Por José Luis Lanao
Este fue un beso robado, embestido, forzado, sin consentimiento. Un “beso violado”, como diría Jean Baudrillard en su libro “De la seducción”. Preocupa la patología de lo presuntamente normalizado. Lo normal comienza siendo lo sociológicamente mayoritario y acaba por ser lo moralmente aceptado. Sin embargo las leyes contra los abusos de todo tipo no se establecen en los códigos modernos para defender las llamadas buenas costumbres, sino para salvaguardar las libertades individuales. Es el empleo de la fuerza o la amenaza coercitiva lo que constituye la falta penalizable.
Mientras en una teocracia la represión contra las mujeres consiste en despojarlas de cualquier estatus social y sacarlas de la vida pública, en nuestras “aseadas” democracias determinados desmanes machistas son tomados como “gracietas” sin importancia. “Si ya no hay libertad ni para dar un “piquito” ya me dirán ustedes en qué sociedad libre vivimos”, manifestaba un dirigente regional de la Federación Española de Fútbol.
Esa concepción medieval de la mujer como instrumento, como mero objeto, reducida a un cuerpo siempre disponible, desechable. Ese machismo que se practica con bastante más fervor que conciencia crítica. Ciertos sectores cercanos al conservadorismo ultra creen que se exagera, que se está sacando las cosas de quicio, que esto es una cacería inhumana y sangrienta sobre Luis Rubiales, máximo dirigente de la Federación Española de Fútbol, sobre el beso robado a Jenny Hermoso, campeona del mundo.
La FIFA, la ONU y gran parte de la opinión pública internacional dicen lo contrario. Un presidente que arremetió de inmediato contra “ese falso feminismo que funciona como lacra social”, y que dejó muy claro que “la vida y el fútbol son también cuestiones de cojones”. Unos cojones que no le permiten renunciar porque “los tiene muy gordos”, como le recordó a una de las campeonas del mundo. Su fulminante caída demuestra que la brújula ética ha cambiado: nuestro suelo moral ya es otro.
El escándalo por un beso no consentido provocó la condena social espontánea, y se convirtió en una sacudida total. Aún así, Jenny Hermoso pasó de ser victima a victimaria, a tener connotaciones de responsabilidad compartida. Esa culpabilización de la víctima esgrimida desde la proverbial inocencia de los verdugos. En el informe “exhaustivo” la RFEF "las pruebas son concluyentes y el sr. Presidente no miente (...). Jenny Hermoso pudo levantar al presidente federativo en señal de afecto”. Del beso forzado no dice nada. Dicho informe (del que hoy se desmarcan) nos viene a decir que es tan culpable el que responde como al estimulador. Nos recuerda aquella frase de Flaubert sobre una reflexión de Voltaire: "Cuando una señora dice no quiere decir “quizá”, cuando dice “quizá” quiere decir sí y cuando dice sí no es una señora".
En el mejor de los mundos posibles, allí donde se produce el avance del fútbol femenino, cuando las mujeres ya han pasado de pantalla y reclaman el mundo con orgullo, dignidad e igualdad, el progreso se vuelve a dar de bruces con el desprogreso. Lo que nos sobra es pasado, futuro es lo que nos va faltando.
(*) Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 1979