Por Federico Diego van Mameren
La película que se estrenó esta semana muestra cómo la muñeca decide salir de su mundo de juguete. Ese desafío que encaró la directora del filme puede servir para la dirigencia política que a veces parece vivir en un mundo rosa.
Uno de los acontecimientos centrales de esta semana, que no volverá nunca más, ha sido el estreno de Barbie. La película dirigida por Greta Gerwig trae a la muñeca a estos nuevos tiempos; la saca de su confortable empaquetado y la pone frente a la moderna discusión de conflictos que sacuden a la sociedad de hoy.
Hasta el color de la película cobra un valor diferente al que aprendieron las generaciones que hasta ahora vienen tomando decisiones en el mundo. El rosa mostraba cierta frivolidad que quedaba reducido a un mundo entre algodones, amable y cómodo. Ahora la película es color de rosa, pero entre risas y humoradas sirve para entender esta nueva convivencia donde la mujer y su protagonismo han tomado otro rol en la vida.
La muñeca, interpretada por Margot Robbie, sale de Barbieland e ingresa a este mundo. Los griegos utilizaban el teatro para hacer una introspección de sus problemas, para afrontar sus catarsis. Eso implicaba que enfrentaban una especie de purificación de sus pasiones que les generaba la contemplación de una situación trágica. En la película, Barbie logra salir de su frivolidad y se mete en asuntos más profundos y así reinstala y recrea una nueva Barbie. Tal vez sea una forma de catarsis para nuestra sociedad ¿Y si la política hiciera algo así? ¿Y si la dirigencia pudiera salir de su mundo rosa?
El planeta está en guerra. Un enfrentamiento muy lejano geográficamente y bastante cercano en función de las consecuencias que genera aquí, a la vuelta de la esquina. Los principales actores de nuestra democracia no son ídolos que despiertan euforia, emoción o admiración. Eso queda para el fútbol o algún otro deporte, no para la política. En mediados de los años 80 –eso ya figura en el siglo pasado- había ideas o proyectos que los desarrollaban partidos y que los articulaban personas. Raúl Alfonsín, el primer presidente democrático después de la dictadura, no era un pensamiento aislado sino una voz que aparecía detrás de un cuerpo político. Hoy, los argentinos no tienen partidos políticos sino unas raras y amorfas formaciones a las que llaman espacios. El diccionario nos enseña que un espacio es algo más vacío que lleno. Más indefinido que definido. Es “la parte de espacio ocupada por cada objeto material”. Es “la capacidad de un terreno o lugar”. O, en todo caso, es la distancia entre dos cuerpos”. En ninguna de las acepciones se define un contenido determinado. Peor, aún los argentinos ahora no eligen candidatos sino nombres. Cristina, Patricia, “Lilita”, Mauricio, Horacio, Alberto, Sergio. Hasta los apellidos están diluidos. Los argentinos –salvo en Tucumán- hasta ahora han elegido votar menos incluso. No ir a votar, ¿qué significa? No tengo ganas, no confío, no creo. En todos los casos son “noes” e implican que todo va a seguir igual o que no creen que vaya a cambiar algo con su voto. Gran debilidad democrática. Los argentinos en el primer año de este siglo pedían a gritos que se vayan todos. Se acomodaron algunas cosas y no se fue ninguno. Han pasado 20 años y se ha profundizado la pobreza, la vileza de la política, el enriquecimiento dirigencial y este fin de semana volvieron los fantasmas. Se habló de medidas económicas que se conocen por lo bajo. Devaluaciones que están decididas y los feriados cambiarios. Todo muy parecido a lo de siempre. ¿Y, si hacen como Barbie? ¿Y si entran a este mundo?
Si la política y sus principales dirigentes se animaran a salir de politicolandia bastarían unas cuantas medidas entre las que seguro figura limitar la corrupción –hace 20 años el gastronómico Luis Barrionuevo dijo hay que dejar de robar dos años- y dialogar. Los argentinos tienen una convicción y es que quieren vivir en democracia. Eso no se discute. Ese es el límite que marca el verdadero espacio argentino. Sin embargo, adentro está la grieta que sirve de alimento a una mayoría (dirigentes, empresarios, sindicalistas y ciudadanos avivados) que no está dispuesta a cambiar como Barbie, porque vivir del enriquecimiento rosa es más fácil.
¿Y el jefe de campaña?
Así como las encuestas se han convertido en los brujos de la tribu, el jefe de campaña es como el premio consuelo. Aquellos que se quedaron afuera pero están adentro reciben el título de jefe de campaña. Ser “jefe” es el nombre de quien conduce y maneja fondos, pero el apellido “de campaña” implica que dura un tiempo. Y, en épocas de Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) ése es un tiempo muy corto.
En Tucumán como en todo el país la campaña ya ha comenzado, pero no hay señales de movimientos certeros en pos de los comicios. Está claro que es más un problema de la oposición (la izquierda o de Juntos por el cambio) que del oficialismo donde la minoría que sigue a Juan Grabois es simplemente una postulación para contener a aquellos que no soportan el pentadiscurso de Sergio Massa.
