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Opinión del Lector

Lo peor es creer que no se puede empeorar

Eduardo Aliverti

Por Eduardo Aliverti

Puede decirse con toda seguridad que no hay novedades en las expectativas del rumbo electoral, y que muy probablemente seguirá así casi hasta el momento de votar.

¿Para qué inventar noticias? Salvo algún evento en el mercado financiero, con forma de golpe a través de una corrida impactante, es complicado imaginarse qué cosa disruptiva podría acontecer como para alterar el panorama.

Por otra parte, ¿hay un establishment dispuesto a generar tembladerales? Más pareciera que, en esas cúpulas, la preocupación consiste en libertarios semejantes a una comparsa anárquica y en unos cambiemitas sin pie con bola. El proceso de extranjerización y concentración de la economía no afectará sus intereses de pecunio personal, pero sí al devenir de sus empresas. ¿Javier Milei o su segunda marca son una apuesta segura, o siquiera confiable, para lo que quede de burguesía local?

Todas las variantes quedan dentro de lo señalado por las Primarias aunque menos de un mes, en Argentina, sea equiparable a la eternidad. En una punta se duda, teme o espera que Milei pueda alcanzar el triunfo en primera vuelta. Y en la otra se especula o desea que a Sergio Massa pueda bastarle con llegar al ballottage, porque ése sería otro partido para barajar y dar de nuevo.

Esto último, que ya parece un slogan o frase hecha, es tema discutible. Una segunda vuelta, por cierto, llama a suerte o verdad definitivas. Pero, ¿acaso cambia significativamente el origen y dirección de los bandos enfrentados?

Se controvierte en torno a si rigen tres tercios o cuatro cuartos.

En el primer caso, dos de esos tercios votaron por opciones de derecha y nada indicaría que Patricia Bullrich perderá de manera masiva los votos del alcalde porteño. Más bien, es pronosticable que verá disminuidos los propios a favor de Milei.

En el segundo caso, uno de esos cuartos fluctúa entre haberse quedado en la casa (que es un dato concreto) y estar indeciso (que es una conjetura de las encuestas). Sin embargo, es antes un acto de fe que una numérica objetiva suponer el vuelco de la gran mayoría de ese cuarto a Unión por la Patria.

Como lo demostraron las elecciones en Chaco, aun con la prevención de que los resultados provinciales no deben extrapolarse automáticamente a nivel nacional, quienes fueron a votar no habiéndolo hecho en las PASO mantuvieron la tendencia e, inclusive, la acentuaron.

Esa premisa de que ausentes, indiferentes e indecisos son el terreno clave donde debe apuntar el oficialismo resulta, de mínima, relativa. En cualquier caso, se coincidirá en que es gente con el enojo a flor de piel, decepcionada, descreída, ajena a que las urnas pudieran cambiar algo. ¿Por qué decidiría, en concurrencia determinante, darle otra oportunidad a quien ya gobierna?

Empero, la campaña de UxP cometería un error insalvable si se detuviera en ese aspecto. No es momento para la jactancia de ambigüedades. El oficialismo necesita el concurso de todos sus actores. Dejar a un costado chicanas narcisistas y exigencias de purismo que la realidad ya reveló como ridículas, si es que hablamos de ganar y no de dejar constancias testimoniales.

¿Sucede eso? ¿O hay, todavía, algunos intérpretes trabajando a reglamento?

Esta semana, con alto rating para el género de periodismo político, el debate vicepresidencial sacudió un poco al tablero entre los interesados del ámbito y los que se pegan una vuelta por el espectacularismo. Todo está montado para el show, todos saben que esas son las reglas y todos van guionados.

La instancia de los ocho minutos a razón de tres bloques, con licencia para cruzarse cuanto quieran, es desopilante. Dirigida a que no paren de lanzar mandobles y provocaciones, cuando eso ocurre los conductores -cualesquiera fuesen- llaman al diálogo civilizado y a que no se encimen. Capusottiano, directamente. El tema es que el mejor actor no lo sea tanto como para noquear al resto. Bien se suele apuntar que estos debates son un subgénero del melodrama. Y también ya dicho, casi nunca una de estas tenidas sirvió para cambiar las corrientes asentadas y generalizadas.

