Por Cesar Pucheta
“Nos han invitado/ a un gran banquete/ Habrá postre helado/ nos darán sorbetes/ Han sacrificado jóvenes terneros/ para preparar una cena oficial/ Se ha autorizado un montón de dinero/ pero prometen un menú magistral.” Así comienza la canción “El banquete”, el tema que abre el segundo disco de Virus, editado en 1982. Un lectura errónea de la historia suele advertir que la canción refiere a la invitación que la banda recibió para participar del Festival de la Solidaridad Latinoamericana, que reunió a la primera plana del rock argentino en el estadio de Obras Sanitarias el 16 de mayo de 1982. La banda nacida en La Plata se negó a participar de aquel evento organizado por la dictadura para recaudar fondos, abrigos y comida, que nunca llegaron, para los soldados que estaban peleando en la Guerra de Malvinas.
El argumento oficial señaló la lesión de uno de sus guitarristas. Sin embargo, detrás de esa decisión se escondía una razón mucho más poderosa. Los Virus, sobre todo los hermanos Federico, Julio y Marcelo Moura, entendían que la dictadura estaba “usando” a la juventud. La mirada histórica de quienes allí participaron, convencidos de que se estaba llevando adelante un mensaje que rechazaba el conflicto bélico a partir de la por entonces histórica postura pacifista del micromundo rockero autóctono, con el paso del tiempo se fue acercando a aquella mirada que también compartió la banda Los Violadores, otra de las bandas que se negaron a subirse a aquel escenario.
La canción en cuestión hablaba de un acontecimiento político un tanto menos recordado y no por eso menos importante, La Multipartidaria Nacional que en 1981 reunió a los principales partidos políticos del país para exigir una salida democrática a la Junta Militar que se sucedía en el poder desde marzo de 1976. Más allá de la postura ideológica, el desencanto de los Moura estaba cruzado por una historia personal, el mayor de la familia, Jorge, engrosa la lista de desaparecidos platenses en los años más duros de la dictadura.
Jorge Moura era el hijo mayor de Jorge Federico “Pico” Moura y Velia Oliva, había nacido en Berisso a comienzos de 1949. Desde muy chico se destacó como jugador de rugby, estudió en el Colegio Nacional “Rafael Hernández” y a finales de la década del sesenta ingresó a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de La Plata. Comenzó a militar en la Juventud Guevarista del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y luego del ERP, donde participó en diversas acciones directas, algunas de las más recordadas de la agrupación armada.
“Jorge veía desde su punto de vista una sociedad que no le gustaba, y Federico también, pero en un plano muy distinto, muy diferente. Jorge decidió modificarla desde lo social y político, y Federico desde lo artístico”, supo decir “Pico” al recordar a dos de sus seis hijos, precisamente los que llevaron sus nombres. “Federico siempre tuvo la idea de producir una música en cierto sentido revolucionaria, y escaparse de los esquemas, de los dogmas”, agregaba respecto al músico que le cambió la cara a la música nacional desde comienzos de la década de los ochenta, a la cabeza de la banda que formó junto a sus hermanos y un grupo de amigos platenses.
Era 1977, Marcelo tenía 16 años y había empezado a acompañar a Jorge en su trabajo de repartir mercadería en comercios de la capital provincial. Él conocía muy bien la militancia de su hermano y en reiteradas oportunidades escuchaba y analizaba las conversaciones que, entre compañeros, solían darse incluso en el living de su casa. También estaba al tanto del peligro. Jorge se lo había explicado y se lo había mostrado mientras desandaban la calle en los años más duros de la dictadura.
En su libro “Virus”, editado por Planeta en 2014, Marcelo describe al detalle el momento en que su hermano fue secuestrado en su casa de City Bell. Fue el 8 de marzo de 1977. Habían pasado apenas diez minutos de las siete y media de la mañana. El músico se despertó con un fusil apoyado en la sien. Su habitación quedaba en un primer piso, desde donde lo obligaron a bajar. Mientras bajaba las escaleras vio a sus padres y sus hermanos sentados mientras un grupo de hombres, según cuenta con uniformes de la que entonces era la empresa prestataria del servicio de energía SEGBA, los apuntaban con ametralladoras. El jefe del operativo le explicó a los Moura que “desde hacía mucho tiempo” estaban buscando al mayor de los hermanos. Se referían a él con un nombre de guerra, Manuel. El operativo era mucho más grande de lo que podía suponer desde adentro de la casa. Había gente en los techos y en los jardines de la familia.
