Por Gastón Garriga
Según un reciente -y recomendable- estudio de la consultora Taquion titulado “Radiografía del voto”, el 29 por ciento de los votos que obtuvo Milei en agosto corresponden a la generación Z, compuesta por menores de 29 años. El dato se torna más significativo en la comparación: en el caso de Patricia Bullrich, ese porcentaje es de apenas 5,5 y en el de Sergio Massa, cae al 3,7. Es decir, en esa franja, Milei quintuplicó la cosecha de Bullrich y octuplicó la de Massa.
Se puede explicar la buena performance de Milei a partir de varios elementos, que ya han sido sobradamente analizados por otros colegas: su buen manejo de redes sociales, su condición de outsider, su aspecto y discurso de adolescente tardío, furioso y disconforme, con el que muchos jóvenes pueden identificarse fácilmente. Este combo compone una especie de velo que hace que sus propios votantes lo elijan aunque no concuerden con sus ideas en materia de educación -porque estudian en establecimientos públicos- o política fiscal -porque ellos o su familia perciben algún beneficio-.
De la misma manera, sería relativamente fácil de explicar la magra performance entre los jóvenes de Patricia Bullrich y, peor aún, del tándem que compone junto a su candidato a gobernador, Néstor Grindetti. Dos septuagenarios -o casi-, una con tres apellidos patricios, otro enriquecido a lo largo de décadas de lealtad a Socma, es evidente que tienen poco para ofrecer a esa generación. Sus esfuerzos en Tik Tok son en el mejor de los casos ignorados y otras veces ridiculizados.
Lo que cabe preguntarse es por qué Sergio Massa, el único que propone un futuro -el de Milei es distópico y el de Bullrich no existe-, logra tan pocas adhesiones y cómo podría mejorarse. ¿Se debe sólo a los problemas que arrastra el gobierno que integra?
La comunicación política es muy afecta a las comparaciones, metáforas y analogías con personas y elementos familiares. Este campo es muy visitado, desde que el académico estadounidense George Lakoff comparara al partido demócrata de su país con un padre protector y al republicano con un padre severo o autoritario.
Siguiendo esa misma línea, podríamos afirmar que Javier Milei (nacido en 1970) encarna a ese amigo rebelde, que se sienta en el fondo de la clase, con gesto de estudiado desdén, cuyo discurso destructivo y amenazas ejercen una innegable seducción sobre los adolescentes y jóvenes, disconformes con el lugar que el mundo les ofrece. En este reparto de roles, el gobernador Kicillof (nacido en 1971) representaría la contracara de Milei: el yerno ideal, trabajador, estudioso, amable, transparente, simple. Pero, entonces, ¿quién es Sergio Massa (nacido en 1972)?
A juzgar por su rol en estos ultimos cuatro años, la figura de Sergio Massa podría ser asimilable a la del hermano mayor, el que intermedió y apaciguó los conflictos entre papá y mamá para que lleguen, de alguna manera, al 10 de diciembre. Los hermanos mayores suelen madurar pronto. Cuanto más disfuncional la familia -en este caso, el peronismo- más acelerado el proceso. Recordemos: diputado provincial a los 24, intendente a los 35, jefe de gabinete a los 37.
Los hermanos mayores son serios -sonríen menos, duermen poco- porque desde chicos asumen, entre otras, la responsabilidad de evitar que vuelen los platos entre mamá y papá, de crear en el hogar un entorno mínimamente propicio para la infancia de los que nos siguen. Los psicólogos los llaman sobreadaptados. Los hermanos mayores se hacen cargo de los problemas, les corresponda o no (en este caso, del fierro caliente). Por todo esto, Massa es percibido como el profesional de la política, a la que se entregó tempranamente, justo cuando la casta es la categoría cuestionada. El problema radica en que el hermano mayor puede parecer careta, demasiado asimilado al mundo adulto. Comparado con el amigo que se viste como Joey Ramone que invita al pibe a ratearse de la escuela para tomar cerveza y jugar al pool, carece de sex appeal electoral.
Pero eso es solucionable: las amistades, más las adolescentes, son pasajeras, los vínculos de sangre no. Y mientras uno te propone lo que te tienta o lo que querés, el otro te ofrece lo que necesitás, lo que cree que es mejor para vos, desde una carrera en la universidad pública que puede redundar en un empleo en el sector energético, en el que crecen las inversiones, a ayuda para paliar la pérdida de poder adquisitivo.
Los hermanos mayores construyen una coraza, que rara vez permite aflorar las emociones. Los votos son decisiones emocionales, como expone en su último libro el consultor catalán Ántoni Gutiérrez Rubí. Esa es tal vez la cuenta pendiente para este último mes de campaña, mostrar más humanidad, no parecer un robot incansable. Porque el hermano mayor, además de responsable y protector, debe ser querible.
La otra cuenta pendiente es una sintonía algo más fina con las necesidades de ese electorado. Uno, la salud mental, golpeadísima después de la pandemia, en toda la sociedad, pero especialmente en los pibes y las pibas. Se requiere una salud mental pública accesible para todos, especializada en problemas juveniles. Dos, el acceso a la vivienda. No hay proyecto de vida posible durmiendo pared de por medio con papá y mamá (disfuncionales o no).