Por Pablo Kornblum
AstraZeneca, Pfizer y BioNtech, y la firma Valneva. Moderna, Johnson & Johnson y Novavax. Nombres inexistentes para la mayoría de la población en cualquier rincón del planeta hasta hace menos de 1 año. Pero que hace décadas son parte del juego que dirime el poder global. En este sentido, la industria de la salud, se erige fundamental al no ser excluyente: tanto ricos y como pobres necesitan inexorablemente medicamentos para mejorar su calidad de vida. Un mercado cuasi infinito donde los gobiernos se encuentran en tiras y aflojes permanentes para con la negociación público-privada a favor de aquellos que, por diversos motivos – especialmente por los altos índices de pobreza de las diversas sociedades -, requieren de un subsidio que suelen tensionar los muchas veces magros presupuestos estatales.
Los números lo reflejan por si solo: las 10 más importantes farmacéuticas tuvieron ingresos en 2019 (o sea pre-pandemia) por 392 mil millones de dólares. No es necesario imaginar lo que ocurrió este año: solo en los Estados Unidos, meses antes del acto eleccionario Donald Trump inició la operación Ward Speed para financiar la investigación de la vacuna y pruebas diagnósticas del virus. ¿El presupuesto? Más de 10.000 millones de dólares en benefició de los grandes conglomerados farmacéuticos: Moderna se llevó 2.455 millones, seguida de GSK Sanofi con 2.100, BioNTech Pfizer con 1.950 millones, Novavax 1.600 millones, Johnson & Johnson 1.456 millones y AstraZeneca se quedó con 1.200 millones de dólares.
Bajo este contexto, no es extraño que hayan florecido los nacionalismos; algunos dirán de tinte preventivo, otros bajo la lógica realista. Nada que no se haya visto en la dinámica estatal de los últimos siglos. Es que aunque el capitalismo en su fase neoliberal que rige los destinos del mundo - con vaivenes cíclicos que muestran un lento languidecer, pero no mucho más – no atenta contra el estatus-quo de las elites políticas, el caso especifico intra-sistémico del Covid-19 conlleva ciertos riesgos: en la era donde prima lo visual y el cinismo (con doble moral incluida), la tolerancia hacia las muertes masivas (por negligencia, omisión, o lo que sea) no es apta para lideres que se quieren perpetuar en el poder. Menos aún para aquellos que tienen una prospectiva de propulsar un liderazgo global.
Es por ello que cada Estado opera la política económica internacional quirúrgicamente en tiempos de Covid-19; en un mundo donde no existe el 100% de autosuficiencia y las materias primas, lamentablemente para muchos miembros del mundo desarrollado, se encuentran en las más diversas latitudes, no es necesario desempolvar los libros de economía clásica de Adam Smith y David Ricardo para observar lo que está ocurriendo: la interdependencia productiva – incluida la eficiencia en las cadenas de valor -, es un valor fundamental para todos los gobiernos del mundo (si lo hemos sufrido en carne propia con el bloqueo a la compra de los aviones de caza FA-50 surcoreanos con componentes británicos).
Y aquí otra vez entra a jugar la geopolítica y la geoeconomía. Un ejemplo clarificador se observó durante la pandemia de gripe H1N1 en el año 2009, cuando se reunieron miembros del directorio de la farmacéutica francesa Sanofi con autoridades de la cancillería en París. ¿El objetivo? Elegir qué países deberían recibir los suministros de manera prioritaria. La lista incluía aquellos Estados que eran proveedores de los productos básicos de los que Francia dependía: gas, petróleo y uranio. En la pandemia actual, nada ha cambiado: mientras al principio algunos países retuvieron cargamentos con insumos médicos que tenían otros destinos (como fue el caso de Turquía), en el último mes un informe de OxFam confirmó que los más ricos y poderosos Estados – los cuales representan el 13% de la población mundial - se garantizaron con la firma de contratos el 51% de la entrega adelantada de las vacunas de los principales laboratorios. Bajo un mundo donde prima la privatización de la agenda de la salud pública - con la patrimonialización de la vacuna a escala mundial incluida – y su consecuente especulación financiera, ello no debería sorprendernos.