“En un momento dado, sonó el teléfono y el jefe del operativo me tomó de un brazo y me hizo atender, al tiempo que apoyaba la ametralladora en mi cabeza”, relata Marcelo en su libro, “era un amigo mío que quería venir a jugar al fútbol a casa”. “Rápidamente lo despaché argumentando que me iba a almorzar con mi familia y colgué, el jefe me felicitó por mi eficacia. Fue sin dudas la felicitación más desgraciada que recibí en mi vida. Volviendo por el pasillo le dije que le quería pedir sólo un favor, que cuando llegara mi hermano me dejara darle un beso (ya que sabía que no lo vería más) a lo que me contestó: Por supuesto, mi amor”.
“Volví al sillón a intentar que funcionara la telepatía. No sé si segundos, meses o años después (ya que el tiempo en esas circunstancias transcurre de otra forma), sentí mucho movimiento; había gente apostada en los techos, en el jardín y por supuesto por toda la casa. Se acercó entonces el jefe y otra vez tomándome del brazo me llevó y me dijo: 'Vení, que vas a darle un beso a tu hermano'. Mientras transitaba por el pasillo rodeado de hombres armados se hizo un silencio que me heló la sangre y vi entonces entrar a Jorge por la puerta con absoluta tranquilidad, hasta que me vio rodeado de gente armada y clavó su mirada en la mía. Podría escribir un libro entero acerca de todo lo que decía esa mirada. Sé que cuando uno muere no se lleva nada, yo les puedo asegurar que aún después de muerto conservaré esa mirada. De atrás, un cobarde le dio un golpe con la culata del fusil y Jorge cayó al piso. El jefe, con una sonrisa diabólica, me dijo: 'Ahí tenés el beso, mi amor'. Esa fue la última vez que vi al hombre más maravilloso que he conocido”.
Tras secuestrarlo, el grupo de tareas llevó al mayor de los Moura a La Cacha, el centro de detención clandestina que funcionaba pegado al Penal de Olmos. Allí lo torturaron durante casi un mes, para luego trasladarlo a Campo de Mayo. En algún momento de ese periplo, alguien se comunicó con Velia y le propuso ver a su hijo. La madre aceptó. La vendaron, la subieron a un auto que dio muchas vueltas para “perderla”, la bajaron en el Parque Pereyra Iraola y le “trajeron” a Jorge. Estaba muy golpeado, lo último que supo la familia Moura fue que su hijo había pasado sus últimos días “en un agujero sin ver la luz” y había decidido no hablar y que, por esa razón, sabía que lo iban a matar. “¡Olvídese de lo que ha visto!” dijeron los militares luego de volverlo a subir a la furgoneta en la que lo habían trasladado.
En el libro “Virus, una generación”, que Daniel Riera y Fernando Sánchez publicaron por primera vez en 1995, Pico confiesa que desde el momento del secuestro se hicieron muchas gestiones, “a pesar de que uno sabía que eran infructuosas y conocía el cinismo con el que se manejaban”. “Han desaparecido tantos muchachos, era terroríficamente real cómo se apoderaban de chicos, los liquidaban con un tiro en la cabeza, los tiraban al río, y cínicamente decían que habían desaparecido”, señala el padre de la familia que no llegó a ver el momento en que la Justicia condenó, en el año 2014, a algunos de los responsables directos del asesinato del primero de sus hijos.
El 10 de diciembre de 1983, a la par del regreso democrático, Virus lanzó su tercer disco, “Agujero interior”. En el despegue definitivo de su carrera, la banda aportaba allí una canción que habló directamente sobre el secuestro y la desaparición de Jorge. “Hermano, quiero apretarte la mano/ sabemos, que ellos nos han separado/ Parece ser un mal general/ que va haber que solucionar/ tenés que estar en cualquier lugar/ que pronto vamos a encontrar”, decía la primera estrofa de aquella canción que Federico firmó con Roberto Jacoby.