Por Sandra Russo
Milei es un negacionista básicamente de la realidad. Es un negacionista ejemplar, que se erige en fuente no de su verdad, sino de la verdad. Milei jamás podría hablar de su verdad relativa, esa expresión consensuadora y dialoguista de Néstor Kirchner. La de Milei es una verdad absoluta. Y el que no la comparte es un pelotudo.
Tan absoluta es su verdad como la de todos los mesiánicos. Milei no representa ni siquiera el pensamiento libertario: lo hace pasar por su infatigable narcisismo.
En este sentido es que venimos diciendo desde hace décadas que con el fascismo no se debate, que al fascismo se lo combate. Y no porque quienes combatan al fascismo, y ahí está la historia del siglo XX, sean “golpistas” sino porque la pelea es por la recuperación de la democracia.
El debate del DNU y la ley ómnibus en el Congreso ha sido paradigmático: no existió el debate. El fascismo lo impidió con su modo de operación política: manda una constitución sustituta que se debe aprobar sí o sí con urgencia, deja que el DNU entre en vigencia, no conforma la comisión bicameral que debe tratarlo, pero su vocero y su ministro de Economía ya explican el desmadre social que habrá en marzo y le echan la culpa al Congreso. Un hit de las psicopateadas diarias de un gobierno que no le habla a su pueblo sino a sus enemigos.
Davos dejó eso al descubierto. Fue un papelón histórico pero Milei se siente, como retuiteó, “la persona más importante del mundo”. El síndrome Zelensky. Un premio a los que ceden sus pueblos y sus recursos naturales al “eje de la gente de bien”.
Zelensky ofrece vidas ucranianas a una guerra que debió haber terminado hace mucho porque nunca la van a ganar. Milei ofrece dos generaciones argentinas a la hoguera de su fanatismo ideológico y su fetichismo pornográfico por el mercado, un vicio que comparte con Musk.
Somos conejillos de indias de un tipo que de verdad cree que el mercado no tiene fallos. Y lo dice mientras los fallos del mercado nos hacen la vida imposible y nos quitan la comida, el transporte, la electricidad, la vivienda, los remedios, el placer.
Eso es un fallo que no tiene en cuenta el orador, para quien la que viene fallada es la especie humana, que se resiste a abandonar formas gregarias de organización para sobrevivir a catástrofes como Milei.
No vamos a morir para demostrarle a Milei que el mercado y él mismo tienen fallos. Porque eso no los altera: que se mueran los que se tengan que morir.
Hay que luchar masivamente, pacíficamente, sin reservas. No hay debate posible. Hambre mata ficción.