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Opinión del Lector

Ni errores, ni excesos

Ángela Urondo Raboy

Por Ángela Urondo Raboy

La historia de Sebastián Bordón, una víctima de practicas aberrantes que aún nos interpela sobre formas de violencia e impunidad que trascendieron la dictadura. La necesidad de democratizar la justicia. Nunca más acá también.

El micro se abre paso entre el paisaje san rafaelino de la provincia de Mendoza. El contingente de estudiantes celebra su viaje de egresados, vienen desde Moreno, en la provincia de Buenos Aires, acompañados de sus tres profesores de la Escuela de Enseñanza Media Nº13, Ana María Bava, Patricia Landalde y Jacinto Araujo.

Los chicos, que en estos casos normalmente cantan, bromean, la pasan bien, esta vez no cantan, ni bromean, no están de joda, se encuentran serios, bastante tensos y preocupados porque uno de ellos no se siente bien.

Sebastián sufre una crisis emocional, está alterado y susceptible. Tiene palpitaciones. Siente algo horrible, algo que no sintió nunca, no lo puede controlar. Tiene miedo, mucho miedo. Siente que lo van a matar.

Pide ayuda. Quienes están a cargo de la excursión no toman la situación seriamente. A Sebastián lo contienen sus compañeras y compañeros, que lo ayudan para alimentarse, vestirse y andar. Las profesoras pretenden que no pasa nada, minimizan todo.

Sebas se pone cada vez peor. Las profesoras no hacen nada, no quieren suspender el viaje.

Los amigos consiguen que Sebastián sea visto por un médico, quien le inyecta un calmante, e indica a los docentes a cargo, que se dé aviso a la familia, cosa que los profesores deciden no hacer.

Prosigue el viaje. El calmante no calma, la angustia lo desborda. Sebastián se siente desamparado y en riesgo, aunque no pueda precisar de qué. Todo se vuelve una amenaza, todo parece querer atacarlo, se tiene que defender.

En una estación de servicio de Malargüe, pide socorro a una mujer, le dice que lo quieren drogar para matarlo, pero los docentes logran controlarlo, meterlo de nuevo en el micro y sigue el viaje.

Sufre otra crisis camino a Las Leñas. Los adultos demuestran una negligencia absoluta ante la situación que se presenta, como si no entendieran la gravedad del caso, mientras Sebastián pide socorro, intentando que su revelación, paranoica o premonitoria, no se cumpla.

Aunque nadie pueda percibir peligro alguno, él sabe que lo van a matar, aunque no haya motivos para anticiparlo y no se pueda explicar. Se desespera, entra en pánico. Ha visto la muerte como una sombra al acecho, sabe que lo va a encontrar.

Cerca de El Sosneado, el miedo se convierte en una furia desesperada, que le hace romper los asientos del micro, e intentar escapar por la ventanilla y con la cabeza afuera, gritar una vez más, socorro, porque lo van a matar.

Es entonces que la policía se cruza en el camino, toma intervención y cuando eso pasa, empieza lo peor.

Sebastián es bajado del micro y abandonado por sus docentes, que lo dejan ahí en manos del policía Carlos Escobar del destacamento El Nihuil, lugar a donde Sebastián es trasladado.

Todo es muy confuso, el micro se ha convertido en patrullero. Los amigos no están. Ahora sabe que está sólo, ya no hay nadie que lo acompañe, nadie que lo vea, nadie que pueda frenar el verdugueo policial. Siente más miedo que nunca, es mucho más que un delirio o un pálpito, es una confirmación, casi una certeza; él no sabe cómo, pero sabe lo que va a pasar.

No lo tienen preso, pero en la comisaría número 8 es tratado como un delincuente, que parece ser del único modo que la policía sabe tratar. Lo tienen retenido y se le da aviso a su familia para que lo venga a buscar. Sebastián pasa la noche en el destacamento. Le permiten hablar con su madre, que le dice que su padre va en camino.

El padre toma un vuelo directo a San Rafael, pero algo ocurre antes de que pueda llegar a encontrar a su hijo. Sebastián aparentemente elude la custodia policial e intenta escapar, o acaso, como suele ocurrir en estos casos, se trata de simular una fuga para encubrir huellas de muy posibles maltratos. La cuestión, es que el dos de octubre de 1997, cuando el padre llega, Sebastián se encuentra desaparecido, no se sabe adonde está.

Los efectivos policiales Daniel Gómez, Abelardo Cubillos, Roberto Gualpa y el cabo Esteban Mérelo, quien estaba a cargo del destacamento, salen en el móvil 739 a dar captura a Sebastián, que no pudo ir demasiado lejos. Lo atrapan y nuevamente lo golpean, ahora sí, brutalmente, como sabe hacer la policía, lo lastiman mucho, se les va la mano de oficio, para eso se entrenan. Cachiporra, puños, patadas, le dan al pibe hasta que lo desmayan, lo dejan en coma y en ese estado que parece muerto, lo esconden para deshacerse de él. Igual que otras veces, Igual que siempre.

Al padre le dan vueltas, lo pasean con pistas falsas, le dicen que se escapó, que estaba drogado, que lo están buscando, que ya va a aparecer, que pronto su hijo va a volver a la casa a comer fideos como siempre…

Cuando la mamá se entera de que su hijo ha desaparecido de la comisaría donde fue abandonado por los maestros, produce un bramido que hace temblar la tierra y conmociona todo, desde Moreno a San Rafael, en una onda expansiva.

Pero Sebastián no aparece. Lo tienen escondido en una antigua heladera de madera, en una casa vacía cercana al lugar. Está malherido, pero vivo.

