Por FLOR DE LA V
El fin de semana, en el cumple de una amiga, un grupo de mujeres me preguntó cómo quería envejecer. ¿Eh? Mi cara de desconcierto disparó la repregunta: ¿como Madonna o como Vivienne Westwood? No supe qué responder, me quedé pensando. No tenía a estas dos mujeres como parámetro de lo que podría ser mi camino hacia la vejez. De hecho, la cuestión me genera tantas contradicciones, que no sé quién podría ser para mí un modelo. De por sí la pregunta me resulta algo contradictoria: ¿«quiero» envejecer? ¿Voy a querer mostrar que envejecí?
Volviendo a casa, la idea daba vueltas por mi cabeza. Por un lado, pensaba en Madonna. En los últimos años fue a fondo con retoques estéticos muy notorios, filtros en redes sociales y por estos excesos ha sido foco de varios ataques mediáticos. Por el otro, recordaba a Vivienne Westwood, diseñadora punk inglesa que decidió lucir de manera natural, sin tratamientos estéticos o cirugías de estiramiento facial, que no recurría a efectos para mostrarse en fotos o videos. Su bandera fue un estilo inspirado en el punk que supo imponer en la moda a principios de los años 80. Parecía llevarse bien con el paso del tiempo, rompiendo con los mandatos que decretan que las mujeres de cierta edad deben taparse los brazos, cortarse el pelo, no mostrar las piernas: en definitiva, ocultar la edad. Además, Westwood no se molestaba en exhibir un modelo de adulta mayor tradicional: la pudimos ver varias veces con su pelo naranja y desordenado, llevando remeras rockeras, por ejemplo. Nada de looks que asociamos con la imagen de una señora grande, nada de remitir a una abuelita dulce, complaciente. Mantuvo su rebeldía hasta el último día.
Recordando la fiesta, pensaba en que me resulta muy difícil imaginar una situación en la que le formularan la misma pregunta que me hicieron a mí a alguno de los hombres que estaban allí. ¿Por qué el foco del paso del tiempo siempre estuvo ubicado sobre la mujer? Oscar Wilde con su inteligencia aguda y su mirada crítica pudo captar lo que ocurría en la sociedad inglesa victoriana y en El Retrato de Dorian Grey puso el foco de la centralidad de la juventud sobre un personaje masculino, señalando sus inseguridades y erigiendo a la belleza como un valor muy importante para el ser humano, una virtud y una forma para escalar socialmente. Salvo esta obra, no conozco otras de nuestra cultura occidental que insistan sobre el tema y tengan el peso de la de Wilde. No siento que la cuestión esté instalada en el imaginario popular, tampoco. Jamás escuché, por ejemplo, que le indicaran a un hombre taparse los brazos o teñir su cabello, más bien son condenados si lo hacen. Probablemente frases como «qué bien envejecen los hombres», «las canas le quedan mejor», «los años lo hacen más interesante» les resulten familiares. ¿Por qué el paso del tiempo sigue siendo algo que aceptamos más que les ocurra a hombres que a mujeres?
El tema siempre estuvo presente en mi vida, no sé si es porque comencé a trabajar en este medio desde muy chica o por la cantidad de novelas y series que consumí en mi infancia, donde las heroínas siempre eran jóvenes, delgadas, rubias, bellas, de medidas ideales (90 60 90). Todo muy estereotipado y nada ingenuo. Mi adolescencia transcurrió en los años 90, con la cultura pop de las supermodelos hiperdelgadas, andróginas, una moda que llegó para quedarse. Calvin Klein o Abercrombie & Fitch eran los pilares a seguir para lxs jóvenes, marcas que imponían la delgadez y la belleza como armas de poder para lograr éxito o para formar parte de las listas VIP.
Todo esto no es ingenuo, ya sabemos que por mucho que ahora se insista con una ruptura de los modelos hegemónicos de belleza, los cánones ya instalados y siguen perpetuándose en toda clase de medios. El problema es que la mayoría de las personas se siente bien si está «dentro» de los parámetros, si responde al estereotipo. Incluso sabiendo que se trata de un valor artificial, de un modelo construido, es muy difícil no desear estar adentro.
No sé cómo voy a envejecer o si voy a estar viva a los 80 años para saberlo. Hoy le tengo miedo a las cirugías que intentan borrar el paso del tiempo. No considero que sea un pecado mortal mostrar que una ha vivido intensamente, pero tampoco tengo la certeza de saber que voy a poder escapar de esa presión y mandato. Es probable que no me anime a sacar los espejos de mi casa, como lo hizo Marta Lynch para no ver su decrepitud. Lo que de seguro no quiero perder de vista es esta conciencia: mi felicidad y mi bienestar no pueden depender de lo que pueda proyectar hacia afuera.