Por Xavier Lasso
Se cumplen casi diez años de las peripecias de Edward Snowden en su afán por llegar a Ecuador. Snowden había escogido Ecuador porque Julian Assange era huésped ilustre en la embajada en Londres. El Ecuador de esa época era otro, tenía sueños soberanos, se inscribía en las propuestas de la Patria Grande, la de Néstor, de Chávez, de Evo, Lula, estaba Lugo también, y jugaba por mi país Rafael Correa.
Julian Assange empezaba a ser conocido por su visión distinta del periodismo; no quería prestarle atención a lo que un cierto establecimiento periodístico, el de los grandes medios, le recomendaba: “practica periodismo responsable” que, nos es otra cosa, que empaquetar la información y el medio decidiendo hasta dónde abrir sus archivos
Chelsea Manning, en 2010, le entregó a Assange un montón de información sobre las barbaridades de “los gringos” en Afganistán, Irak y Guantánamo. Manning había contactado previamente al The Guardian británico y otros medios que no le pararon la más mínima pelota. Por eso recaló en WikiLeaks y le dio fama planetaria a Julian Assange. Él no dudó en practicar otras premisas que se pueden aplicar a lo que él mismo llama periodismo científico: tienes pruebas irrefutables que demuestran tus hipótesis, entonces: recibe, posee y publica.
Eso hizo Assange y, además usó lo que hoy, ante tantas fuentes, se conoce como “buzón seguro”: nadie tiene que saber de dónde viene lo que publicas. Más todavía: ponle una máscara a tu fuente y entonces dirá la verdad. Desde siempre hemos sabido que la máscara vela, pero contiene la verdad.
Hoy Assange está muy deteriorado, mental y físicamente, están precipitando su muerte con tanta tortura psicológica, con la extradición que parece aprobada por las Cortes Británicas a los Estados Unidos, país que le ha levantado 18 juicios, acusándolo de exponer a las personas que aparecen mencionadas en los cables publicados por WikiLeaks.
El gobierno del traidor Lenín Moreno, repleto de miserables, como el ministro de Relaciones Exteriores de entonces, José Valencia, entregó a Assange a la policía británica (que en el fondo era entregarlo a Estados Unidos), permitiéndoles entrar a la embajada de un país soberano y que se lleven al australiano, como a empellones. Se llevaron con él las nociones de dignidad que habíamos forjado desde una política exterior libre, que rechazaba la centralidad de los intereses de Europa y Estados Unidos. Moreno, subordinado a las ideas del sistema mundo, construidas desde el capitalismo más despiadado, nunca pensó en el daño que le hacía al periodismo libre, ese que de a poco intenta construir otro relato, uno que también tome en cuenta nuestras visiones, nuestros aportes, nuestra manera de entender ese mismo mundo.
Llama poderosamente la atención la indiferencia del conglomerado mediático, que dice defender la libertad de expresión, y que recibió los primeros aportes de WikiLeaks: The Guardian, LeMonde, Der Spiegel, El País y New York Times y que los usó como les dio la gana, guardándose mucha información, administrándola, infantilizando a las audiencias, como si no fueran capaces de zambullirse en los documentos que WikiLeaks había recibido.
Stella Morris, abogada y pareja de Assange, teme lo peor, la muerte incluida, clama al mundo un poco de justicia, nos enfrenta a los distintos sentidos de la libertad de expresión, su marido no es un “hacker”, es un periodista muy inteligente y que hoy, ante nuestra casi total indiferencia, se pudre en una cárcel de máxima seguridad en Londres. Dos visitas semanales no alcanzan, sus dos hijos tienen una imagen muy triste de su padre, llena de sombras, porque como en las cavernas, las cosas se proyectan sin poder verlas a plena luz.
Hay que liberar a Assange, todos necesitamos ese pedacito de libertad que nos hace falta. Que sepa Estados Unidos que buena parte de este planeta pondrá sus ojos en la justicia que el caso Assange demanda. Seremos millones, ríos de gente enfrentando a ese poder que estalla peligrosamente cuando es pescado con las manos en la masa. Assange corrió muchos velos, ese su delito; ese, al mismo tiempo, su gran aporte.
Xavier Lasso es comunicador, cientista social y ex vicecanciller de Rafael Correa.