Por Teddy Karagozian
Los sistemas que regulan nuestros comportamientos nos están destruyendo y no podremos desarrollarnos hasta no cambiarlos. Mi propuesta entonces está reflejada en mi libro la "Revolución Impositiva", que puede sintetizarse como la necesidad de que los impuestos más significativos los recaude en un primer nivel los intendentes sobre las propiedades de los residentes de su distrito.
Los sistemas que regulan nuestros comportamientos nos están destruyendo y no podremos desarrollarnos hasta no cambiarlos. Hemos tratado de arreglarlo a los ponchazos y parches, pero todo ha fracasado y fracasará cualquiera que intente atacar los síntomas y no las causas como hasta ahora hemos hecho. No es por culpa de un partido político específico -todos tuvieron su oportunidad-, ni de los empresarios grandes ni de los chicos, ni de los sindicalistas, ni de la sociedad. La culpa es de nuestro sistema impositivo y del sistema electoral que es el resultado de este sistema de recaudación Unitaria y de gasto Federal dónde no existe la correspondencia fiscal y donde todos los actores le sacan al país todo lo que pueden con la conducta del “sálvese quien pueda”. Aún aquellos que se consideran a si mismos los más compasivos y benignos ciudadanos. Aún los políticos más dadivosos. Aún los periodistas que con la mejor intención muestran situaciones de extrema pobreza o actos de corrupción. La derecha ve la solución en el despido de los dos millones y medio de personal excedente en la administración gubernamental como la solución a la disminución del gasto público y la posibilidad del despido al estilo americano en el sector privado para acabar con la falta de productividad, sin tener en cuenta las consiguientes consecuencias de crisis y desolación en la población que ya atraviesa por serios problemas y de la destrucción masiva de empresas que esto produciría. Mientras tanto la izquierda se regodea con la posibilidad de extraerle a los “ricos” sus excedentes con la ilusión que distribuyéndolo entre los pobres la Argentina se “salva” expulsando así a personas claves que podrían levantar al país con su conocimiento, capacidad y capital si se los atrajese. La izquierda parece no comprender la fragilidad de la situación actual y la cantidad enorme de alternativas que existen en el mundo para la inversión de capitales y la radicación de los “ricos” y tiran de la cuerda hasta cortarla. Mientras que los economistas de derecha que nunca han hecho una reestructuración a nivel empresarial o municipal, plantean estrategias que podrían ser buenas, si no fuera que la implementación que proponen es irrealizable en democracia.
Por otro lado, empresarios de firmas grandes no hablan y terminan optando por irse con su capital; y empresarios pyme defienden políticas que los condenan a permanecer pues no comprenden qué es lo que en el mundo hacen las pymes mas rentables. De un lado, filósofos que nos hablan de cómo debiéramos ser y trabajar en conjunto dando cátedra, sin decir cómo harían posible la unión de fuerzas ya que alimentan las diferencias y no comprenden el origen de estas y, del otro lado, filósofos que promueven el pensamiento de que los ricos son malvados con los que se debe acabar y de quienes se puede prescindir para que haya una sociedad homogénea de gente autogestionada, manejando cooperativas que, como la experiencia muestra, no han tenido éxito en el mundo. Claramente no somos gente mala los argentinos, ni idiotas, pero sí es malo e idiota nuestro comportamiento colectivo. Y lo es a todo nivel. Políticos, empresarios, sindicalistas, representantes de sectores sociales, periodistas, la sociedad en su conjunto. Es vergonzoso ver lo que nos ocurre. Es realmente vergonzoso, pero hay solución y esta solución es menos traumática que la que se promueve con parche sobre parche que ataca los síntomas, pero no las causas. La solución al problema de base es el establecimiento de la correspondencia fiscal que modificará cómo elegimos nuestros representantes y cómo nos comportamos como sociedad. Esto es lo que ha hecho fuertes a los países de Occidente