Por EDUARDO ALIVERTI
El “estallido” de la interna del PRO dominó la agenda publicada, hasta que se difundió el 7,7 inflacionario de marzo. Pero permanece como disparador de debate en los circuitos interesados. Es un hecho quizás sorpresivo por la virulencia con que se manifiesta, pero podría llevar a conclusiones apresuradas sobre sus alcances.
Que la batalla de egos entre sus miembros tenga una altisonancia desconocida, y que se conjeture acerca de rupturas impensadas en ese bloque que parecía sólido, no es necesariamente sinónimo de graves problemas en el rumbo abarcador de la derecha.
Ese camino lo marca antes la aumentada fascistización, de amplios sectores, que las andanzas personales de sus dirigentes.
Yendo de menor a mayor, un dato práctico o presuntamente objetivo es que quien se rompe pierde.
Parece difícil que sea de otra manera en un sistema electoral donde al candidato más votado le basta el 45 por ciento de los sufragios afirmativos para ser Presidente, sin que cuenten los votos en blanco. O más del 40 por ciento, con una diferencia de diez puntos porcentuales respecto del segundo más votado.
En un escenario ya nada asombroso, con coincidencia casi absoluta -hoy- acerca de un electorado genérico de tres tercios entre oficialismo (bajo su sigla Frente de Todos), cambiemitas (en su suma) y Javier Milei (solo), la sentencia de que romper(se) conduce a la derrota no tendría desmentida.
Como dice Jorge Asís, quien es un personaje con definiciones ingeniosas, las encuestas son a esta altura “un ejercicio de adivinación”. Todos los consultores admiten que un 60 por ciento de los requeridos no contesta. Y del 40 que sí lo hace, en tanto los encuestados son internautas o telefónicos, la inmensa mayoría pertenece a núcleos duros que se identifican “a uno y otro lado de la grieta”. Es decir: cazan en el zoológico.
Las encuestas presenciales, bien hechas, son carísimas. Virtualmente no hay porque, además, no se trata del costo por única vez, sino de sostenerlas con periodicidad para obtener tendencias firmes.
Sin embargo, como en las mediciones del rating, no se pueden inventar éxitos donde hay un fracaso. Ni viceversa. Es probable cargar puntitos en más o en menos, pero no alterar las grandes orientaciones generales. Creer a ciegas en las encuestas es tan obtuso como rechazarlas de plano, sin perjuicio de papelones históricos.
Es imposible que sea mentira absoluta el incremento de un actor estrafalario, ya preocupante para la derecha “convencional” (no sólo aquí) debido a las consecuencias impredecibles que sugiere la probabilidad de que gane. Y si acaso se insiste en objetar toda encuesta, ¿no alcanza con lo que mide y proyecta el termómetro popular de la puteada permanente?
Tampoco es increíble que, con Cristina afuera de toda postulación electoral, la interna del Frente de Todos se convierta en una carrera pigmea. Y si Cristina se presentase, mentaríamos un piso alto con un techo insuficiente. Esto es: lo mismo que la llevó a designar un “moderado” como cabeza de fórmula, en 2019.
Y si los cambiemitas se disgregan, también es aceptable que la cariocinesis pueda perjudicarlos.
En otras palabras, a valores del presente estricto y excepto la seguridad de que Milei no para de crecer, “todo” es susceptible de ocurrir.
Empero, caben salvedades.
Milei, quien supo rotular a Macri como un izquierdista de la socialdemocracia, ya aceptó la chance de mirar cariñosamente una alianza con el eje Macri/Bullrich. El ex Presidente obró con la única mentalidad que tiene, la de dueño, y su impopularidad a rajatabla le importa tres pitos. No podría haber sido candidato de ninguna forma.
Pero la Comandante Pato sí expresa un voto indignacionista muy a tono con los vientos que corren.
De base, pasó a quedar en duda que el aparato de Larreta pueda ganarle caminando. El alcalde porteño movió como tenía que mover, al no restarle otra que mostrar autoridad frente a la “extorsión” de Macri. Lo que afuera y adentro llaman “el parricidio” necesario.
