Por Eduardo Aliverti
Javier Milei se fue a Madrid con el índice de precios de abril, que sus voceros califican como el certificado mortuorio de la inflación. Parece no preocuparle en lo más mínimo que el resto de los indicadores económicos muestre un país, o al decisivo AMBA, donde la imagen dominante es híper-recesión.
Para el chicaneo válido, pero al cabo menor, queda que el Presidente se fue otra vez de viaje al exterior, pagado con “la nuestra”, a fines exclusivamente personales. No se junta con ningún par. Ni con actores influyentes del poder real. Ni con nadie que no constituya un coro de comediantes. A último momento le armaron un encuentro con empresarios en la embajada madrileña, como para inventar un interés nacional de la visita.
En lo que va de su mandato tampoco visitó alguna provincia con el intento de dibujar, aunque más no fuere, una idea —una sola— ligada a proyectos de, por ejemplo, desarrollo regional. Ni siquiera está recluido en su despacho. Milei vive encerrado en X y en estos viajes onanistas, siempre solventados con “la tuya”.
Tampoco semeja inquietarle que en diferentes o concurrentes ámbitos empresariales e institucionales, locales y externos, comience a hablarse cada vez más de que, hacia mediano y largo plazo, no hay plan de estabilización de ninguna naturaleza. Ni monetario, ni fiscal, ni de nada de nada. Se lo dicen voces como las de Cavallo, Broda, Prat Gay, Giacomini, Rodríguez, Melconian y siguen las firmas.
Son la motosierra y la licuadora como objetivos en sí mismos. No es rumbo a algo definido que tuviera sustento político y social, y que asimismo no es descartable. Es pelearse con (casi) todos para mantener su trazado de personaje quijotesco, disruptivo.
Es que a él no se llega porque, prácticamente, no se relaciona con nadie. Y, descartado él, sólo se trata del poder omnímodo de La Hermana, carente al igual de relaciones estrechas en las que confíe a ultranza (vean un muy buen resumen al respecto, de Brenda Struminger, en Infobae de este sábado).
En su función descriptiva, esto no es opinión personal. Son datos del creciente secreteo en las corpos; entre los periodistas con buena información; en los off de los empresarios que aplauden sus stand up con vergüenza ajena, preguntándose aquello de si este tipo es en serio, si de verdad puede considerárselo como un Presidente, si tiene algún resorte del que agarrarse a futuro. Lo blanqueó la frase de Eduardo Eurnekian, nada menos, al exigirle que “se ponga las bolas y dirija el país” (vean también la columna de Leandro Renou, aquí, este domingo, porque compila con precisión cómo actúa el establishment).
Por las dudas: no los atribula la orientación salvaje del espécimen capitalista que encarna Milei. Los fastidia no entender cómo acertarle a si tamaño protagonista tendrá la muñeca para conducir tamaño proceso de exclusión social. Sus negocios estarían más asegurados que nunca, excepto por el pequeño detalle de una probable implosión.
Pero se constata que, salvo por sus deméritos, el Gobierno no afrontaría por ahora riesgos graves.
Vamos a decirlo de otro modo, no ya referido a la persona o personaje de Milei sino a la estructura de un modelo meramente extractivista, en sus términos rematadores de recursos naturales a manos de un puñado de corporaciones (el RIGI, por caso), pérdida de derechos laborales a como dé lugar y, en síntesis, la “latinoamericanización” de Argentina.
¿Hay algo que amenace por izquierda con vocación de poder al modelo ése? No. Absolutamente nada. Y por eso se habla, en cualquier esfera política de actores con peso, de dos únicas opciones a la vista: el asentamiento de esta derecha brutal o una salida de “extremo centro”.
Además de prestar atención al notable acto de Axel Kicillof en Florencio Varela, cabe hacerlo acerca de sus gestos e implementaciones con los gobernadores de Santa Fe y Chubut.
Si la semana pasada citábamos dos realidades que chocan en forma irremediable, al cabo de ésta debiéramos hacerlo sobre la profundización de ese encontronazo entre el mundo paralelo de Milei y el de la economía real.
