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Opinión del Lector

La insoportable levedad del lobby

Alejandro Marmo

Por Alejandro Marmo

Escuché en el ascensor de un edificio céntrico una charla de tres hombrecitos, uno de ellos era gris. La conversación fue breve y se los veía preocupados por su corta agenda para conseguir nuevos trabajos. Mientras el más decidido dijo: “yo puedo ofrecer contactos”.

Se bajaron en el 4to. piso, y abrazando un portafolio, saludaron con un “buenas tardes” al irse. Quedamos dos, como queriendo transformar la liviandad de un vínculo de ascensor. El suceso dejó un silencio sonoro hasta el piso 19, donde bajamos y nos miramos de reojo.

Me hizo recordar aquella escena del “Secreto de sus ojos” y ese viaje eterno cuando sube uno de sus personajes y logra el momento de miedo y violencia, sin ejercerla.

-“A veces lo que suena superficial puede terminar siendo traumático”-me dijo el abuelito que me acompañó hasta la puerta de salida cuando me retiré de la torre, después de una hora y media.

Como si fuese una sincronicidad de violencia tácita en lo aparentemente sano y amable, me vino una asociación directa entre dos palabras. Las escuché por primera vez en los ´90 y vibran en la misma etimología de lo liviano: Ligth y lobby.

Aquellos años promovieron una renovada versión de la filosofía “Isidoro Cañones”, donde el "fin de siècle" derramó exclusión. De pronto me vi, buscando apoyo en un bar donde la mitad eran borrachines y la otra mitad, borrachines sin laburo, cuando me presentaron un falso curador. Lo único que merecía respeto fue que su familia de san Martín era hincha de Chacarita.

La experiencia personal que me viene a la mente ahora es cuando en el mundo de la “cultura” me recomendaron que hiciera florcitas.

Con esa estructura artificial se corrompe la verdad de un pensamiento genuino y el sabor de la alimentación natural. En esa lógica, la dulzura es corroída por el polvillo mágico y lo verdadero en un vínculo, edulcorado.

Pero antes de juzgar, la memoria me recuerda cuando necesité resolver un trámite en el exterior, y la ayuda de un contacto lo hizo posible. A esa persona la conocí en una exposición de cuadros; lugar donde todos están de espaldas a las pinturas tratando de expandir sus relaciones.

En el universo de cualquier proyecto sin presupuesto, lo único disponible es un desafío inevitable.

Salir a buscar apoyo para poder realizarlo, es la primera de las acciones una vez que el contenido es sólido.

Las variables son inmensas para abrir la ventana a ese trabajo de campo que puede ser un paraíso o un infierno. Incentivar relaciones por interés, es también sembrar tempestades en la selva irreal del lobby.

En el tango “Naranjo en flor”, la estrofa “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamiento”, resuena en otra parte del mundo como poesía en la épica del comercio. Se dice que en Yerevan, capital de Armenia, se escuchó a un padre, en el bar de la Plaza de la República, decir: “A mi hijo le enseño a comprar y a vender y luego que busque su camino”.

El dilema de salir a vender una idea del mundo creativo es cuantos sapos uno debe comerse hasta llegar al mecenas.

Para complementar la acción del hecho cultural, el mundo real ofrece una palabra nefasta y salvadora: Lobby.

El lobbista, que está considerado, en el mundo capitalista como una profesión digna y muy bien remunerada, sigue siendo en las regiones más románticas, algo oscuro.

Enchufado, como vía endovenosa, éste trabajo existe desde el principio de la humanidad en las cuevas donde habitan las pinturas rupestres.

El modo lobby es surfear sobre una falsa personalidad, aunque en países como Estados Unidos el lobbista está legitimado como una profesión.

Haciendo una analogía con el fútbol, nos podríamos situar en el círculo central de la cancha donde el trabajo se basa en ser un buen mediocampista. La agenda sería el recorrido de arco a arco y el hacker genera el pase para que la pelota llegue.

Todo artista emergente, para entrarle a las elites, debe evaluar cuál será su construcción. El precio es muy alto si uno elige la pose de cautivar a personajes despreciables del circuito que se denomina artístico. Por tal motivo lo que no sufre consecuencias es que las obras hablen por uno y sean las que también construyan el lobby indispensable. Si el trabajo está bien realizado, la fuerza natural despierta el interés en la nube de relaciones.

Todo aquel que aspire a la conquista de un destino, dependerá de la puntualidad con un espacio-tiempo a favor. Cuando hay armonía entre la idea, el esfuerzo y la constancia, no hay que explicar nada. Todo sucede, y citando a Cerati Iluminado, “El tiempo es hoy”.

El “para siempre” no existe y vivir en modo proyecto nos mantiene conectados con el presente, porque el que especula con su propio tiempo y emociones se encuentra con una de las mejores obras de Milan Kundera: “La insoportable levedad del ser”. Novela del año 1984 que fue llevada al cine y estrenada en 1988. Dirigida por Philip Kaufman y protagonizada por Daniel Day-Lewis, Juliette Binoche y Lena Olin. Es una historia que transcurre en Praga, durante la primavera de 1968 y refleja la vida intelectual, artística y política de Checoslovaquia en aquel momento.

En su desarrollo queda un manifiesto de lo efímero e imprevisible que es el pasaje humano, pese a lo que podemos tener programado. Volviendo a la sensación del ascensor, el lobby organizado siempre estará subordinado al proyecto que tenga verdad.

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