Por Vanesa D´Alessandre
Vanesa D´Alessandre, investigadora asociada del Programa de Educación de CIPPEC, Dra en Sociología (UNSAM), Magister en Política pública y desarrollo humano (FLACSO) y Licenciada en Sociología (UBA) analiza las consecuencias de la pandemia en los sistemas escolares de todo el mundo.
Durante los últimos días se fortaleció el consenso sobre la urgencia y la posibilidad de regresar a las aulas. Aunque será una presencialidad diferente, hay motivos para celebrar que el retorno a las aulas esté en agenda. Marzo está a la vuelta de la esquina y la posibilidad de planificar el regreso desde el consenso lleva a pensar que el reencuentro de las y los estudiantes con sus docentes pronto será realidad.
A nivel mundial el ciclo lectivo 2020 dejó en claro que la escuela presencial es insustituible. La suspensión de las clases presenciales fue una medida necesaria ante la urgencia, pero su sostenimiento en el tiempo puso en riesgo los aprendizajes, los lazos de los estudiantes con sus compañeros, con sus docentes y sus escuelas, y profundizó las desigualdades preexistentes.
La evidencia internacional es alarmante. En Alemania un estudio reciente comprueba que en confinamiento los estudiantes redujeron a la mitad el tiempo que destinaban a estudiar. En Holanda, luego de ocho meses de suspensión de las clases presenciales, los estudiantes de primaria aprendieron entre un 20 y un 30% menos de contenidos de los que aprendieron sus compañeros de la cohorte inmediatamente anterior. Entre los estudiantes de estratos sociales más desfavorecidos esta proporción supera el 55%. Un estudio realizado por el Ministerio de Educación chileno junto con el Banco Mundial señaló que los estudiantes de menores recursos incorporaron un 95% menos de contenidos y los de mayores recursos un 64% menos luego de la suspensión de las clases presenciales por 10 meses. Por su parte, en Argentina, alrededor de un millón de los estudiantes matriculados en los tres niveles obligatorios se desvincularon del sistema educativo durante el 2020.
Aunque el escenario epidemiológico es incierto, la escuela presencial es la meta del ciclo lectivo 2021. Sostener este consenso depende de nuestra capacidad para generar espacios seguros e impulsar estrategias educativas flexibles para gestionar la intermitencia que muy probablemente imponga el contexto sanitario.
Durante el 2020, el desafío de educar sin clases presenciales aceleró el desarrollo de capacidades para enseñar y aprender en entornos mediados por tecnologías digitales. La vacunación masiva posibilita instancias de encuentro que hace apenas unos meses eran impensables. En consecuencia, los modelos educativos híbridos que combinen interacciones presenciales con el trabajo a distancia es una de las claves para afrontar los desafíos de educar con distanciamiento. En paralelo, el semáforo epidemiológico en vigencia desde octubre del 2020 es un instrumento potente para gestionar la educación durante el período en que se extienda la pandemia. Su potencial para articular información epidemiológica y educativa territorializada habilita a que las autoridades educativas de los diferentes niveles de gobierno tomen decisiones oportunas y situadas fundadas en criterios comunes acordados previamente.
Hoy contamos con más recursos para educar en la adversidad que al inicio de la pandemia. Recuperar la presencialidad es urgente, y la vuelta a las aulas hoy es posible. Las clases presenciales son imprescindibles para recuperar los aprendizajes, identificar a los estudiantes con trayectorias escolares debilitadas, revincular a aquellos que interrumpieron su escolarización y fundamentalmente, para evitar que estas consecuencias se extiendan y profundicen en el tiempo.