Por un lado, el oficialismo festeja la “desaceleración” inflacionaria que ¿alguien se cree? O, quizá mejor dicho, ¿alguien la siente, siendo que la plata alcanza cada día menos para una mayoría de la población?
¿Cuál es la pregunta madre? ¿Lo que se percibe en el bolsillo o lo que se quiere creer? Y hacia las dos respuestas, ¿cuánto dura?
Luego, el oficialismo tiene marcas múltiples si es por las incógnitas y peligros que corre su ley Bases. El debate en el Senado, para quien revele cierta inquietud republicana, es muchísimo más rico que lo ocurrido en Diputados. Por lo pronto, el pacto de Mayo no llegará al sol del 25 y Guillermo Francos ya reconoció que sería apto buscar otra fecha simbólica. En una de ésas, dijo, podría ser el 20 de junio en el Monumento a la Bandera. Ojo, porque Rosario no es lo mismo que Córdoba.
También se suman pruebas e indicios de internas feroces en el Gabinete, de las que no tiene sentido abundar mayormente. Siempre acaban en lo que les parezca a los hermanos presidenciales. Y siempre con el acertijo de cuánto les opera en contra Victoria Villarruel, quien jamás, ni en sus gestos ni en sus declaraciones, se preocupa por desmentir que tiene juego propio.
Asimismo, Mauricio Macri asumió la presidencia formal de un PRO al que Milei ya se fumó. En un país con las características políticas de éste nunca se sabe pero, a lectura de hoy y refutando todos los pronósticos, la derecha comandante es solitariamente la libertarista. Es correcto hablar de macrimileísmo en su sentido ideológico y de trapisondas favorecidas por el Estado, pero no en el de cuál es la fuerza que encabeza algunas expectativas sociales.
Llega entonces el turno de la oposición, que sigue teniendo el nombre del peronismo y adyacencias progresistas. Saquemos, para no extenderse, a gobernadores como los de Tucumán, Salta, Catamarca, quienes son apéndices vergonzantes de lo que el poder central decida.
La observación unánime es que esa franja panperonista-progre se halla en un desbarajuste deprimente. Cierto. Pero, ¿qué es, buscando exactitud, lo que los divide o desconcierta? ¿Cuál es la identidad con que, en algún momento, el espacio “nacional y popular” deberá definir su fondo y continente?
Tomado cualquier nombre propio que se quiera, todos coinciden en la necesidad de un modelo productivista y distributivo. De aliento al mercado interno. Abierto al mundo, pero sin comer vidrio. Consciente de los desafíos de la revolución tecnológica permanente, que angustia al escenario de los trabajadores. Un modelo no primarizado en la explotación agropecuaria. Y tantos etcéteras que debieran aunar, en reemplazo de fraccionar en tribus.
¿Hay alguna respuesta frente al desmembramiento que no sea la lucha de apetitos personales? ¿Hay acaso alguna batalla ideológica de base afuera de los marcos del capitalismo, como si se tratara de que se enfrentan los comuneros de París contra vaya a saberse qué cosa, qué grupos, qué colectivos? ¿De qué discuten en los momentos libres que les deje mirarse el ombligo?
Un testigo fiel y lamentable de esa batalla de intereses individuales es la ¿resolución? parcial que tuvo el conflicto universitario, luego de la marcha más numerosa y emocionante desde la recuperación democrática.
No la UBA, porque la UBA somos todos, sino la mayoría de sus rectorados y decanatos excepto las actitudes contrarias de Sociales, Exactas y Filosofía y Letras, cerró un acuerdo presupuestario con el Gobierno que deja aparte al conjunto de las casas de altos estudios (que también somos todos).
Está bien: son radicales, y ya huelgan los comentarios para referirse a eso que algunas veces fue un partido no conservador. Pero, ¿está habiendo o habrá un contraataque contundente del grueso que debiera asentar el todos o ninguno?
¿Puede ser que haya que buscar con lupa casos de ejemplaridad individual y que, de haberlos, no se manifiesten con la potencia debida?
Las preguntas son simples. Lo complejo son las respuestas.