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Opinión del Lector

Logia, masonería y el secreto plan que trajo a San Martín de nuevo a Buenos Aires

Juan Pablo Bustos Thames

Por Juan Pablo Bustos Thames

En 1808, José de San Martín ya era un iniciado en las logias de Cádiz, la ciudad elegida por refugiados americanos y exiliados europeos, deslumbrados por las ideas liberales. Ritos y promesas de una misión secreta, a espaldas de la Iglesia, por la que el héroe de la patria regresó y renunció a todo.

Desde fines de Febrero de 1811, José de San Martín permaneció en Cádiz, asistiendo a su superior, el Marqués de Coupigny, durante la guerra contra Napoleón. Allí comenzó a relacionarse con otros americanos que, refugiados en Cádiz, se habían incorporado a distintas sociedades secretas, que buscaban la libertad del Nuevo Continente.

Cádiz estaba abarrotada de españoles que habían escapado de la invasión napoleónica; de americanos, que se habían refugiado también; y de una importante comunidad británica, que al igual que en Buenos Aires, a partir de 1809, se había establecido para aprovechar la apertura comercial que el Consejo de Regencia se había visto obligado a implantar, para abastecerse ante el sitio francés, que rodeaba a la ciudad gaditana.

Con esta súbita superpoblación, proliferaron organizaciones secretas de la más diversa naturaleza, y origen. En la época, Cádiz contaba con más logias que toda la península. Los comerciantes ingleses trajeron filiales de logias masónicas británicas. Estas hicieron rápidamente adeptos entre comerciantes y marineros, orientados más al mercantilismo y a asociarse utilitariamente entre pares, que a obedecer a la Iglesia Católica, que había condenado a estas organizaciones.

Las sociedades secretas independentistas formadas por americanos tenían vínculos con la masonería. Se habían originado, primordialmente, en la segunda mitad del Siglo XVIII, como instrumentos de estudio, lucha y difusión de las ideas liberales, contra el absolutismo monárquico. Por eso tenían que manejarse en el más estricto secreto, con ritos, jerga, señas y fórmulas propias, reconocibles por sus miembros, sin llamar la atención de extraños. Por eso, pocos de sus símbolos, ritos, fórmulas, propósitos, actividades y miembros han llegado a nosotros.

Seguramente, muchos fundadores o líderes de estas organizaciones secretas políticas fueron, a su vez, masones. Pero estas logias no dependían o formaban parte de la franc-masonería regular; ni tampoco dependían de ésta. No obstante, ambos tipos de organizaciones compartían simbología, ritos y secretismo.

Bartolomé Mitre, reconocido masón, después de haber conocido y entrevistado a algunos sobrevivientes de estas logias, nos dice: “las Sociedades Secretas, compuestas de Americanos, que antes de estallar la Revolución se habían generalizado en Europa, revestían todas las formas de las logias masónicas, pero sólo tenían de tales los signos, las fórmulas, los grados y los juramentos. Su objetivo era más elevado, y por su organización se asemejaban mucho a las Ventas Carbonarias”.

“Compuestas, en su mayor parte de jóvenes americanos fanatizados por las teorías de la Revolución Francesa, no iniciaban en sus misterios, sino a aquellos que profesaban el dogma republicano y se hallaban dispuestos a trabajar por la Independencia de América. Estas sociedades, que establecieron sus centros de dirección en Inglaterra y España, parece indudable que tuvieron su origen en una asociación que con aquellos propósitos, y con el objeto inmediato de revolucionar a Caracas, fundó en Londres a fines del siglo pasado el célebre general Miranda, quien buscó sucesivamente el apoyo de los Estados Unidos y de la Inglaterra a favor de su empresa”, continuaba Mitre.

El propósito de estas organizaciones secretas era eminente y puramente político. De la masonería habían tomado prestados algunos de sus miembros, organización, ritos y el secreto. Pero no reportaban formal ni verticalmente a una organización masónica madre, como se requiere necesariamente en la francmasonería regular.

Después de la Guerra Civil Española, historiadores franquistas revelaron (sin exhibir la fuente) que José de San Martín habría sido iniciado como aprendiz en la logia masónica “Integridad” de Cádiz, en 1808, por parte de su amigo y supuesto “Venerable Maestro” el malogrado General Solano, Marqués del Socorro, luego linchado por el populacho gaditano.

No hay documentos que avalen esta supuesta “iniciación”, o pertenencia del Gral. Solano a la masonería; tratándose de una especulación de un régimen dictatorial, que intentaba hacer aparecer a todos los revolucionarios americanos como traidores a la Madre Patria, impulsados por la franc-masonería internacional.

