Por EDUARDO J. VIOR
Al desistir el presidente Fernández de la reelección, creó un vacío que debe ser ocupado pronto por las fuerzas políticas nacionales, si no queremos que lo llenen potencias extranjeras.
Esta columna de opinión sólo se ocupa de la política mundial y/o de la regional, pero la decisión del primer mandatario argentino de no competir por la renovación de su mandato ha tenido inmediatas repercusiones en Washington y Pekín. Argentina tiene un lugar central en todos los planes para la transición energética de la economía mundial y cualquier signo de inestabilidad en nuestro país hacer saltar las alarmas en las dos capitales del nuevo orden mundial en gestación. China ha comenzado inmediatamente a mover sus fichas para llenar el vacío de poder que se ha producido y EEUU la seguirá pronto. A ellas se suma el accionar de la internacional ultraderechista que busca anular la soberanía del Estado nacional para fragmentar y saquear nuestro territorio. Argentina está tironeada por el conflicto mundial y, como en ocasiones anteriores de su historia, en la disyuntiva entre recuperar su independencia o ser disgregada por las grandes potencias mundiales.
El pasado viernes 21 el presidente Alberto Fernández dirigió al país un mensaje de siete minutos en el que anunció que desistía de buscar la reelección en el cargo. Al mismo tiempo manifestó su voluntad de continuar ejerciendo su mandato hasta el próximo 10 de diciembre. Durante el tiempo restante de su gobierno, dijo también, se va a encargar de acompañar la política económica del ministro Sergio Massa y de arbitrar la selección de los candidatos que presentará el Frente de Todos.
Sin embargo, a nadie escapa que al desistir de un segundo período el primer mandatario ha perdido gran parte de su autoridad. Es lo que en la jerga política norteamericana se define como “un pato rengo”. Debido a las condiciones que impuso la renovación del crédito del FMI acordada en febrero de 2022 la tasa de inflación ya supera el 100% anual, se está aplicando una política de ajuste que lleva a la recesión y el país sufre una crónica escasez de divisas que obliga todos los meses al gobierno a pedir la ayuda de Estados Unidos, para que el Fondo y los organismos multilaterales de crédito ayuden a que Argentina cumpla con las obligaciones contraídas. Sólo esta tarea requeriría un poder ejecutivo capaz de controlar adecuadamente las principales variables económicas. Ni hablar de mantener la calma durante una larga campaña electoral en la que la ultraderecha muestra su voluntad de quebrar todos los consensos democráticos.
Agudizando aún más la vulnerabilidad externa de nuestro país, se conoció el domingo 23 la denuncia del Director argentino en el FMI, Sergio Chodos, contra el exministro de Hacienda Hernán Lacunza, el exministro de Hacienda y Finanzas Públicas Alfonso Prat Gay y el extitular del Banco Central Guido Sandleris, todos funcionarios del gobierno de Mauricio Macri, que estarían intrigando en EEUU, para que se nieguen más transferencias de fondos a nuestro país. La finalidad evidente es llevarnos a la cesación de pagos, a una macrodevaluación y a una hiperinflación. Lo hicieron contra Alfonsín en 1988, contra Cristina en 2014/15 y lo repiten ahora. Quieren crear el caos que la ultraderecha necesita para justificar un schock que desarticule el Estado y desintegre el país. Detrás de esta maniobra está la internacional ultraderechista liderada por Steve Bannon, exasesor de Donald Trump, en la que son miembros activos el expresidente del gobierno español José María Aznar, la Reina Máxima de los Países Bajos, el Emir de Catar y la familia Bolsonaro entre otros.
Esta operación ultraderechista coincide temporalmente con la creciente presión del gobierno norteamericano sobre el alineamiento internacional de nuestro país. Durante abril se sucedieron las visitas de la subsecretaria de Estado Wendy Sherman, del presidente de la Comisión Reguladora Nuclear, Christopher Hanson, y de la jefa del Comando Sur, la generala Laura Richardson. Todos ellos advirtieron a nuestros funcionarios que la continuidad de la ayuda estadounidense ante el FMI y los organismos internacionales de crédito depende de que no se pongan en ejecución los acuerdos ya firmados con la República Popular de China, especialmente de los dirigidos a la construcción de Atucha 3, y de que la Fuerza Aérea Argentina (FAA) no adquiera allí los cazas de combate que necesita para nuestra defensa aérea.
