Saltar menú de navegación Teclas de acceso rápido
Recibí las notificaciones

DESBLOQUEAR NOTIFICACIONES

Siga estos pasos para desbloquear

Opinión del Lector

Feminista en falta: Sinead O´Connor y el dolor punk de no encajar

Mercedes Funes

Por Mercedes Funes

La cantante irlandesa murió el miércoles a los 56, un año y medio después de atravesar la tragedia más tremenda, el suicidio de su hijo adolescente. Pero toda su vida había lidiado con las secuelas del abuso y graves trastornos de salud mental que nunca pretendió ocultar.

A las chicas de los noventa nos decían que había que ser perfectas para raparse la cabeza a cero como ella. Pero Sinead O’Connor estaba lejos de ser perfecta, y era hermosa por eso: no le interesaba ocultarlo o nunca supo cómo hacerlo. Pensando en su infancia de abusos, se me ocurre que nadie le enseñó cómo encajar en el mundo y que eso fue tan parte de lo que la hizo distinta como de lo que volvió intolerable su propia vida.

La leyenda sobre su look es hija de esa misma rebeldía inspiradora para tantos, pero casi siempre dolorosa para ella: cuando estaba grabando The Lion and the Cobra, su primer álbum, un productor le dijo que tenía que verse más femenina –dejarse el pelo largo, usar tacos y minifaldas, maquillarse y escribir canciones menos desafiantes–; su respuesta fue ir a la peluquería de la vuelta y pedir que la afeitasen. No debe haber muchos gestos más punk en la historia de la música.

Tenía veinte años y sus influencias eran la poesía de Dylan y el glam de Bowie, pero su filosofía era naturalmente antidogmática; y es que no le había quedado otra que hacerlo a su manera, aprendió demasiado temprano que no había futuro. Hacía tiempo que había decidido usar el pelo corto y verse lo más andrógina posible, un poco para contradecir a una madre abusiva que la presentaba como la hija linda frente a su hermana, la fea, y otro poco para protegerse. “Era peligroso ser linda porque era abusada y violada en todas partes –dijo en 2017 en el talk show de Dr. Phil–. No quería que me violaran, no quería vestirme como una chica, no quería ser linda. Además las otras chicas te golpean cuando sos linda”.

¿Cómo no iba a despreciar la moda y a la sociedad una chica que había sido sistemáticamente violada y abusada de todas las maneras posibles por su mamá? Y sin embargo siempre dijo que la lágrima con la que conmovió a una generación entera en el video de Nothing Compares 2 U (la canción de Prince que reversionó en 1990 y se volvió su sello, contra su voluntad) era por Marie, esa madre que había hecho de su casa en Dublín “una cámara de torturas”, que le repetía que hubiese preferido que nunca naciera y cuyo acto más amoroso –decía– había sido morir en un accidente automovilístico cuando ella era adolescente. Ni siquiera eso pudo liberarla.

Habló de eso y de su salud mental mucho antes de que fueran temas mainstream y de que los artistas confiaran a diario en las redes sus luchas personales contra el estrés, la angustia y la ansiedad. Y anticiparse le costó caro. Cuando el miércoles su familia anunció que había muerto a los 56 años –un año y medio después del suicidio de su hijo Shane, de 17 años–, las redes reprodujeron al infinito la intervención en Saturday Night Live que dañó para siempre su carrera y su reputación: Sinead en 1992 haciendo un cover de War, de Bob Marley, y rompiendo una foto del papa Juan Pablo II frente a la cámara mientras pronunciaba la palabra “evil”; Sinead denunciando con una performance escandalosa el encubrimiento de los abusos sexuales en la Iglesia.

“Luchen contra el verdadero enemigo”, se la ve decir entonces, hermosa y desequilibradamente punk, destruyendo en vivo también su propia imagen. Y es que en ella ser punk no era ninguna performance, sino su esencia. Cuando muchos años más tarde le preguntaron si se arrepentía, no lo dudó un segundo: “¡Por supuesto que no!”. En sus memorias –Rememberings (2021)–, escribió sobre aquel incidente que le valió el repudio generalizado –y violento– de sus colegas y de instituciones por los derechos civiles: “Soy una cantante de protesta. Tenía que sacarme eso de adentro. No me interesa la fama”.

Y es que para el mundo era más fácil asimilar su voz dulce e irremediablemente triste como la de un ángel pop que escuchar lo que tenía para decir y entender que una chica linda a pesar de ella misma podía ser tanto o más punk que Los Ramones o los Sex Pistols, sola contra todo y sin miedo alguno a las consecuencias. Hasta un ícono de empoderamiento femenino en la música como Madonna se burló de ella en su momento. Quizá porque era la evidencia de que el límite de su transgresión eran el marketing y las ambiciones que ella sí tenía, la visión y la cordura que la convirtieron en reina.

En cambio, O’Connor estaba enferma y jamás lo ocultó ni tuvo pruritos en compartir sus diagnósticos, ni sus intentos de suicidio, ni sus varias y recurrentes internaciones en “loqueros” –una palabra que reclamaba para sí misma–. Decía algo con lo que cualquiera que haya lidiado con problemas de salud mental podría identificarse. La imagen es tan poderosa que dan ganas de llorar como en Nothing Compares…: para ella ser bipolar o maníaco-depresiva era como una película de cowboys en la que alguien le dispara al tipo desde atrás y le deja un agujero gigante que le atraviesa la espalda.

Eso le dijo a su viejo amigo, el periodista Simon Hattenstone, en una entrevista para The Guardian dos años atrás, y le contó cómo la había ayudado la medicación –otro cuco expuesto en público–, a la que accedió tarde, hasta entonces sus únicos remedios habían sido la religión y la música: “Así solía sentirme. Sentía que caminaba por la vida con un enorme agujero de mierda en el cuerpo. Y un día después de tomar mis pastillas sentí que me habían puesto cemento y me habían rellenado ese agujero”. La muerte de su hijo volvió a abrirlo de forma irreparable.

Se había casado cuatro veces, pero como cantaba en la canción con la que volvió al ruedo después de un largo impasse, en 2000, nunca quiso ser “la mujer de ningún hombre”. La verdad es que Sinead no era de nadie. Ese año se declaró lesbiana, pero se retractó más tarde: “Soy tres cuartos heterosexual y un cuarto gay”, le dijo a Entertainment Weekly en 2005. Inasible. Inclasificable. Incapaz de encajar en ningún traje. Total y definitivamente punk aunque hasta esa estética –y esa ética– que en un varón hubiera sido aceptable, en ella resultara repulsiva, más propia del enojo y la locura que de la convicción verdadera. Un talento maldito y el dolor de un mundo que nadie le enseñó a atravesar con disimulo, eso que nos enseñan las buenas mamás a las chicas.

Es triste y es injusto y eso sí lo había aprendido: “Estoy harta de ser definida como la loca o la sobreviviente del abuso infantil –le dijo a Dr. Phil en 2017–. Ella (su madre) era la que manejaba la cámara de torturas. Ella era la que encontraba placer al lastimarme”.

Dejá tu opinión sobre este tema

Noticias destacadas

Más noticias

Te puede interesar

Newsletter

Suscribase a recibir información destacada por correo electrónico

Le enviamos un correo a:
para confirmar su suscripción

Teclas de acceso