Por Marina Kienast
Javier Milei ha sido el único que, con números precisos, se refirió a la gravedad de la crisis educativa.
Desde la vuelta de la democracia, la crisis educativa ha sido una realidad silenciada en los discursos de asunción presidenciales. Los anteriores presidentes han hablado de la importancia de que la educación sea pública, gratuita, o de que sea moderna. Si bien suena “atractivo”, el tiempo demostró que no eran más que palabras vacías.
Javier Milei ha sido el único que, con números precisos, se refirió a la gravedad de esa crisis. Eso sí, con los pocos datos que hay, porque llevamos décadas de gobiernos que nos acostumbraron a la falta de transparencia y evidencia en la toma de decisiones. Gobiernos donde la educación se convirtió en un concepto vacío de contenido, reducido a palabras que jamás se tradujeron en políticas públicas efectivas. Gobiernos donde la política hizo a la educación y no la educación a la política. La educación pasó a no ser más que un relato para los políticos, una fórmula de frases y afirmaciones que buscan traer tranquilidad y esperanza a los argentinos, pero que sin un plan de acción claro (si es que hubo planes de acción), terminan siendo inconducentes.
El primer paso para afrontar una crisis es sincerarse con ella. Luego de décadas de mandatarios que miraron para otro lado, tal vez estemos por primera vez en mucho tiempo frente a uno con el coraje suficiente como para desafiar el status quo de la educación argentina para salvarla. El tiempo dirá si realmente está dispuesto a hacerlo y si sus métodos son los adecuados.
En sus primeros días de gobierno, declaró la esencialidad de la educación en su DNU, algo por lo que muchos vienen luchando hace años. El decreto dicta que los servicios declarados esenciales tienen que funcionar, como mínimo, a un 70%. Esto limita los paros docentes que hoy privan a los estudiantes de tantos días de clases. Siendo testigo de la polémica generada por las “formas” de las medidas que componen al DNU, me parece importante resaltar que es el momento de hablar de urgencias y de lograr los consensos necesarios para su correcta implementación. La educación no puede esperar más.
Milei también envió al Congreso una ley que, si bien no es suficientemente profunda para revertir la situación de nuestro tan golpeado sistema educativo, sí presenta cambios interesantes que podrían sentar las bases necesarias para un nuevo rumbo en la Argentina.
Según las Pruebas Aprender 2023, casi la mitad de los chicos de sexto grado no sabe resolver ejercicios básicos de matemática. Y, si bien la pandemia pudo haber influido mucho, no es en absoluto la única causa de esta crítica situación, ni siquiera la principal. El propio sistema educativo anacrónico y la falta de políticas eficientes, basadas en datos y evidencia empírica, lo son.
A pesar de ser escasos, los datos disponibles son tan negativos que nos permiten igualmente mirar a los ojos la crisis educativa que tenemos en puerta. Solo conociendo muy bien el estado de nuestra educación vamos a poder proponer una mejora real. La propuesta de la Ley Ómnibus de realizar una evaluación censal a los alumnos que se egresan y de evaluar a los docentes para revalidar sus conocimientos parece ir en ese camino. Reconocer, analizar, evaluar, proyectar.
Esto es fundamental no solo para los chicos, sino también para los padres, que tampoco contamos con datos para tomar decisiones informadas. Hoy es imposible saber el nivel de la escuela a la que mandamos a nuestros propios hijos, menos en relación con otras. La información existe, pero no es pública. La modificación del artículo 97 de la ley de Educación Nacional viene a cambiar eso y, en caso de aprobarse, vamos a poder conocer el rendimiento de las escuelas, dato fundamental para poder rendir cuentas y también para entender cuáles son las principales falencias en las que tenemos que poner especial foco para mejorar.
El proyecto propone otro cambio positivo: permitir que los menores de edad puedan realizar clases a distancia. Esta medida es resistida por aquellos que ponen como única causa de nuestra catástrofe educativa a la pandemia. La realidad es que la culpa no es de la virtualidad, la culpa es de nuestro rígido y anticuado sistema educativo que no está preparado para educar a chicos de este siglo. Los defraudaremos aún más si les negamos el acceso a herramientas y metodologías que podrían mejorar su gestión del tiempo. Si tanto los estudiantes como los docentes están de acuerdo en que puede ser beneficioso tener algunas clases de forma virtual, sería un grave error prohibir la modalidad híbrida en la escuela para todos simplemente por temor a que algunos la utilicen de manera incorrecta.
Los cambios propuestos por la Ley Ómnibus parecen ir en el rumbo correcto, pero no son el destino final. Todavía queda mucho trabajo que hacer. Nuestro sistema educativo necesita una reforma profunda. Llevamos casi doscientos años viendo a los chicos como un número, como un robot al que se agrega conocimiento. Es imprescindible terminar con esa concepción para lograr un cambio.
Al momento de realizar la reforma, hay que recordar quiénes son los encargados de las políticas educativas: los gobiernos provinciales. Por ende, de su éxito o fracaso. El gobierno nacional es el responsable de elevar la vara, pero son las provincias las responsables de que la educación pueda superar sus propias barreras.
A la Ley Ómnibus le agregaría algo que considero urgente, y es la posibilidad de ampliar la oferta educativa sumando alternativas distintas a la escuela como la conocemos, estandarizada, que deja a muchos chicos afuera. La educación del futuro es flexible y heterogénea. Los chicos no son números de serie. Hay que expandir el horizonte y permitir que nuevas modalidades irrumpan en el sistema. Para que los chicos sean realmente libres, no solo tienen que estar educados sino también tener opciones reales para elegir.
Dejemos de encorsetar los métodos y modalidades educativas a un solo formato. Animémonos a explorar, descubrir y analizar nuevos, con una mayor libertad en los procesos y con responsabilidad en los resultados. Aprendamos de los ejemplos que han funcionado en el mundo y adaptémoslos a nuestras realidades, animémonos al cambio o sigamos viendo cómo lentamente se destruye la calidad educativa en Argentina y, con ella, los sueños de nuestros chicos.