Por José Luis Lanao
Vivimos en una permanente banalización de la violencia, que adquiere su dimensión más inmediata y fulminante en unas de sus pulsiones: la violencia a la mujer. Un soporte inestimable para una opresión concreta, de poder y sumisión, derivados de una estructura social jerárquicamente explotadora. Para que la cultura de la deshumanización de la mujer se legitime es necesario dominar su condición de género y normalizar la violencia y sus exacerbaciones. Una forma degradada de transformar a las víctimas en victimarias, y a la violencia sexual en connotaciones de responsabilidad compartida.
Desde diferentes sectores de la masculinidad ideológica y autoritaria se denigra a la mujer afirmando que es un “ser” provocador, insinuante, de coquetería deliberada. Una especie de “amantis” religiosa, que con sus artes de seducción controla a su antojo los niveles de testosterona del macho en celo. Esa fue la narrativa asumida por la defensa del exjugador del Barcelona Dani Alves, condenado a cuatro años y medio de prisión por violación y agresión sexual a una joven de 23 años. La violencia y la negación con que se cosificó a la víctima la llevó a manifestar en su desesperación: “Me violó, pero quién me va a creer”.
Así fue. Gran parte de la opinión pública se contagió de la toxicidad de la sospecha. Desde ese machismo congénito que se practica con bastante más fervor que conciencia crítica, se desacreditó a la víctima desde espacios de representatividad política y social manteniendo esa concepción de la mujer concebida como mero objeto, reducida a un cuerpo siempre disponible, desechable. La Audiencia Provincial de Barcelona consideró probado que Dani Alves “penetró vaginalmente a la víctima, pese a que la denunciante decía que no, que se quería ir”. Aún así, no fue suficiente.
La extrema derecha y parte de la derecha alternativa internacional mantienen el discurso generalizado de utilizar la descalificación de la víctima para desactivar las acusaciones de violencia de género y minimizar los avances en igualdad. Esta nueva derecha ultra, tan dura, tan inhumana, de mujeres de plomo que de tanto “moraliza la política han acabado por politizar la moral, con el falso lenguaje del odio victimizado, que es el odio que mejor se vende. Las “musas” Giorgia Meloni, Victoria Villarruel, Marie Le Pen, Díaz Ayuso o Patricia Bullrich, forman, entre otras, ese “patriarcado” internacional que ha entrado de lleno en la batalla por el dominio de la sexualidad. Esa extrema derecha que nos hace creer que retrocediendo avanzamos. Nos quieren llevar al siglo XVIII, al universo de Voltaire que escribió con ironía: "Cuando una señora dice no quiere decir “quizá”, cuando dice “quizá” quiere decir sí, y cuando dice sí ya no es una señora".
En la semblanza de toda desilusión nos queda siempre la esperanza de amasar un mundo nuevo, un mundo mejor, más igualitario, más comprensivo, un espacio social de crecimiento íntimo y colectivo, un instrumento de diálogo, de consenso, de cobijo y de mañana. Al fin y al cabo, todos hemos llegado a este mundo atravesando el cuerpo de una mujer.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979