Bajo esta premisa de inequidades insalvables, una pregunta racional podría ser: ¿En un mundo globalizado, no es inútil generar una vacunación masiva en los países más desarrollados, mientras los otros esperan ansiosos que se alineen los planetas (llámese el tener los recursos económicos y las alianzas geopolíticas adecuadas para obtener las dosis necesarias para su población)? Porque si por ejemplo, la vacuna llega a una barriada de Kenia recién a finales de 2023, sería realmente una vergüenza con costos socio-económicos que deberían ser intolerables a esta altura del siglo XXI. Sin embargo, lamentablemente hay que ser realistas: incluso en el caso extremadamente improbable de que las cinco principales vacunas tengan éxito, el 61% de la población mundial no se la podrá aplicar hasta al menos hasta el año 2022.
Volviendo a la pregunta previa, la respuesta es ‘no necesariamente’. De barreras esta hecho el mundo, y prohibir la entrada de los visitantes extranjeros u evitar operar logísticamente con países empobrecidos que no pueden asegurar ‘vínculos sanos’, no sería un dilema moral para quienes detentan el ‘America First’, ‘Europe First’, o ‘Japan first’. Por supuesto ello genera roces, rispideces con impactos diplomáticos presentes y futuros para con la mancomunidad global. En este aspecto, ha sido muy claro el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic, cuando la Unión Europea prohibió las exportaciones de equipos de protección y debió recurrir a China. Luego de besar la bandera del gigante asiático, sentenció: “La solidaridad europea no existe. Creo en mi hermano, mi amigo, Xi Jinping. El único país que puede ayudarnos ahora es China”.
Dado lo expuesto, el convertirse en el primer país en desarrollar y aplicar la vacuna tiene un fuerte componente simbólico en términos de poder político. En este sentido, con el debut en la vacuna de Pfizer en el Reino Unido, Boris Johnson desmitifica todo lo malicioso que es el Brexit; es que la realidad muestra que el escenario post salida de la Unión Europea conlleva sus luces y sombras, pero lejos se encontró de generar – como lo quisieron presentar algunos detractores – un escenario rupturista y destructivo para con las bases materiales británicas. También comenzarán los rusos con la aplicación de la vacuna ‘Sputnik V’, en alusión al primer satélite (el Sputnik 1) puesto en órbita construido por el ser humano, en octubre de 1957. ¿Podrán decir que no hay capacidades o un contralor institucional democrático probo bajo jurisdicción de Putin? Este último punto no ha sido menor en el debate global reciente: el papel de los medios de comunicación hegemónicos de Europa y Estados Unidos han tendido a reforzar esta idea centrando el debate no solo en las posibilidades positivas contra fácticas de vacunación de los fármacos occidentales; sino, y principalmente, poniendo en duda la fiabilidad científica de otras vacunas, el subsidio desproporcionado de gobiernos extranjeros a sus empresas estatales, o culpando a Rusia y otros países del robo de información/propiedad intelectual.
La realidad es que todo ello poco importa: en un mundo donde reina el pragmatismo y la efectividad, los resultados finales coronarán a los ganadores y juzgarán a los perdedores. Por ello y en el mientras tanto, el fondo soberano Russian Direct Investment Fund (RDIF) se ha encargado de negociar con diferentes países acuerdos tanto de suministro, como de fabricación e investigación. A diferencia de la exponencial expansión geoeconómica china (con ruta de la seda mediante a la cabeza), los rusos apuntalan a un ‘revival’ de una guerra fría bajo un eje de reconquista socio-político de tinte fascista, donde ya ha comenzado a ‘abrazar’ a sus ex satélites de la era soviética, como así también ha profundizado su influencia en la Europa oriental. Por supuesto, el sueño de su líder es avanzar más allá de los límites que impone occidente. Inclusive para nuestra América Latina, donde Venezuela ya es el conejillo de indias con un claro foco en el desarrollo del eje petrolero/militar junto a su partenaire China.
Hablando del gigante asiático, este cumple un rol fundamental en la provisión y los resultados que se den a nivel internacional (además de haber propagado un discurso populista de que la ‘vacuna deberá ser puesta al servicio de la humanidad’). Más aún, prestará 1.000 millones de dólares a los países latinoamericanos que quieran adquirir algunas de sus vacunas. Por supuesto después habrá que devolverlo. Sin condicionamientos ni las ataduras del FMI. ¿Sera en especies (soja, petróleo) o en contratos de infraestructura? Ya lo veremos, pero que devolverla, habrá que devolverla.