como EE.UU., Suiza, Dinamarca o Suecia. Oriente ha usado la fuerza, pero nosotros no somos parte de Oriente. Los países de Occidente que crecieron lo hicieron de un modo donde el ciudadano pudo controlar el desempeño de sus políticos y recibía por el dinero que pagaba de impuestos bienes y servicios que le rendían más de lo que le quitaban y así crecieron, trabajando empresas y Estado en forma conjunta para subir el nivel de vida de sus ciudadanos. Si esto no sucedía o cuando dejaba de suceder, cambiaban al político. En la Argentina eso no sucedió ya que los impuestos se pusieron sobre aquellos que agregaban valor ya desde finales de siglo XIX, pues los latifundistas no podían pagar como en el resto del mundo por la tierra que tenían, sino que lo hacían por la producción extensiva que esa tierra generaba (a diferencia de los otros países jóvenes donde la tierra se repartió en partes más pequeñas o por haber sido subdividida por herencia en los países del Viejo Continente, ya estaba dividida cuando se fue delineando sus sistemas impositivos). Estos latifundistas eran los que elegían a los posibles candidatos para los gobiernos municipales y provinciales. El resto de la ciudadanía elegía entre estos postulantes. Esto -el impuesto sobre quienes generan valor en lugar de sobre la renta- se ahondó incluso con los adalides de la apertura y la competencia durante los años 90, y se incrementaron los impuestos sobre el consumidor subiendo el IVA, el impuesto al cheque e Ingresos Brutos. Todos impuestos que obligan a las empresas a recaudar para el soberano, escondiendo el costo del Estado en el costo de los productos que se venden localmente haciéndolos caros para consumir y caros de fabricar e imposibles de exportar (haciendo del empresario el malo de la película), condenando a la Argentina como a Sísifo a tener una crisis cada 10 años.
Ciclos como el de ahora en los que sufrimos la falta de dólares producto de promover previamente importaciones pues no contienen la carga tributaria local. Posteriormente siempre nos ponemos a trabajar con un nuevo gobierno que reemplaza al que fracasó y comenzamos a crecer, ganan la elección siguiente quienes hacen este trabajo político de ordenamiento y administración de la crisis y cuando pasa lo peor y la sociedad no recuerda lo que sufrió, seguidamente comienza el ciclo de gastar el dinero para ver si el partido gobernante puede volver a ganar una tercera elección, momento en que vuelve a detonar la bomba de la deuda o la emisión monetaria o el gasto de dólares en importaciones, que son lo mismo, es decir, son la señal que da la economía para mostrar que no podemos gastar más que lo que generamos. Siempre explota antes de lo previsto pues, como ya dije al principio todos nos ponemos en modo “sálvese quien pueda”. Mi propuesta entonces está reflejada en mi libro la “Revolución Impositiva”, que puede sintetizarse como la necesidad de que los impuestos más significativos los recaude en un primer nivel los intendentes sobre las propiedades de los residentes de su distrito y que sean los intendentes quienes defiendan el patrimonio más importante de los habitantes que son sus casas, y sus vecinos sean quienes los controlan y juzgan si hacen o no bien su labor. En un segundo nivel los gobernadores gravan sobre las tierras en su provincia y defienden su valor haciendo obra e infraestructura que aumente la capacidad de la provincia de atraer y generar riqueza. Y en un tercer nivel, el presidencial, en el que se promueve el desarrollo del país promoviendo la inversión del capital disponible en el mundo para que, generando empleo y oportunidades, la gente progrese a través del aumento de sus capacidades en un ambiente de mejora donde se transforma a través de la industria y los servicios las materias primas que la naturaleza a dotado a la Argentina. No somos los argentinos el problema, pero sí somos los responsables de no cambiar los sistemas. Estamos nuevamente ante una oportunidad como pocas veces se ha dado para hacer un cambio importante en nuestro sistema impositivo. No perdamos esta oportunidad.