Secreto plan masónico

A San Martín no le resultaban extrañas estas organizaciones. En el seno del ejército español había altos oficiales que simpatizaban con el liberalismo, y que a su vez, integraban logias secretas, como el propio Gral. Francisco Javier Castaños, vencedor de Bailén. Vio también San Martín cómo las logias secretas proliferaban en el ejército francés, cuando estuvo en contacto con los oficiales galos; y aún entre ingleses, como lo presenció en el ejército del Duque de Wellington, en Portugal; durante 1810 y principios de 1811, cuando se enteró del estallido de la Revolución de Mayo.

A principios de 1811 San Martín se inició en la Logia de Caballeros Racionales N° 3, de Cádiz. Era la misma que funcionaba en Sevilla; y que a la caída de la plaza, en poder francés, tuvo que reorganizarse en Cádiz, como cuenta el Gral. Tomás de Iriarte: “En Cádiz, refiere el general Rivadeneira, se abrió la misma sociedad, después de la dispersión de Sevilla, y la localidad y circunstancias nos presentaron socios ilustres, que en número de 63, se distinguían por sus talentos sublimes, por su acendrado patriotismo, por su interés por la independencia, que no hallo expresiones bastantes para significar las distinguidas y señaladas virtudes patrióticas de cada uno de ellos”.

La logia de Cádiz se reunía en el Barrio de San Carlos, en casa del “Venerable” Carlos María de Alvear, teniente de Carabineros Reales y 12 años menor que San Martín, su paisano (ambos habían nacido en las antiguas Misiones jesuíticas), el abuelo del futuro presidente argentino Marcelo Torcuato de Alvear.

San Martín, plan de regreso

El propósito de la logia era captar a encumbrados americanos, para trabajar por la independencia. Parece que hasta contactaron a los diputados americanos enviados a las Cortes de Cádiz, para sancionar la constitución liberal de 1812. Sin embargo, éstos, temerosos de la persecución y los espías que proliferaban, desistieron de participar. Entonces, Alvear los incluyó en una “lista negra”, para que no fueran admitidos en ninguna otra logia, como represalia.

La logia facilitó el escape de los siguientes americanos que habían caído prisioneros, por sus actividades revolucionarias: el padre Ramón Eduardo Anchoris (apresado en Lima), el alférez de navío José Matías Zapiola (capturado en Montevideo), los capitanes Francisco José de Vera y Cosme Ramírez de Orellano; o los oficiales Juan Balbín y Prudencio Murgiondo. Los cófrades aportaban dinero para estos planes, y si no alcanzaba, el “Venerable” Alvear cubría el resto, debido a su fortuna personal.

Además, consiguieron la fuga del teniente coronel francés Rossells, ayudante de campo del Mariscal Víctor, y prisionero en Cádiz, para pedirle que liberara a los prisioneros americanos que tuviera, con la promesa de que ellos no volverían a luchar contra Francia, sino que viajarían a América, a pelear por la independencia. Parece que a Víctor no le entusiasmó mucho esta propuesta, ya que no consta que hubiera liberado a nadie.

Promediando 1811, la permanencia en Cádiz de los conspiradores parecía insostenible. Ante el peligro de ser descubiertas sus actividades, decidieron pasar a América. Recuerda San Martín: en “… una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etcétera, resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la lucha, que calculábamos se había de empeñar”.

El 26 de Agosto de 1811, pidió su baja del ejército, argumentando que debía trasladarse a Lima (enclave realista por excelencia en América, para no revelar su verdadero destino) a atender negocios pendientes, que debían ser manejados exclusivamente por él, ya que estaban en declive, “con perjuicio suyo y del Rey, como hacendado contribuyente”.

Ello significaría un ahorro al erario español, ya que no debería abonarle sus sueldos como oficial; y además implicaría un mayor beneficio al fisco, pues, de mejorar sus negocios, mejoraría también su capacidad tributaria, para con España. Afirmaba además, que quedaban aún dos hermanos suyos luchando en España contra Francia. Pedía “sólo el uso del uniforme de retirado y fuero militar”. Seguramente sus hermanos de la logia le habrían aconsejado redactar así su pedido de baja. También debió haber consultado, a su superior y amigo el Marqués de Coupigny, para que éste usara su influencia, allanándole el camino.

El 5 de Setiembre de 1811, la Regencia de Cádiz, sin advertir que San Martín no tenía negocios o intereses en Lima, o que nunca había estado siquiera en el Perú, accedió al retiro solicitado; “cuya gracia proporciona al mismo tiempo al erario el ahorro de un sueldo de agregado que disfruta este Capitán en la Caballería, sobrecargada y sobrante de oficiales de todas clases… cuando las causas de conveniencia lejos de perjudicar el servicio, producen bien conocido el estado en general, deben ser atendibles”. En consecuencia, concedió la baja a “este oficial antiguo y de tan buena opinión, como ha acreditado principalmente en la presente guerra”.

San Martín ya estaba libre de ataduras legales, para poder luchar por la libertad de su Patria.

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