¿Si se han sentido tocados por la discursiva culpógena del “virus chino”, como lo solía denominar el saliente presidente Trump? De ningún modo. Porque como lo mencionamos previamente, en este mundo de la información liquida y rebatible, todo cambia. Menos el poder y la riqueza. Por ende, la cúpula del Partido Comunista ha tratado de aprovechar la continuidad del proceso de abdicación estadounidense del liderazgo global, mostrándose una vez más como el adalid defensor del sistema de comercio mundial basado en normas y reglas. Sí señor, normas y reglas del capitalismo neoliberal impuesto como dogma por el propio Estados Unidos en el siglo pasado.
En nuestra América latina, la problemática de la histórica inequidad se traslada proporcionalmente al escenario pandémico. La mayoría de los 630 millones de latinoamericanos viven en zonas de difícil acceso y limitada infraestructura, cálidas – lo que dificulta la conservación de las vacunas -, y en Estados cuyo desarrollo técnico y tecnológico es desigual e insuficiente. Y encima, en épocas de caos y desesperanza, a lo expuesto se le adiciona el eterno envalentonamiento de las disputas políticas domésticas. El más claro ejemplo ha sido el caso de Brasil, donde el gobierno federal ha firmado un contrato con AstraZeneca que le garantiza el acceso a 100 millones de dosis apenas se produzcan. Como contraparte, y sin ningún tipo de coordinación con Bolsonaro, el ensayo en Brasil de la vacuna china Sinovac está siendo financiado por el gobernador de San Pablo y rival del presidente, João Doria, quien tiene la mira puesta en el palacio presidencial.
Por supuesto, en una región donde lo que reina es la carencia para las mayorías, los manotazos de ahogado derivados de la crisis de la pandemia transforman en grises los ‘blancos y negros’ de las alianzas ideológicas. En el caso del ‘derechista’ Bolsonaro, la vacuna de AstraZeneca la producirán dos laboratorios públicos: la fundación Oswaldo Cruz y Bio-Manguinhos. Justo lo opuesto a lo que sucede en la producción para la provisión del resto de Latinoamérica, donde el acuerdo de AstraZeneca y Oxford se realizó con dos laboratorios privados: uno argentino, Abxience, y otro de la farmacéutica mexicana Liomont. Es decir, los gobiernos ‘más progresistas’ de Fernández y López Obrador ‘delegan’ (literalmente) la producción de entre 150 y 250 millones de dosis en el sector privado.
Para finalizar con nuestro país, no podemos negar que poseemos cierto conocimiento y capital acumulado durante años en nuestro sistema público y privado de ciencia y tecnología. Con sus luces y sombras; con gobiernos que han apoyado más, y otros que han denostado directamente el rol de un sector relevante y estratégico para el futuro de nuestro país. ¿Es suficiente? Para nada. Se requieren más inversiones (cuyo norte debiera ser infinito), mejores salarios para los investigadores, y un país pujante que genere y distribuya la riqueza – en todas las áreas - como corresponde. Porque sino, como sostiene el Lic. Alejandro Palombo, “el objetivo de salubridad en una crisis como la actual se termina supeditando desesperadamente a los compromisos financieros que implican necesariamente una economía abierta y en pleno funcionamiento que permita solucionar lo urgente: cerrar la brecha negativa en términos fiscales y de cuenta corriente”.
Para concluir, el Dr. Paulo Botta siempre sostiene que “Si un Estado no tiene poder duro (capacidad de obligar) y tampoco poder blando (capacidad de atraer), solo le queda la retórica (capacidad discursiva). Aunque ello no siempre significa capacidad de convencer”. Y en nuestro caso, mientras las dos primeras son prácticamente inexistentes, ya estamos acostumbrados a que las palabras de los gobernantes se las lleve el viento. Esperemos que cuando todo esto termine, aunque sea nos quede una enseñanza (de mínima): terminar con la lógica del parche y la coyuntura, apostando por un futuro virtuoso donde la educación de calidad, la ciencia y la tecnología, sean de una vez por todas políticas de Estado tangibles y fructíferas en el largo plazo.
(*) Economista y Doctor en Relaciones Internacionales. Autor del Libro “La Sociedad Anestesiada. El sistema económico global bajo la óptica ciudadana.”