Por Eduardo Aliverti
Con el único sentido de la especulación electoral, podría decirse que el oficialismo debiera estar viviendo un momento no precisamente de dicha; pero sí, de perspectivas algo mejoradas.
No se trata de la coyuntura económica, desde ya, aunque las cifras macro revelan una recuperación del empleo y cierta “competitividad” salarial de los trabajadores registrados.
Por lo demás, se renunció a la meta de llegar a marzo con un índice inflacionario en derredor del 3 por ciento.
Entre el saque de las tarifas, la carne, los útiles escolares, alimentos y bebidas, y otros rubros que son los que auténticamente impactan en la canasta familiar (junto con el paquete de aumentos “estacionales”, que jamás enfrentan ni una mínima previsión para amortiguarlos), los números de enero y febrero pintan muy feos.
Y como ya se recita casi de memoria, si la inflación no tiene visos de siquiera anclar en cifras espantosas, pero estables hacia la baja, las chances electorales del Frente de Todos -o de como vaya a llamarse lo que surja en torno al peronismo- son virtualmente nulas.
Sin embargo, la oposición continúa brindándole al Gobierno una serie de penales sin arquero que, en estos últimos días, incluso agrandan el arco.
Por un lado, se profundizan las zancadillas y puñaladas internas de los cambiemitas hasta un nivel que no deja de provocar sorpresa.
Una cosa es la lucha natural entre ambiciones personales o egos desmedidos. Eso sucedió y seguirá acaeciendo, en todo tiempo y lugar, bajo cualquier marco ideológico.
Pero es diferente cuando se trata de una fuerza política que aspira a restablecer su poder formal, a través del ejercicio directo del Gobierno. En ese caso, cabría esperar que tales diferencias intestinas pueden o deben ser barridas debajo de la alfombra con mayor inteligencia (otro tanto debería valer para el oficialismo, claro, si es que el FdT realmente está dispuesto a conservar el Ejecutivo).
Se dirá que lo feroz de la interna cambiemita no es más que un acting, orientado a mostrar un debate falso entre halcones y palomas, cuando es obvio de toda obviedad que no hay entre ellos ninguna distancia sustantiva.
Se dirá también que, justamente por ese factor, rige mucho más una foto que la película. Y que ya llegará la instancia en que se muestren sin fisuras. Esto es cuando una parte determinante de “la gente” -si se quiere, el dichoso “tercio fluctuante”- decide su voto: en los tramos finales de la campaña.
Esos argumentos pueden tomarse como válidos, o atendibles.
Pero asimismo lo es que las heridas que se causa la oposición no son necesariamente inocuas.
Aunque parezca mentira, los amarillos e incluso los dirigentes radicales siguen bailando al compás de su juez del derechómetro.
Cumelén, uno de los refugios patagónicos de Mauricio Macri, pareció Gaspar Campos durante enero.
Hasta el alcalde Larreta, quien es el presidenciable por antonomasia del sector, se resignó a marchar hacia allí.
Con el propio radical cordobés Mario Negri a la cabeza, ¡le piden a Macri que se defina porque su irresolución le hace mal a Juntos por el cambio!
Ni hablemos de las peleas de semi-fondo. Bullrich contra Larreta, Arrieto contra Bullrich ahora en nombre de Larreta, Morales contra Macri, intentos de arreglos y después despechos con respecto a Milei, Vidal larretística ma non troppo porque deberá ver(se) qué hace Macri…
Y el bingo -provisoriamente dicho- lo puso Elisa Carrió.
Después de despedirse de la actividad política candidateable tantas veces como le hiciera falta, anunció la ocurrencia de volver a postularse en nombre de su sello. Arguye que, aunque carece de toda probabilidad ganadora, alguien debe asegurar la decencia cambiemita. Es espectacular.
De todos modos, faltaba otra guinda del helado y la puso la Mesa Nacional de Juntos por el Cambio, nada menos que mediante un comunicado, denunciando la “herencia bomba” de este Gobierno para avisar que, apenas ganen, no pagarán la deuda en pesos.