Más luego, ¿es inverosímil por completo que Bullrich se corra a candidata a gobernadora bonaerense de Milei candidato a Presidente? ¿O, antes, que le gane la interna a Larreta por obra del clima de época? ¿O, si es derrotada en las primarias, que después sus votos engorden los de Milei?
Es una especulación. No un dato, desde ya, ni nada que se le parezca. Pero ocurre que también pasó a ser incierto -sólo eso: incierto- que en elecciones presidenciales el electorado se corre inevitablemente al centro. Y si fuera Larreta el ganador, ¿qué cambia en el fondo de la cuestión?
Llegada esta instancia de suposiciones atractivas o cansadoras, el tema es que, cualquiera fuere su deriva, no se altera la profundidad del asunto. Estamos hablando de una combustión muy corrida a la derecha. Y no precisamente de una derecha modosita.
Entre otras opiniones fundadas, el sociólogo e investigador Daniel Feierstein lo sintetiza como el peligro de que el neofascismo sea gobierno.
Salió una edición ampliada de su libro “La construcción del enano fascista”, publicado hace cuatro años.
Con ese motivo, en este diario, el lunes pasado, hay una entrevista magnífica de María Daniela Yaccar al autor.
Para gusto de quien firma, uno de los tramos más destacados es aquel en el que Feierstein diferencia tres maneras de ver el fascismo. Plantea, como definición mejor adecuada, la de interpretar a este ¿momento? como “fascismo de práctica social”.
Una primera idea es el fascismo como ideología, relativa a la Europa del siglo XX, que está presente en algunas cosas; pero no en otras de los movimientos que vemos ahora. “Ese fascismo venía de la mano de un nacionalismo expansionista, por ejemplo, que hoy no se ve”.
Una segunda perspectiva, más clásica de las ciencias políticas, es la del fascismo como sistema de gobierno. Un sistema de dominación con una alianza que implica al poder empresarial, los militares, la Iglesia, los sindicatos. Eso, ahora, está completamente ausente.
Lo que tiene más potencia es la mirada del fascismo como práctica social, a partir de tres elementos.
Primero, movilizar a la población en sentido regresivo. No es para conquistar derechos, sino para recortarlos. Podemos verlo en la estigmatización de los beneficiarios de planes sociales.
Un segundo eje es la irradiación capilar del odio. Encontrar algún grupo, o algunos, para dirigir toda nuestra frustración y enojo por la situación de nuestra vida, en lugar de enfrentar las condiciones que hacen que estemos en esta situación.
Y el tercer aspecto citado por Feierstein es la realización de la victoria del capital, que lleva a un profundo incremento de la violencia porque el eje del fascismo es que esos enojos, y esas frustraciones, sean la agresión hacia el grupo o los grupos que son vistos como responsables de nuestro sufrimiento.
“Lo que es novedoso para nosotros consiste en que esa agresión, en la mayoría de los casos, aparece como espontánea. No lo es realmente. Está generada por usinas de promoción y difusión (…) que lleva a cabo cualquiera (…). Un grupo de vecinos, una persona que fue agredida, un hecho de criminalidad común…”. Y periodistas o animadores mediáticos, nos permitimos agregar.
¿En verdad alguien politizado puede creer que esta implosión o explosión social, por ahora “en cuotas”, no es más relevante que la resolución de la interna de la derecha?
Una interna que, termine como termine, en el gobierno será capaz de usufructuar y promover el enfrentamiento de pobres contra pobres, y empobrecidos contra empobrecidos, para ofrecer como justificable el ajuste contra todos ellos. Un ajuste brutal, en comparación con el que rige, y que ya prometieron hacer más rápido.
Esa palabra de la derecha ya está.
Falta la del Gobierno, que aunque parezca el Frente de Todos contra Todos sigue por ahora con todos adentro. ¿Para qué falta esa palabra, y esa acción? Para ver si primero quiere, y después puede, impedir que este neofascismo de práctica social, encima, gane las elecciones.