Por Andrés Burgo
El caótico fútbol argentino se ha acostumbrado a añadir competencias y organizar finales, salvo que enfrenten a los dos grandes rivales de toda la vida.
Los dos clubes de fútbol más grandes de Argentina postergan desde hace años e indefinidamente dos partidos que deben definir competiciones domésticas. A falta de explicaciones oficiales, y a casi cinco años de la convulsionada final de la Copa Libertadores 2018 que terminó jugándose en Madrid, parece pesar más la posible derrota que el eventual triunfo.
River Plate es el nuevo campeón del país campeón del mundo. Dirigido desde este año por Martín Demichelis, debutante con éxito tras el ciclo histórico de Marcelo Gallardo, los Millonarios vencieron este sábado 3 a 1 a Estudiantes de La Plata ante 86.000 personas en el modernizado Monumental, reconvertido en el estadio más grande de Sudamérica. River se aseguró la Liga Profesional 2023 con dos fechas de anticipación, una nueva confirmación del club que más ligas ganó en Argentina.
Pero además, en la generosa y enrevesada organización del fútbol local, el nuevo título le dará a River la posibilidad de definir al menos otras dos competiciones a partido único para seguir engrosando sus vitrinas: la Supercopa Argentina 2023 (contra el campeón de la Copa Argentina, a definirse a fin de año) y el Trofeo de Campeones 2023 (ante el ganador de la Copa de la Liga, que comenzará en agosto). Asimismo, el ganador del Trofeo jugará la Supercopa Internacional 2023 frente al equipo que sume más puntos en la tabla anual entre la Liga y la Copa de la Liga.
Parece demasiado, y lo es: Argentina y las exageraciones siempre se llevaron bien. Aunque el torneo que acaba de ganar River supone el título de mayor prestigio (como LaLiga en España, la Premier League en Inglaterra o el Brasileirão en Brasil), un berenjenal de seis competiciones y posibles campeones se superponen en cada temporada del fútbol argentino. Salvo, eso sí, que la final sea un superclásico.
Es curioso. Boca y River pasaron del partido de todos los siglos a las finales imposibles, evitadas, cuanto más lejos mejor. Si hace cuatro años y medio, en diciembre de 2018, los dos equipos de mayor popularidad en Argentina definieron en Madrid la final más infinita de la historia de la Copa Libertadores –postergada por la violencia en Buenos Aires y trasladada al Santiago Bernabéu-, en los últimos tiempos pasaron a postergar indefinidamente dos superclásicos que deben definir títulos domésticos.
Se trata de torneos tan desfasados en el tiempo que pertenecen a la temporada 2020, la Supercopa Argentina y el Trofeo de Campeones. Son finales a un único partido, incomparables en su jerarquía respecto a la Libertadores de 2018, sobre las que no hay fecha ni lugar designados. Sin voces oficiales que expliquen la tardanza, semejante dilación responde a la naturaleza de doble filo del superclásico: para muchos pesa más una eventual derrota que la posibilidad del triunfo.
Confusión
El partido entre dos colosos del fútbol sudamericano se ha reconvertido del más esperado al más esquivado. Para ello fue necesaria la laxitud de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA). Si el organismo presidido por Claudio Chiqui Tapia multiplicó sus aciertos para que la selección argentina se encaminara a coronarse campeón en el Mundial de Qatar 2022, los torneos locales se convirtieron en una parodia que responden más a las conveniencias de dirigentes que a la lógica deportiva.
En Argentina, los torneos brotan de la nada: si hasta 2018 había tres campeones anuales –el campeón de la Liga, el de Copa Argentina y la Supercopa Argentina-, desde 2022 se disputan seis títulos por temporada. La creatividad de la AFA para amoldar las competencias también se consagraría campeona del mundo: la Primera División cuenta con 28 equipos, la Segunda con 37 y hace pocos días, en plena temporada 2023, Tapia manipuló el reglamento para que fuera eliminado uno de los tres descensos previstos.