Podríamos detenernos en pasajes específicos, en los que de modo sucesivo y alternado alguno acertó golpes, otro los esquivó, otro quedó en orsai pero no por varios metros, etcétera. Al cabo, es divertimento para quienes somos gustosos de detalles mediáticos y, sobre todo, responsabilidad para aquellos que se ganan la vida como asesores.

Lo central es que, quitado lo de una metida de pata tremenda, la imagen y los contenidos ratifican y congelan lo pre-existente.

Así, y por fuera o además de mostrarse imperturbable en su discurso sin que se le moviera un músculo de la cara, Victoria Villarruel legitimó lo tenebroso de reivindicar al terrorismo de Estado por vía de ignorarlo. A ver: la candidata a vice del ganador de las Primarias y del favorito para la presidencial. A 40 años del retorno democrático, es una afrenta que (mal) se creyó saldada. Volveremos sobre eso al cierre de estas líneas.

Agustín Rossi, también al margen de detalles formales, dio argumentos y cifras que podrán ser solventes pero que, a la par, no varían la percepción sobre el Gobierno. Es decir, que llevan cuatro años gobernando…

Luis Petri fue la foto del discurso desangelado de los cambiemitas, quienes siguen sin encontrar modo alguno para eludir su carácter pecho frío (excepto por las barrabasadas retóricas de Bullrich). Florencio Randazzo, con nada para perder, representó al cordobesismo. Y Nicolás del Caño, firme pero sin otro encanto que la reiteración consignista, respetó dirigirse exclusivamente a su público.

Por eso no interesan las consideraciones sobre eventuales ganadores, perdedores o empatados. Importa, como es muy factible que ocurra tras los debates presidenciales hecha la salvedad de alguna gaffe insólita, aquello de las expectativas consolidadas bien que en un mar de incertidumbres.

Sí continúa ocurriendo que Massa pasó al frente en materia de fijar agenda (la publicada). El Gobierno ya no corre atrás de Milei, como persisten en hacerlo algunos medios y programas del oficialismo, porque es inclusive desde las propias filas del personaje donde quedaron descartadas las alucinaciones sobre dolarización (un ejemplo, pero es el ejemplo mayor).

El problema es que ese escenario atiende a las inquietudes de los círculos. El rojo, el ultrapolitizado, el de la dirigencia sindical, el de la órbita intelectual y cultural, su ruta.

Esto es: no se trata de esa amplia franja mayoritaria de quienes sufren la escalada de los precios y la ausencia de un corto o mediano plazo más o menos favorable.

Contra eso es que debe remar Unión por la Patria, o sencillamente la figura de su candidato.

No es justo machacar con la herida de que ya es tarde. ¿Qué tendría que hacer Massa? ¿Quedarse quieto porque cualquier cosa que haga será tildada de electoralista?

No es serio. De ser por tal aspecto, por las polémicas serias en términos de discutir (alguna porción de) Poder, mejor enfocar para otra parte.

El jueves pasado se nos fue un imprescindible. Con rigor incansable durante sus columnas e intervenciones recientes, prevenido por el riesgo de la sociedad tal vez dispuesta a una aventura alocada, advirtió sobre lo que lamentablemente queda lejos de ser una obviedad.

Argentina no es ni por asomo el peor de los mundos ni ésta es su crisis más grave, alertó y alerta Mario Wainfeld. Agregaba que sí es peor creer que no se puede empeorar como si, encima, nuestra historia no fuese pródiga en haberlo demostrado.

Afortunadamente, y si sólo es consuelo vale igual, esa misma historia -y esta sociedad, aunque ya no sea la misma- también subraya que sus reservas de resistencia son elevadas. Las más altas de la región, ya que estamos.

Esta historia continuará, como decía Mario y como Alfredo Zaiat reprodujo este domingo en diálogo con el politólogo sueco.

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