Añádase a esta confluencia de desgracias la sequía más grande de los últimos 90 años. Según datos oficiales, la tercera temporada seca consecutiva ha producido al erario nacional pérdidas por más de 20.000 millones de dólares en concepto de exportaciones perdidas.
En el otro rincón del ring en la pelea por el liderazgo mundial China presiona para que nuestro país cumpla lo firmado. Tras participar de un foro sobre la modernización, con empresarios y catedráticos, el pasado viernes 21 el embajador argentino en China, Sabino Vaca Narvaja, apareció públicamente en Shanghai junto con la presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo de los Brics (NBD, por su nombre en inglés), la exmandataria brasileña Dilma Rousseff; y el nuevo canciller chino, Qin Gang, para promover el ingreso de Argentina a esta institución crediticia. Este martes, además, al encabezar junto con las autoridades chinas el acto por el 40º aniversario de la Corporación Nuclear Nacional de China en el Extranjero (CNOS), el dinámico diplomático pidió a la República Popular que financie la totalidad de la construcción de la cuarta central nuclear nacional, Atucha III.
Hace un mes el embajador vino al país y en una entrevista que dio durante su visita aseguró que “habrá más cosas” que lo ya conocido (represas, ferrocarriles, inversiones en la extracción y elaboración de litio, cobre, respecto a nuestro ingreso al BRICS, entre otros) y manifestó que quiere “que lo capitalice Massa cuando viaje a China”. El viaje del ministro a Pekín estaba previsto para mayo, pero hace poco fue pospuesto a junio, aún sin fecha fija. La embajada norteamericana está presionando enérgicamente, para que el responsable económico cancele su viaje y el Ministerio de Relaciones Exteriores ha puesto numerosas trabas a la concreción del periplo asiático.
El gobierno norteamericano ejerce sobre América Latina una enorme presión, para interrumpir el aumento de los intercambios de la región con China y limitar las inversiones del país asiático, especialmente en la minería, las comunicaciones (5G) y la defensa, pero tiene poco que ofrecer. Estados Unidos no está en condiciones de invertir en la industria de la región ni en grandes obras de infraestructura. Washington tiene un enorme déficit comercial, que en 2021 llegó a 1,182 billones de dólares, que representa un 5,15% de su Producto Bruto Interno. En 2020 ese guarismo había alcanzado los 975.906 millones de dólares, el 4,7 % de su PBI. La contracara es China, que duplica las exportaciones de Estados Unidos y que además alcanzó en 2021 un superávit en su balanza comercial de 676.430 millones de dólares, un 3,81 % de su PBI.
Impotente para competir con China, EE.UU. acude a la presión diplomática y a las amenazas. Sin embargo, como quien mucho abarca poco aprieta, sus líderes políticos y militares no podrán mantener el apriete por mucho tiempo. Si Ucrania es derrotada por Rusia o el intervencionismo estadounidense fracasa en alguno de sus muchos emprendimientos en Asia y África, el Departamento de Estado y el Comando Sur deberán acudir a resolver problemas más graves que la crisis argentina.
En agosto el presidente Alberto Fernández está invitado a participar en la cumbre del BRICS en Sudáfrica, en la que nuestro país se incorporaría al bloque de países emergentes. Al hacerlo, entrará también al Banco del bloque y se sumará a la progresiva desdolarización del comercio que promueve también el presidente Lula. Brasil nos necesita allí, para poder representar a América del Sur y jugar en la primera liga de la política mundial. Juntos, además, estaríamos en las mejores condiciones para negociar con las grandes potencias. Dar este paso, empero, va a acarearnos serios conflictos con Washington y con la ultraderecha local. El presidente no está en condiciones de afrontarlos.
Argentina ha entrado de lleno en la campaña electoral. Los candidatos suben y bajan, Las alianzas se tejen y destejen. El Frente de Todos está débil, pero no vencido. Las distintas expresiones de la derecha están fortalecidas, pero aún no pueden cantar victoria. Para ayudarlas, se han puesto en movimiento las mismas máquinas especulativas que tumbaron a Isabel Perón en 1976, a Raúl Alfonsín en 1989 y que desestabilizaron a Cristina Fernández entre 2014 y 2015. Para poder resistirlas se requiere un poder fuerte que imponga tranquilidad a la política y al mercado hasta las elecciones y que garantice la transición. Ese poder debe también restablecer el no alineamiento de nuestra ubicación internacional equilibrando los buenos lazos con Washington con los mejores hacia Pekín. Sin la pronta recuperación del poder soberano del Estado seremos un juguete que va de mano en mano en la competencia por el poder mundial.