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Opinión del Lector

“Hora difícil, hora sombría”…

HERNANDO KLEIMANS

Por HERNANDO KLEIMANS

La advertencia sobre el momento que está transitando el planeta pertenece al representante ruso en el Consejo de Seguridad, Vasilii Nebenzia. Los bombardeos sobre la planta nuclear Ucrania registrados en los últimos días encendieron la alarma global. La esforzada tarea por retrasar el reloj del Apocalipsis debe ser asumida por todo el mundo y en especial por los países que no están directamente involucrados en el conflicto, pero que igualmente son pasibles de sus consecuencias.

A mediados de los 80, en una callejuela del viejo centro moscovita, detrás del gigantesco edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores de Rusia, dos científicos de gran autoridad, uno norteamericano y el otro soviético, dejaban constituido en un antiguo palacete imperial el Fondo de Supervivencia de la Humanidad.

El soviético Roald Sagdéiev y el norteamericano Carl Sagan intentaban advertir al la sociedad humana que su existencia en el planeta estaba jaqueada por sus propios actos y sus consecuencias amenazaban con su exterminio.

La advertencia más conocida se llamó “efecto invernadero”. La Humanidad todavía no ha logrado superar la desaprensión con que intenta manejar los cambios climáticos que están transformando el planeta. En anteriores ciclos universales, mucho más lentas y armónicas, las especies mutaban en función de esos cambios. Las que no se adaptaban a ellos, perecían.

La otra advertencia, más siniestra aún, no tiene que ver con la desaprensión, sino con un concepto criminal de las relaciones entre los estados que conforman esa Humanidad. Hace exactamente 77 años, ese concepto tuvo su exteriorización más demencial en Hiroshima y Nagasaki.

Hoy, el reloj del fin del mundo o del Apocalipsis, como se lo conoce desde su creación en 1947 por el Boletín de Científicos Atómicos, marca menos de cien segundos para la conflagración atómica que pondrá fin a la vida humana y, quizás, al propio planeta.

Si hay algo que demuestra la inacción e ineficiencia de tradicionales organismos internacionales es la plena incapacidad de la sociedad humana para detener, impedir y disolver ambas amenazas. La acción de un delincuente o de un grupo de delincuentes, que lo son pese a sus ingentes recursos económicos o a su poderío político, puede concluir con nuestra existencia.

Las brillantes creaciones del ser humano, generadoras de energía y alimentos y propulsoras de las grandes revoluciones tecnológicas y científicas de los últimos tiempos, también pueden ser utilizadas por estos delincuentes para la obtención de su botín. Aun cuando eso genere la muerte del ser humano como especie. Aun cuando eso implique también su propia muerte. Como el escorpión de la fábula que pica al elefante que lo ayudaba a vadear el río, porque tal es su naturaleza criminal.

El compromiso mundial para salvar la primera advertencia ha hecho que se firmen importantes documentos de reducción de emisiones, cuyo cumplimiento es difícil, resistido e incluso ignorado por sus propios firmantes. Las alternativas de reemplazo de los combustibles fósiles evidencian falencias e inconsistencias que obligan a un mayor estudio de su aplicación.

Entre ellas, la generación energética nuclear es la que más ha progresado. Pese a algunas terribles experiencias como la explosión en 1979 de un reactor nuclear en la planta de Three Mile Island, de Pennsylvania, la peor falla en la historia de la energía atómica ocurrida en 1986 en la planta soviética de Chernobyl, o el desastre en 2011 en la central nuclear japonesa de Fukushima. Son centenares las usinas atómicas que funcionan en todo el mundo.

Los Estados Unidos son el líder, con 98 centrales. Lo siguen Francia con 58, China con 46, Japón con 42, Rusia con 37, Corea del Sur con 24, la India con 22, Canadá con 19, el Reino Unido con 15. La Argentina tiene 3, una más que Brasil.

En un territorio más reducido, Ucrania cuenta con 15 reactores nucleares en 4 centrales. Todos ellos datan de la época soviética. Los proyectos de nuevas centrales con participación de proveedores occidentales como General Electric, no pasaron de eso: proyectos.