En este mundo de 22.000 km. Cuadrados es todo un poco más difícil porque muchos no se animan a poner carteles de Massa-Rossi porque saben que implica remover una herida para Manzur que todavía tiene guardados afiches con la inscripción Juan XXIII. Tal vez este sea el verdadero aturdimiento del gobernador provincial que aún no ha logrado pasar el duelo de su sueño presidencial y de su precandidatura a vicepresidente que duró apenas unas horas.
Mientras Manzur pareciera absorbido por el escepticismo, a Osvaldo Jaldo no le queda otra opción que salir a batallar. Al vicegobernador en su condición de gobernador electo no le quedan muchas salidas. Por eso está decidido a poner en marcha al peronismo. Jaldo llega a las PASO como uno de los elegidos con más votos dentro del peronismo y eso le implica obligaciones. Por eso mañana intentará reunir a los dirigentes del Este, el martes están en agenda los del Oeste y el miércoles a los de Capital. Con cada uno de ellos armará el cronograma de campaña para las tres semanas que quedan.
Manzur, por su parte, también tuvo algunas reuniones. Una fue en su casa cuando vino su frustrado compañero de fórmula Wado de Pedro. Allí fue anfitrión de intendentes electos que empiezan a sentir algunas incomodidades cuando no aparece Jaldo en la foto. Ocurre que se vienen cuatro años en los que la suma del poder estará en el puño del hombre del norte.
Los encuentros también se hicieron en Tafí Viejo y en la Capital. Cuando vino Alberto Fernández, luego de la inauguración de un pedazo de la Facultad de Bioquímica en la Quinta Agronómica, el Presidente le habría dicho al gobernador que fueran a almorzar para conversar un rato. El devaluado ex Jefe de Gabinete le respondió que había escuchado hablar de la calidad del servicio de catering del flamante avión presidencial. Finalmente, almorzaron en el hotel Sheraton donde uno de los interlocutores de lujo fue el diputado nacional Mario Leito. Se desparramaron temas que fueron desde los alquileres hasta cuestiones futbolísticas, nada trascendentes para estas dos figuras. Y, aunque parezca increíble, se olvidaron de Cristina.
En otra de las reuniones a las que asistieron Sergio Mansilla, Cristian Rodríguez y Gerónimo Vargas Aignasse a más de uno le corrió un frío por la espalda cuando uno de los comensales advirtió la necesidad de ordenar la granja manzurista para volver al poder. Aunque muchos dirigentes dicen que han fumado la pipa de la paz, no falta quien tema que Jaldo se los pueda devorar políticamente a los dirigentes manzuristas una vez que llegue al poder. Si el propio Manzur hizo eso con José Alperovich que tenía la suma del poder, por qué no podría ocurrirle lo mismo.
Esta batalla silenciosa podría desatarse en el interior, geografía que Jaldo conoce más que su propia casa. Y muchos de los legisladores electos tienen a sus cónyuges o parientes más cercanos en el sillón principal de los municipios y, por lo tanto, van a depender del humor –y de la lapicera- del gobernador. En el interior, salvo las intendencias de Concepción, Yerba Buena y Tafí del Valle, las demás tienen algún vínculo parental con un legislador.
Roberto Moreno, tiene su hermano como intendente de Trancas; en Burruyacu Jorge Leal (h) tiene a Jorge Abraham Leal como lord mayor. En Las Talitas el legislador electo Carlos Najar presume con su hermana como intendenta, mientras que Javier Noguera tiene a su esposa al frente del municipio de Tafí Viejo. Lo propio pasa con el luleño Carlos Galía. En Famaillá José Orellana repite la historia con su hermano Mellizo Enrique que conducirá el municipio. En Monteros, Francisco Serra estará en la Legislatura y su hijo lo sucede en la intendencia. Ocurre lo mismo con Sergio Mansilla y su hija en Aguilares.
En los conciliábulos manzuristas suele escucharse (antes de que se estrene Barbie, obviamente) que uno de los errores de Juan fue no haber puesto a su esposa como candidata para enfrentar a Jaldo. Y cuando dicen esto lo justifican afirmando que en el peronismo nadie puede garantizar lealtad eterna. Incluso dicen que las peleas con Jaldo fueron por temas menores como el Defensor del Pueblo o un lugar en la lista de diputados nacionales en el 21, pero no por la gobernación como ocurrió en otros momentos del peronismo tucumano.
La herencia
El martes pasado en el estudio de LGplay, el vicegobernador electo confirmó que la situación financiera de la provincia “está ahí”. Miguel Acevedo que si de algo sabe es de los números de la Provincia, cuando utiliza esas dos palabras intenta ser sincero y no alarmista. Sin embargo, su definición es para preocuparse. Es parte de la herencia interpares que recibirá el nuevo gobierno donde la droga, las cárceles, la inseguridad de los propios policías y el sempiterno problema del transporte son varios botones que muestran que los comicios se han convertido en “Seis para triunfar”, aquel programa que dirigía Héctor Larrea donde lo único importante era ganar, sin importar el sentido ni el porqué.
En Barbieland las Barbies creían que habían salvado a todas las mujeres con su existencia. De hecho cuando conocen el mundo real se sorprenden de que nadie les dé las gracias. En politicolandia hay muchos que están convencidos de que salvan el mundo o lo pintan de rosa.