Por Juan José Panno
1982. 1° de mayo. Lisboa. Plena Guerra de Malvinas. Juegan Argentina e Inglaterra en el Mundial de Hockey sobre Patines. Gana Argentina 8 a 0. Los jugadores tienen prohibido saludarse, pero al final del partido arqueando las cejas o guiñando los ojos cumplen con el rito del abrazo deportivo. Fui testigo como enviado de la revista El Gráfico. Escribí sobre la fuerza del deporte más allá de todo.
1986. Mundial de fútbol México. Argentina-Inglaterra. En la previa se habla del partido vinculándolo con las Malvinas. Como enviado de La Razón escribo que Bilardo no es Galtieri ni Robson es Thatcher y trato de diferenciar el partido de fútbol de la guerra. “Las Malvinas son argentinas y el fútbol es de los pueblos”, digo. Y doy a entender que no tienen nada que ver que el partido sea contra los ingleses.
1998. Saint Etienne. Juegan Inglaterra y Argentina. Octavos de final del Mundial. Empatan 2 a 2, y tienen que definir por penales. Los enviados de Página/12, Juan Sasturain, Daniel Lagares y este cronista escribimos sobre el partido, sobre Roa, y la rivalidad futbolera que hizo que por primera vez en todo el campeonato a nadie se le ocurriera hacer la ola. Recuerdo que grité mucho el último penal, que disfruté de la victoria como pocas veces y que por un momento se me cruzaron las Malvinas en medio de esa sensación de enorme alegría.
2022. Argentina. Escribo una nota para PáginaI12 en un suplemento de Malvinas. A esta altura, entiendo y valoro de otro modo lo que dijo Diego Maradona y relativizo lo que escribí antes. “Era como ganarle a un país, no a un equipo de fútbol. Si bien nosotros decíamos, antes del partido, que el fútbol no tenía nada que ver con la Guerra de las Malvinas, sabíamos que habían muerto muchos pibes argentinos allá, que los habían matado como a pajaritos... Y esto era una revancha, era recuperar algo de las Malvinas. Estábamos defendiendo nuestra bandera, a los pibes muertos, a los sobrevivientes", dijo Maradona.
Diego interpretó el sentimiento del pueblo argentino con más claridad que yo. Dejenmé cantar, entonces, en la última línea, abandonando toda corrección política y periodística: "El que no salta es un inglés, el que no salta es un inglés...".