Por OMAR RAFAEL GARCIA LAZO
Los últimos acontecimientos en Argentina y Chile confirman el poder mediático y político que conservan hoy las oligarquías latinoamericanas.
La era digital creó en algunos sectores la ilusión de que pronto se democratizaría el conocimiento y la información y con ello, junto a la tesis económica neoliberal del “derrame”, se podría superar el control monopólico de la prensa corporativa.
Es un hecho que la transición mediática no termina. Los medios de comunicación tradicionales y otros entes ideologizadores, históricamente en manos o en función de los intereses de sectores reaccionarios, mantienen todo su poder y se adaptan a los nuevos códigos y rutinas productivas y creativas.
Garantizan así una presencia activa en el “debate” de ideas, y monopolizan o en su defecto polarizan el ambiente mediático y político. La democracia y la prensa libre son solo ilusiones.
No obstante, es innegable que actores alternativos de distintas corrientes políticas, sectores marginados, movimientos sociales diversos, entre otros, encontraron en la era digital una ventana por donde insertar sus posturas, programas y demandas en desigual confrontación de ideas.
Las brechas económicas que limitan el acceso cognitivo (más que el tecnológico) al conocimiento y la información se incrementaron en los últimos tiempos. Paralelamente, crecen los efectos de la colonización cultural sostenida contra las identidades latinoamericanas y se afianza la labor ideológica de los poderes establecidos y sus aliados religiosos.
Para diversos analistas, a lo anterior se suma la insuficiente labor cultural que acompañó a algunos procesos de izquierda y progresistas de la región. Esta combinación ha limitado la capacidad crítica y por ende transformadora en la región.
Esta debilidad fue y es aprovechada por la derecha que actúa sin escrúpulos. Las campañas políticas de la derecha son ejemplos que ilustran hasta dónde son capaces de llegar para manipular a amplios sectores de la población carentes de herramientas y en ocasiones de alternativas para confrontar tesis y datos.
La situación se complejiza cuando al poder mediático y cultural se suman otros como el que se expresa en los sistemas judiciales de varios países. Los procesos jurídicos políticamente intencionados contra Lula dan Silva, Rafael Correa, Cristina Fernández y otros líderes de la zona así lo evidencian.
Cristina Fernández es víctima hoy de un plan para eliminarla, no solo políticamente. La coordinación de acciones judiciales y mediáticas es evidente. Y hace apenas unas horas salió ilesa de un atentado contra su vida.
El terrorista, según los primeros informes, es un filofascista, lo que hace pensar en los procesos que han facilitado la sobrevivencia y reproducción de ideas ultraconservadoras, más allá de los supuestos hilos que puedan estar moviéndose tras este intento de magnicidio.
En Chile despertaron ansias de cambio expresadas en la aprobación de una Convención Constituyente, todo tras una dictadura que con su terror y otros mecanismos sembró una inercia social disfrazada de consenso, rota por la acumulación de una escandalosa inequidad que hizo estallar la paciencia de los más jóvenes.
Sin embargo, instalada la Convención y redactada la nueva Constitución, el foco de la derecha se trasladó al esfuerzo por impedir su aprobación en plebiscito, apelando al poder mediático, a los rezagos de la inercia mencionada, a la mentira y emociones como el miedo al cambio.
Como aquella campaña del uribismo por el No en el plebiscito por la Paz en Colombia en el 2016, el oscurantismo y las mentiras intentan derrotar a la cultura.
Los recursos que usan los conservadores reaccionarios no nos sorprenden. De eso se ha escrito. De lo que se trata es de profundizar en las causas que explican por qué, después de más de 20 años de luchas y triunfos de la izquierda en la región, aún la derecha mantiene ese poder mediático y movilizativo.
A los cubanos nos queda muy claro que sin cultura no hay Revolución, y que “ser cultos, es el único modo de ser libres”. Es por ello que Estados Unidos, consciente de las transformaciones en la Isla, enfoca sus ataques contra las bases económicas que sostienen la obra educativa y cultural, afecta el nivel de vida de la población, detectan los vacíos ideológicos e informativos, y dirigen sus acciones mediáticas y movilizativas a esa parte del tejido social más afectada, con la esperanza de desprenderla del proyecto nacional.
Conocidas son las contramedidas revolucionarias para neutralizar las agresiones, revertir efectos, mantener la ofensiva cultural y recrear el consenso.
A pesar de todo, Latinoamérica y el Caribe viven un momento importante de sus luchas. Estamos frente a un escenario con múltiples frentes en disputa y una constante reconfiguración de la correlación de fuerzas en cada país y en toda la región. De los pueblos y sus liderazgos, de su unidad orgánica y programática, y de la integración regional dependerá el futuro de la zona.