Pero Ucrania, que durante la Unión Soviética se erigió en un poderoso centro industrial y, por ende, demandante de energía, dispone de la mayor central nuclear de Europa. La planta atómica de Zaporiyia (en explotación desde 1984), a orillas del embalse de Kajóvskaia, que reúne las aguas del río Dnieper para suministrarlas a todas las regiones agrarias del sur ucraniano y a las industriales del oriente del país. Las dos centrales: la nuclear y la hidroeléctrica que también funciona allí proveen más del 30% de la energía eléctrica a Ucrania.

Desde el inicio de la intervención militar rusa en el Donbass y en las regiones sudorientales de Zaporiyia y Jersón, el territorio de ambas centrales fue asegurado por las tropas aliadas de las repúblicas independientes de Lugansk y Donetsk y de la Federación Rusa. Lo que no impide que las usinas continúen funcionando con los mismos operadores ucranianos. La atómica sigue controlada por la empresa estatal ucraniana “Energoatom” y cuenta con miles de operarios.

En todo momento, la situación de la central nuclear fue informada constantemente a la Agencia Internacional de Energía Atómica, que dirige el diplomático argentino Rafael Grossi, un experto de alto nivel en temas de seguridad, desarme y no proliferación nuclear. La periódica evaluación de la AIEA ha señalado siempre que los niveles de funcionamiento y seguridad de la planta han permanecido en valores normales.

Sus seis bloques energéticos están compuestos por reactores VVEP-1000 soviéticos, al igual que el restante equipamiento técnico. El último reactor fue puesto en funcionamiento en 1996, con una gran demora provocada por las recurrentes crisis en las que se sumergió Ucrania luego de su independencia en 1991, tras haber sido una de las repúblicas soviéticas que provocó el colapso de la URSS en ese mismo año.

Desde la orilla occidental del Dniéper la artillería ucraniana, provista de armamento norteamericano o de la OTAN, mantienen un constante duelo con la artillería rusa. Hasta ahora, esta no ha logrado desactivar los bombardeos ucranianos sobre las ciudades y poblados del Donbass, pese a las grandes pérdidas que le provoca a su adversario con los ataques aéreos o misilísticos sobre depósitos y dispositivos militares, puestos de mando y concentración de efectivos, ya sean ucranianos o mercenarios.

El gobierno del comediante Volodimir Zelenski intenta retrasar la pérdida de esas regiones y, con ello, actuar en dos frentes: el interno contra el creciente número de opositores dentro y fuera de unas fuerzas armadas diezmadas por la deserción que le acusan de desencadenar una sangriente aventura bélica, y el externo en procura de un mayor incremento de la ayuda militar y, sobre todo, un renovado y multimillonario respaldo financiero, aunque ya las principales agencias calificadoras le han asignado a Ucrania la categoría de “default”.

Para ello, las regiones liberadas de Kíev son sometidas a cotidianos ataques misilísticos y artilleros, indiscriminados y muy destructivos, debido a los cuales el proceso de reconstrucción que llevan a cabo sus nuevas administraciones locales en conjunto con especialistas y equipos rusos se torna muy difícil y complejo. Aunque la reparación de los cuantiosos daños y la restauración de su base económica, la apertura de los puertos del Donbass y la reposición de la red de transportes se desarrolla sin interrupción.

Zelenski, respaldado por sus antiguos productores televisivos devenidos ahora en estrategas y salvados de las recientes purgas, ha ordenado en los últimos días el aumento de los ataques contra la central atómica con el objetivo de provocar la prolongación del conflicto y no atender los reclamos europeos de concluir un tratado de paz con Rusia que reconozca la autonomía del Donbass y Crimea.

El borrador del tratado conteniendo este reconocimiento ya había consensuado en las reuniones mantenidas por representantes rusos y ucranianos en Estambul, en marzo de este año. Las puntuales propuestas ucranianas incluían además la aceptación del estatus neutral y no atómico del país, reforzado por garantías internacionales, y la tácita resignación de Kíev a su solicitud de adhesión a la OTAN.

En promedio, la central atómica genera cerca de 40.000 millones de Kw-hora al año. Es decir más del 50% del total producido por las restantes centrales atómicas ucranianas.

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