Por Daniel Guiñazú
Los jugadores, dirigentes e hinchas de Argentinos Juniors tienen derecho a sentirse perjudicados. Los árbitros Fernando Rapallini en la cancha y Mauro Vigliano desde la cabina del VAR en Ezeiza los privaron de un resultado mejor en el partido que al final terminaron perdiendo 2 a 1 ante River. Dos goles mal anulados y un penal a Enzo Pérez que no fue redondearon un pésimo anochecer para un binomio que llegó al Monumental con antecedentes inmejorables: ambos representaron al arbitraje argentino en el Mundial de Qatar y se fueron de Doha con muy buenas calificaciones de parte del Comité Arbitral de la FIFA. Pero el domingo fallaron.
Dio la impresión de que Rapallini dirigió desconcentrado y permitió que Vigliano desde el VAR le conduzca el partido. Vigliano intervino. Pero la tecnología no lo ayudó a tomar las mejores decisiones. Hay que decirlo con la mayor claridad posible: Argentina no cuenta con un VAR tecnologicamente intachable. Los clubes de primera demoraron todo lo posible su llegada porque ninguno de sus dirigentes quería asumir el costo de su instalación. Y cuando no les quedó mas remedio que hacerlo en 2021, adoptaron un sistema barato sumnistrado por la empresa argentina Reftel (la misma que provee los intercomunicadores que vinculan a los árbitros con sus colaboradores y los aerosoles) asociada con la tecnologica belga Simply Live.
Este sistema opera con un mínimo de ocho cámaras que se utilizan en cada una de las transmisiones de televisión. Y está lejos de ser infalible. Sobre todo al momento de jugadas tan detalladas como lo fueron los dos goles anulados a Argentinos. Le resta confiabilidad y certeza el hecho de que por ejemplo, en las posiciones adelantadas, las líneas que determinan la habilitación o la inhabilitación se trazan a mano (casi con escuadra y transportador) y no mediante la tecnología, lo cual deja un amplio campo librado a la subjetividad y al libre albedrío de los árbitros de cabina. Lo que para unos puede llegar a ser un offside claro, para otros puede llegar a representar todo lo contrario.
El margen de error entonces es demasiado amplio. Y debería inducir a los árbitros de VAR a autolimitarse en jugadas tan finas y ante la duda, a ratificar el criterio de los árbitros de cancha. Pero no fue eso lo que sucedió el domingo en el Monumental ampliado. En ninguno de los dos goles mal anulados a Argentinos, el VAR entregó evidencias indudables de que Gonzalo Verón, en el primer caso, y Leonardo Heredia en el segundo, estaban en fuera de juego.
Quedó la sensación de que Vigliano cobró lo que quiso o le pareció y que le impuso su decisión a Rapallini, respaldado más en su propio criterio que en los datos que le entregó el sistema. De esta manera, el VAR no va, Su uso se desvirtúa si en vez de reparar equivocaciones más o