Además de la falta de voluntad de Boca y de River para enfrentarse, también es difícil entender cuáles son las dos finales que deben. La confusión aumentó entre la multiplicación bíblica de torneos, la gran racha de Boca a nivel doméstico en los últimos años y la pandemia, que hizo suspender algunas competencias. El torneo más sencillo de explicar es la Supercopa 2020 que River y Boca deben disputar desde hace un año y medio. Como campeón de la Liga 2019/20 y de la Copa Argentina 2020, que ganó en diciembre de 2021, Boca debería cruzarse contra el subcampeón de la Liga 2019/20, o sea River. Aunque ese superclásico sigue sin jugarse, en marzo pasado ya se puso al día la Supercopa 2022, cuando Boca le ganó a Patronato –la edición 2021 quedó vacante por la pandemia-.
La otra final postergada es el Trofeo de Campeones 2020. El aplazamiento queda más en evidencia porque ambos clubes ya disputaron las dos ediciones siguientes del torneo, eso sí, contra rivales diferentes: River le ganó a Colón la versión 2021 y Boca perdió con Racing el Trofeo 2022. En verdad, el Trofeo de Campeones 2020 comenzó a jugarse en febrero de este año cuando River venció a Banfield en una especie de semifinal (uno como subcampeón de la Liga 2019/20 y el otro como segundo de la Copa Maradona 2020) para que el ganador enfrentase a Boca (campeón de la Maradona).
“¿Se va a jugar?”, preguntó entonces el capitán de River, Enzo Pérez, cuando empezaba a entender que, tal vez, el superclásico no se concrete nunca. “Nos dijeron que la final iba a ser en marzo, después se iba a correr un poco más adelante, en mayo, y ahora no se sabe. Nosotros hicimos lo que teníamos que hacer, que era ganar”, agregó Pérez, y el tiempo parece darle la razón: seis meses después, sigue sin haber novedades.
Del lado de Boca, Juan Román Riquelme, vicepresidente del club e ídolo de la hinchada, reclamó durante 2022 que a Boca le adeudaban tres finales. Sin embargo, la única que se puso al día fue ante Racing, el Trofeo de Campeones, y en 2023 no volvió a hablar públicamente del tema. A falta de voces oficiales, el aparato comunicacional de cada club lanza rumores: desde la porción azul y amarilla del país dejaron trascender el año pasado y a comienzos de este que River prefería evitar el cruce porque las últimas dos series, tras cinco seguidas a favor de su clásico rival, habían quedado para Boca (por los cuartos de final de la Copa de la Liga y los octavos de la Copa Argentina). En Núñez sugieren que Riquelme prefiere evitar las nuevas finales hasta después de las elecciones internas del club, que se realizarán a fin de año, para evitar alguna posible derrota que le sirva a la oposición. Lo cierto es que nadie se desvive por jugarlas.
La final de Madrid dejó secuelas: River y Boca no volvieron a enfrentarse en amistosos. Desde 1981 hasta 2018, únicamente un año, en 1989, no se había jugado ese tipo de partidos estivales, una tradición del fútbol argentino, pero a partir de 2019 se interrumpieron y dejaron de organizarse. Aunque River y Boca llevan 259 partidos oficiales y se enfrentan en cada temporada (Miguel Borja definió para el flamante campeón el último antecedente, en mayo), únicamente chocaron en tres finales en la historia, en 1976 (Boca ganó el Nacional) y por duplicado en 2018 (River ganó la Supercopa Argentina en marzo y la Libertadores en diciembre).
La cuarta y la quinta están a la espera, quién sabe hasta cuándo, mientras el sorteo de la segunda fase de la Copa Libertadores 2023 separó el camino de Boca y de River por llaves separadas. Si se encuentran, será en el partido decisivo, en el Maracaná, otra final imposible.