Por Sergio Elguezábal
Acá están Betty y Mario, escuchando relatos verdaderos, otros sesgados, o directamente mentirosos, sobre lo que hicieron con uno de sus hijos cuando llegó al Hospital de San Isidro el 27 de julio de 2015 por una descompensación diabética. A una semana del juicio, les hago una foto tomados de la mano. En los intervalos ella reparte chocolates, sonríe con amabilidad, intercambia con familiares o los amigos de su hijo muerto que se turnan para venir. Dos por tres me dice con complicidad, “Así somos los de Bragado…”.
Nos conocemos desde antes porque tuve conversaciones con ellos durante la investigación para escribir el guion del documental Hermanos, que se estrenó hace poco y cuenta la historia de lo que le hicieron a su hijo menor. En nuestra primera charla descubrimos que habíamos nacido en el mismo pueblo. Desde entonces, nos abrió cordialmente su casa, me mostró fotografías, papelitos, dibujos y objetos de Ale, mientras convida masitas y prepara rico café. Hablamos de la vida y hasta de amores contrariados o desamores. Betty tiene un extenso recorrido como abogada de familia y posee una sensibilidad especial, así que sabe bastante de eso. La quiero tanto.
Conectamos fácilmente quizá por eso de conocer los mismos bancos de las calles de un pueblo o la cadencia que tienen los adioses en Bragado. Ama a sus hijos y nietos. Sonríe y le brillan los ojitos cuando habla de ellos. Como Mario que, además, siempre está atento a lo que ella pueda decir o necesitar. Mario también es abogado y denunciante en la causa. Permanece quieto y espera sereno. Mira con dulzura a Mariano, su otro hijo, y dialogan en secreto con sus miradas. Mariano está como un toro, con esa bravura, sentado en primera fila, de cara al juez y a metros de los acusados. Es el que lleva adelante el derrotero: justicia para su hermano Ale. Pide justicia en los murales de sus películas, en los auditorios de los festivales donde participa, en la radio, en los diarios y en la televisión, les pide justicia a las instituciones y al hombre que en este caso las representa: un juez de apellido Ocampo.
Alejandro Cohn cumpliría hoy 44 años. A esta hora un fiscal hace su alegato en los tribunales de San Isidro para demostrar la culpabilidad de los médicos y un sistema de salud que le provocó la muerte cuando tenía 35 años. Sí, pasaron casi 10 años y todavía estamos en veremos para saber si habrá o no justicia. La semana pasada, durante una visita de reconocimiento al hospital, se acercó una mujer para denunciar un caso similar. ¿Se imaginan la cantidad de personas que hay entre nosotros transitando situaciones similares?
Justicia por Ale, justicia para Betty, para Mario, para Mariano y para cientos de otros nombres que viven llenos de dolor e impotencia ante la falta de actualización de las herramientas y los procedimientos judiciales, frente a la lentitud y falta de medios, por la desatención y las incapacidades del sistema para conectar con el sufrimiento de los otros.
Justicia para no transformarnos en seres de piedra, justicia para resguardar la sagrada capacidad de conmovernos.