Por Carina Cabo
Necesitamos un docente que contextualice el conocimiento, que use pedagógicamente los dispositivos tecnológicos y que incluya desafíos cada vez más complejos.
La escuela secundaria sigue siendo tema de debate. Por un lado, están quienes consideran que debe mantener su formato y volver a transitar las prácticas de décadas anteriores y, por otro, estamos quienes consideramos que debe experimentar un cambio estructural y profundo.
Hace unos años, la película “La mirada invisible” dirigida por Diego Lerman mostró una fotografía de cómo funcionaba este nivel de enseñanza en los años 80. El comienzo del film es impactante, diría escalofriante, especialmente para quienes vivimos una institución escolar que vigilaba para castigar, términos que Foucault refirió para denunciar los abusos de las instituciones de encierro, tales como el convento, la cárcel, el cuartel, el hospital, la fábrica y la escuela. En esta película estas conductas abusivas eran llevadas a cabo por una preceptora que recorre baños, se esconde y denuncia a quien no cumple con la norma, en un personaje de reprimida y represora.
Sin embargo, desde hace dos o casi tres décadas hay otras formas de transitar la secundaria. El autoritarismo que muchos padecimos en la escuela dejó lugar a espacios más democráticos. En palabras de Serres (2013), “los prisioneros se liberan de las cadenas de la caverna milenaria que los ataban, inmóviles y silenciosos, a su lugar, con la boca cosida y el culo sentado. Entonces los cuerpos se movilizan, circulan, gesticulan, llaman, se interpelan e intercambian de buena gana. La charla sucede al silencio y el barullo a la inmovilidad”. Teléfono celular en mano, los jóvenes de hoy acceden a cualquier persona; llegan, por GPS, a cualquier lugar y por la Red, a cualquier saber.
Entonces, ¿cómo transformar las prácticas escolares para atender a la diversidad, donde se promueva la participación de los estudiantes, donde se logre una enseñanza más horizontal y donde la autonomía y la cooperación sean parte de los aprendizajes?
Si tomamos la metáfora del caleidoscopio, instrumento óptico que produce un efecto visual muy atractivo, compuesto por tres espejos enfrentados que forman un prisma triangular, y, al moverlo, da lugar a fascinantes formas y colores, podremos ver un conjunto de elementos heterogéneos en la escuela y la posibilidad de generar diversas figuras según los movimientos que se realicen.
Es decir que, a pesar de no poder hacer cambios estructurales, se puede planificar otros modos de enseñar y aprender en el aula y romper con la mirada homogénea que tenga en cuenta las características de las adolescencias – hoy atravesadas por pantallas- y proponer otras experiencias en el aula que sean motor de cambio en pos de la mejora de la enseñanza y del aprendizaje. No podemos seguir enseñando como antaño cuando los jóvenes aprenden de otra manera; es por eso que necesitamos un docente que contextualice el conocimiento, que use pedagógicamente los dispositivos tecnológicos y que incluya desafíos cada vez más complejos.
Y como en el caleidoscopio, si bien hay ciertas piezas que pueden cambiarse en la cronología, el orden no puede ser absolutamente aleatorio, hay un principio más o menos marcado y un final claro. Y de eso se trata la escuela secundaria, más allá de los ortoedros, prismas y pirámides o poliedros regulares que encontremos, el docente es el mediador y el organizador de la enseñanza, quien con suma habilidad y movimiento de piezas podrá lograr el aprendizaje real, profundo y significativo.