Según toda fuente que quiera consultarse y como bien lo destacó la crónica del colega Leandro Renou, en Página/12 del viernes, el okey a esa ¿barrabasada? lo dio el propio Macri, antes de dejar su reposera sureña y marchar a Europa, para sus agotadoras actividades como presidente de la Fundación FIFA.
El resultado pretendido, de instalar un clima de debilidad estructural a fines de que la sociedad les dé carta blanca para reformas violentas, parece haber resultado un boomerang.
En “los mercados” no pasó nada especialmente significativo.
Radicales y lilitos mostraron su disgusto.
Economistas cambiemitas, en estricto off, sintieron que los pasaron por arriba por mero antojo de Macri.
Gabriel Rubinstein, el viceministro de Economía que supo fungir de gurka ortodoxo, salió por Twitter con los tapones de punta para recordar el legado macrista y subrayar que una deuda en pesos no tiene nada que ver con endeudarse en dólares.
Algunos de los periodistas más furiosamente gorilas advirtieron que el peronismo podría ganar las elecciones, si la oposición sigue con su militancia de vender la piel del oso antes de cazarlo.
Y, ante todo, es en el mismísimo establishment del poder económico efectivo donde acentúan la pregunta acerca de cuán lógico sería apostar a un mamarracho como el cambiemita, en lugar de ponerle fichas a la opción “racional” que pudiera articularse entre intendentes del conurbano, peronismos de provincia, albertismo o lo que eso quisiera decir, Massa y, naturalmente, kirchnerismo.
La ecuación sería que ni ese establishment puede obtener garantías de que un gobierno cambiemita será capaz de controlar socialmente virulencias de derecha, ni las alternativas hacia izquierda dentro del peronismo son aptas -ni de lejos- para imponerse en las urnas generales.
De allí deviene el tremebundo dilema que tiene el oficialismo, aun cuando pudiese domesticar al proceso inflacionario.
Apartada Cristina, como si además le fuera suficiente con su núcleo duro en el Gran Buenos Aires; apartado Alberto Fernández porque también estaría claro que le tocó bailar con el esperpento de pandemia y guerra, como que su estatura dirigencial no le alcanzó para tripular al peronismo; y apartado Kicillof, a excepción de que lo convenzan en contra de sus deseos, porque es imprescindible para ganar la Provincia, ¿quién hay?
¿Se espera que emerja Massa definitivamente, porque si la inflación se controla es él y, si no, no es nadie?
Esas preguntas portan la trampa, muy atractiva, de poner el quién por delante del qué.
Debería ser exactamente a la inversa.
Ahí está el problema de tener penales sin arquero, con ese arco agrandado gracias a lo horrendo de la oposición, pero sin el qué que los patee.
Al ver la agenda de la mesa chica convocada por el Presidente, resulta que de pequeña mutó a agrandada porque también participarán sindicatos, movimientos sociales y referencias diversas. Pero como si fuera poco, la agenda prevista tiene que, en primer término, discutir estrategia electoral.
¿A quién se le ocurre que, en una jornada, pueda salir algo conducente, con semejante aspiración de que entren todos para sólo resolver el camino a las elecciones? Suena a la sentencia de Perón: si querés no resolver nada, armá una comisión.
¿No se supone que antes de estipular rumbos electorales deben acordar cuál será el programa de Gobierno, anticipado por las medidas a tomar ahora y sincerando qué es lo que tanto diferencia, en lo operativo de lo ideológico, no en los relatos, a kirchneristas/cristinistas de “albertistas” y “massistas”?
¿El ala “dura” propone romper con el Fondo Monetario, estatizar todas las empresas de servicios públicos y el comercio exterior, acabar por expedientes de DNU con la podredumbre del sistema judicial, controlar precios con un aparato estatal desvencijado, todo con el mero voluntarismo y sin sujeto social que lo acompañe?
¿Y el ala “moderada” propone seguir contando con un millón de amigos, no pelearse con nadie, ceder ante cada extorsión, retroceder a cada paso que anuncia, no tener siquiera un gesto combativo o alterativo?
Vamos, que esto es política y no poesía declamatoria.