucha emoción que metiera el relato amigo del noticiero Nuevediario. Toda la prensa le regalaba generoso espacio a su deporte de élite. En Clarín las notas aparecían con su propia firma. Fue premios Olimpia y Konex. El Scioli motonauta era una SAD unipersonal, pero con otra ventaja extra: recibía apoyo del Estado argentino, aportes vía YPF que le giraba su amigo Carlos Menem, entonces presidente de la nación.
¿Cree el Scioli hoy ministro deportivo de Javier Milei que realmente un Club SAD (con dedicación exclusiva para el fútbol) competiría en igualdad de condiciones con un Club Asociación Civil que, además del fútbol y otras disciplinas, tiene que pagar hasta las clases de teatro y coro de sus asociados, sin importar cuan deficitarias puedan ser? Porque ese es el discurso. Scioli y quienes impulsan el proyecto de Clubes SAD quieren que la AFA cambie sus reglamentos (cuyos torneos prohíben a los Clubes SAD) y acepte la convivencia entre unos y otros. Libre competencia.
La política de los Clubes SAD fracasó en tiempos de Menem (cuando Scioli presentó su propio proyecto a favor) y también de Mauricio Macri (cuando Scioli pasó a defender a las Asociaciones Civiles). Ahora reaparece con más fuerza en tiempos de Milei (y con Scioli volviendo a sus orígenes, otra vez pro SAD). Hay dos puntos evidentes y a su vez opuestos: 1) las SAD (o sus formatos parecidos) funcionan, bien y mal, en casi todas las Ligas del mundo y 2) la Argentina es la única Liga cuyos equipos son clubes centenarios en manos de sus socios y que, por historia, pertenencia e identidad, representan mucho más que una pelota.
La AFA sufre la presión del Gobierno, de Mauricio Macri (líder de la embestida) y también fuego propio (Kun Agüero incluido). Ellos desnudan puntos débiles de la gestión Chiqui Tapia. Y tienen prensa a favor (grupos Disney y Clarín, ambos bajo conflicto de interés porque renegocian contratos de TV con la AFA).
El Estudiantes de Juan Sebastián Verón (supuesto nuevo tercer actor) expresó hace unos días el legítimo deseo de crecer (pero no necesita una SAD para créditos bancarios o acuerdos con privados). ¿No creció acaso Defensa y Justicia gracias al empresario Christian Bragarnik? ¿Evalúa entonces la propia AFA blanquear modelos de gerenciamiento para frenar a las SAD y el espejo cercano de Brasil? Los Clubes SAD nacieron allí en los 90 impulsados por la Ley Pelé, cuando O Rei fue ministro de Deportes. Imaginemos aquí a Maradona de ministro. «Scioli –diría el Diego– es motonauta». Y aquella lancha ganadora pasó a llamarse «La Gran Argentina». Una SAD sobre el agua.