Por Xus D Madrid
Solo la propuesta de este tema supone para algunos una provocación. Con seguridad hay quien se siente rechazado simplemente ante el título. No cabe duda de que estamos ante un tema muy complejo, incómodo, del que es difícil hablar con objetividad. Con un planteamiento estrictamente cristiano somos conscientes de que no podemos mirar a otro lado. Desde un punto de vista práctico surgen infinidad de problemas y dificultades.
Al parecer, en estos días se está estableciendo un auténtico récord en el número de los que llegan a costas de Canarias. Los números son agobiantes para cualquier autoridad local. Y no deja de ser un problema logístico grave para las autoridades estatales. Pero al mismo tiempo, en el momento en que pensamos no en el número sino en cada persona que ha llegado y sus circunstancias y por qué se está jugando la vida, surge el estremecimiento y la preocupación. ¿Qué podemos hacer?
El Papa, en la última encíclica nos dice: Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes. Al mismo tiempo se argumenta que conviene limitar la ayuda a los países pobres, de modo que toquen fondo y decidan tomar medidas de austeridad. No se advierte que, detrás de estas afirmaciones abstractas difíciles de sostener, hay muchas vidas que se desgarran. Muchos escapan de la guerra, de persecuciones, de catástrofes naturales. Otros, con todo derecho, «buscan oportunidades para ellos y para sus familias. Sueñan con un futuro mejor y desean crear las condiciones para que se haga realidad» (Fratelli tutti, n. 37.