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Opinión del Lector

¡Lo que está y no se usa nos fulminará!

Antolín Magallanes

Por Antolín Magallanes

Rodolfo Walsh, ya lo decía de antemano, con esa capacidad que tiene la literatura de anticipar, en este caso en su famosa carta a la junta militar, pieza clave de la literatura política argentina.

“Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes. Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado es prohibir a la gente que se bañe”.

Está claro que desde allí en adelante perdimos el río, “si no te bañas no existe”, dijo mi padre, hasta que descubrimos unas piletas que extenderian el sueño de estar en la ribera de Vicente López.

Pero no duramos mucho, porque más allá de las zambullidas, lo que empezábamos a ver desde esa atalaya con pileta era como todo se degradaba, y se perdía nuestro paisaje ribereño, que tan felices nos había hecho.

Hoy cuando los termómetros se rompen, la tierra se seca, los incendios arrasan, los desmontes anticipan futuros desastres. En este punto cardinal, nos quedamos sin río y sin playa hace ya 50 años.

Cuántos saben que allí hay un río, que supimos disfrutarlo, bañarnos, pasar días enteros y vacaciones eternas.

Que nos subíamos a trenes y colectivos que iban cargados de gozo porque venceríamos al calor y disfrutaríamos de la playa.

Van Cincuenta años ya. Sin trenes y colectivos repletos, con gente portando sombrillas heladeras y atuendos playeros.

En esas playas plebeyas veraneábamos muchos y muchas, tal vez a una mayoría no les daba el cuero para ir a otros sitios más glamorosos y lejanos.

Nosotros queríamos al río, era nuestro, lo podíamos recorrer, prácticamente desde la General Paz hasta el Puerto de Olivos, es decir desde Playa Dorada, hasta el Ancla, por nombrar esas dos playas emblemáticas. Sábado y domingo con los viejos. Lunes a viernes, escapadas clandestinas a la siesta, horario travieso, en bici, con los pibes. Sol, agua, primeros cigarrillos, ensayos viriles de independencia juvenil primitiva.

Miles ocupaban esas playas como Saint Tropez, Punta Carrasco, las Piletas de Núñez (hoy Parque Norte), Costanera Sur, en la ciudad, las de Avellaneda como Puerto Piojo o las de Quilmes y seguían hacia el sur hasta Ensenada. La zona norte también decía presente y se allegaba en playitas y huecos al encuentro del delta.

Un mundo perdido, para muchos un paraíso. Quienes vivíamos en lugares de mucho calor y hacinamiento, teníamos está oportunidad, salir de una pensión, un conventillo un departamento mínimo, una casita de chapa, teníamos una oportunidad.

Colectivos llenos bañistas venían desde otras geografías mediterráneas del conurbano y su pasaje disfrutaba a full. Eran miles de familias trabajadoras felices.

Si alguien se acercara hoy a la Costanera Norte e interrogar a los bañistas clandestinos y pescadores, encontrarían las mismas procedencias y el mismo deseo de refrescarse, de meterse en las aguas contaminadas, porque ya no se bancan más vivir achicharrados.

Está necesidad debe ser leída como un derecho para acceder a nuestro paisaje monumental del Rio de la Plata. Recuperar el placer de estar con el agua hasta el cogote mirando a lo lejos la ciudad o el horizonte. Un punto de fuga de salud física y mental, que las autoridades municipales, de la ciudad y de la nación debería pensar seriamente y poner manos a la obra.

Es necesario invertir en el río, algo saludable, bello y embriagador. Él es nuestro mayor bien natural a preservar, el que nos brinda sus servicios ambientales y nos refresca la jungla de cemento.

No da para más seguir robándose el río excluyéndolo con todos los métodos y tapias posibles: clubes, edificios y todo tipo de obstáculos, que se pueden superar dando vuelta la ciudad y poniendo su punto de interés y encuentro social en el río.

Hay que apuntar a allí y pensar la ciudad desde el.

Spinetta que descansa en el río, allí donde conmemoramos a parte de su generación, como buen vecino le cantó al Bajo de Belgrano y siempre tuvo presente al turbio río. El título de este artículo si bien es un pedacito de una canción del Flaco, no está dedicado al río, pero bien vale como consejo para este y varios ordenes de la vida.

Se precisa una política metropolitana, que tome cartas en el asunto, en tiempos de cambio climático. Se requiere de un rio limpio y del libre acceso a la población, a su paisaje monumental y que sus aguas nos reconcilien con muestro pasado feliz.

Este artículo fue publicado originalmente el día 15 de enero de 2025

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