Por Sandra Russo
El principal exponente de esta corriente es William MacAskill, pensador favorito de Elon Musk. En ella se inscriben ultraliberales, CEOs de corporaciones y magnates del mundo digital. De qué trata este paradigma en expansión.
Hace muy poco me enteré de que existía algo tal como el “largoplacismo radical”. Lo leí al paso en una nota sobre Elon Musk. El miembro del estrecho club de los que lo tienen todo decía que ésa era la filosofía con la que se identificaba. La curiosidad me llevó a buscar de qué se trataba. Madre santa.
“En el largo plazo todos vamos a estar muertos” es probablemente la frase más popular de J. M. Keynes. El largoplacismo radical le contesta: basta ya de querer poner comida en los estómagos reales de las personas. "A nosotros las personas no nos importan, nos importa la supervivencia de la especie."
Lo que sigue no es exactamente lo que surge de los textos de los filósofos que se nombran más adelante, sino una síntesis que, con matices, describen sus seguidores, muchos de ellos Ceos de corporaciones y magnates del mundo digital: El mundo está en crisis terminal y el cambio climático es irreversible. Ya es tarde para todo, salvo para que una pequeña minoría sobreviva. Los demás, la humanidad entera, está perdida. No hay que pensar en las personas, sino en la especie. Una pequeña minoría debe sobrevivir para recrear el mundo gracias a la inteligencia artificial, cuando todo haya explotado.
Mientras uno creía que Ann Ryan seguía siendo leída por ultraliberales, el ultraliberalismo estaba apagándose frente a la brillantina despampanante de nuevas distopías inspiradoras que al mismo tiempo fundamentan a las ultraderechas, que tienen en el mundo digital su nuevo socio funcional, el que provee las herramientas y centrifuga los cerebros.
La sede de estos nuevos filósofos, entre los que descolla William MacAskill, de 28 años, es Oxford. MacAskill, un muchacho que parece todavía más joven de lo que es, se especializó en filosofía moral. Fue uno de los portavoces de otra corriente muy de moda, especialmente en Silicon Valley, y de la que el largoplacismo radical es una vertiente: el altruismo eficaz.
Esa yunta tiene su explicación. Aunque MacAskill y los altruistas eficaces tampoco lo expliciten, el tiempo es oro. Porque su pregunta central es cómo hacer filantropía más rápida y eficientemente. Entre la puesta en valor del tiempo y el concepto central de filantropía ya está claro que esa corriente filosófica de Oxford tributa a la buena conciencia del mercado.
MacAskill, que es escocés, estudió en Cambridge. Actualmente trabaja como profesor adjunto, es investigador del Instituto de Prioridades Mundiales de Oxford, y ha escrito Haciendo el bien mejor: el altruismo eficaz y una manera radical de hacer la diferencia. Bestseller.
A Elon Musk, según ha dicho, leer al joven MacAskill le “dio perspectiva”. La perspectiva es pensar en un futuro a largo plazo, no “perder tiempo” en tratar de resolver los problemas del presente, colaborar para que todo se acelere porque el tiempo es oro, descartar de la posibilidad de salvación a varias generaciones, dejar que todo siga su curso hacia un desastre terminal, mientras algunos pocos consiguen sus lagos escondidos, despejan el mundo de la idea de naciones que desaparecerán cuando todo se vaya realmente a la mierda (que, de paso, es la consigna unificada de las ultraderechas globalistas), y se dedican a diseñar el nuevo mundo que le seguirá a éste cuando ellos o sus descendientes bajen de su arca de noé.
Los más ricos, los riquísimos, los que son más ricos que nunca, la casta del dinero, los que compran medios de comunicación, funcionarios políticos de alto rango, fueros enteros de varios poderes judiciales --expresión inmejorablemente retratada en la foto de 2008 dada a conocer por Alexandria Ocasio Cortez--, apoyan a líderes posapocalípticos que les faciliten eso que le gusta tanto decir a Bullrich: una ingeniería financiera y política que voltee “para siempre” la posibilidad de la alternancia en el poder. Tenemos un exponente de esa casta en Río Negro, que recibe huéspedes que llegan en jet privado, como el juez Alito llegó a Alaska con el buitre Singer.
El largoplacismo radical, que promueven los mismos que le dan su razón de ser y su narrativa a los ceos de Silicon Valley, hace posible ideas que no encajan en el mundo real, donde, por ejemplo, en las plataformas electorales de cualquier partido se plantean políticas posibles de ser llevadas a cabo en su mandato. Esa línea en el programa de LLA, “primera generación, segunda generación, tercera generación”, es un síntoma de largoplacismo. Ellos mismos hablan en términos de por lo menos medio siglo.
Las ultraderechas que tributan a los buitres y a la casta del dinero no pueden explicar cómo mejorarán la vida de la gente, porque la gente les importa un bledo: trabajan para introyectar un nuevo paradigma entre sus fanáticos. La foto de Milei durmiendo en el Congreso puede provocar opinión negativa en nosotros, pero no en sus seguidores. Parte del nuevo paradigma es que hay que usar las instituciones para llegar al poder y luego destruirlas. Es ese sentido fuerte, Agustín Rossi acertó cuando le dijo infiltrada en la democracia a Villarruel.