Mientras tanto, el comisario Hugo Trentini articula el operativo de encubrimiento para sus muchachos y embarra toda la cancha. Se abren todo tipo de pistas falsas, aparecen testigos inventados, camioneros que lo vieron lejos, se da intervención a una parapsicóloga que desvía la atención a cualquier parte, se implantan teorías de posibles auto lesiones y suicidios, se acusa a Sebastián de estar drogado, se hacen puebladas multitudinarias en defensa de la policía, mientras los familiares reciben llamados amenazantes y pronto pasan a ser los principales investigados.

Se ponen a disposición de la búsqueda dos helicópteros, que no van a servir para nada, como parte de una misma fuerza corporativa y encubridora.

Miriam sabe lo grave que es la situación con la policía implicada.

Recibe el consejo y acompañamiento de Organismos de Derechos Humanos, las Madres de Plaza de Mayo se hacen presentes, Familiares e HIJOS la abrazan. Hebe se pone a disposición de la familia. También Norita acompaña con su presencia sostenedora.

Los vecinos de Moreno se organizan, viajan en micros a acompañar a la familia, para juntos remover cielo y tierra, hasta encontrarlo a Sebastián y descubrir lo ocurrido. El pueblo se moviliza a San Rafael en busca del muchacho y rastrillan el lugar, metro a metro, exigiendo su aparición.

Las Madres de Mendoza, la Agustina y la María, ponen el cuerpo y todos los recursos aprendidos en su experiencia. La Pepa Noia se planta y corta la ruta junto con los vecinos, cuando viene lo peor de lo peor.

El día doce de octubre, tras diez días desaparecido, Sebastián aparece muerto en un lugar que se acababa de rastrillar el día anterior, donde no estaba. Su cuerpo fue plantado por la noche, al fondo de un barranco en el Cañón del Atuel, el mismo día que hubiese cumplido los 19 años.

La Gendarmería realizó la autopsia al cadáver y pudo comprobarse que no hubo drogas, que la muerte no fue accidental, ni se debió a un suicidio. Le habían reventado un riñón, le fracturaron la clavícula y le rompieron el cráneo, pero sin embargo, ninguna de estas heridas fueron causales directas de su muerte. Sebastián se mantuvo vivo bastante tiempo, para morir deshidratado, de hambre y de sed, en el lugar donde lo tenían guardado.

Se hubiese salvado, si no lo hubieran escondido, si no lo hubiesen golpeado, si lo hubieran asistido, si no lo hubiesen abandonado ahí, si no lo hubiesen dejado solo, si algún docente se hubiese quedado con él, si no hubiese terminado en manos de la policía, si la policía no fuera asesina.

En año 2000 se llevó a cabo el juicio por el homicidio de Sebastián. Por su asesinato fueron sentenciados: el cabo Esteban Merelo, condenado a dos años y seis meses de prisión, por encubrimiento. Los policías Roberto Gualpa y Abelardo Cubillos, a diez años de prisión y el oficial Daniel Gómez, quien por su mayor jerarquía se le imputaron cargos de abandono de persona seguido de muerte, por lo que recibió doce años de condena. Mientras que el comisario Hugo Trentini fue condenado a quince años, como máximo responsable, instigador al abandono de persona y encubridor del homicidio. Se juzgó además a los falsos testigos, la parapsicóloga fue condenada a dos años por encubrimiento, los demás fueron absueltos por no tener probada participación directa en el crimen. Los docentes no fueron juzgados.

En la voz de Miriam se conserva algo de ese bramido subyacente, que a veces libera y ruge fuerte a la cara de los asesinos. Otras veces el dolor se guarda, se ovilla y se procesa, se reconvierte. La fragilidad de la extrañeza del amor, se vuelve abrazos tiernos, se hace guisos y milanesas, que llenan mucho más que panzas.

Miriam reparte el amor que le dejó Sebastián, lo siembra.

A partir del asesinato de Sebas, ha fundado en el barrio de Moreno La Casita de Sebastián, que se llena de niños a diario, en honor de su amado hijo.

También es integrante del movimiento de Madres en Lucha contra la impunidad, un pilar que contiene el reclamo de justicia y sostiene la memoria por éste y otros casos de violencia policial e institucional.

La historia podría cerrarse ahí, pero en el año 2015 ocurre un suceso, que explica mucho y amplía el marco de contexto al caso Bordón.

El ex comisario Hugo Trentini es condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura cívico militar, anteriores al crimen contra Sebastián.

La misma persona, misma fuerza, mismos métodos.

Trentini no era comisario aún, pero era policía y estaba de guardia cuando detuvo a Francisco Tripiana, el día 23 de Marzo de 1976, en la antesala del golpe de estado. Una semana más tarde, fraguaron un acta de libertad para el prisionero, a quien ya habían hecho desaparecer, con la misma metodología que conocemos, que nunca se abandonaría.

(¿Acaso la represión empezó un 24 de marzo? ¿Acaso la dictadura terminó definitivamente en 1983?)

Si el genocidio se hubiese condenado a tiempo, Trentini hubiese estado preso y no a cargo de una comisaría. Si el genocidio se hubiese condenado a tiempo, la policía no hubiese podido continuar en democracia con las mismas prácticas violentas y sistemáticas propias de la dictadura.

Si el genocidio se hubiese condenado a tiempo Sebastián estaría vivo y tendría 45 años.

Sebastián Luis Alberto Bordón fue víctima de la violencia institucional que trascendió la dictadura, a través de prácticas aberrantes, naturalizadas y avaladas por la impunidad cómplice, que hicieron y que todavía hacen que sean posibles tales prácticas en democracia.

No son ni errores, ni excesos: son los mismos métodos.

Esta es la mano dura que muchos quieren que vuelva, una fuerza bruta y matadora, que se quiere reforzar y enaltecer.

Cualquier chico podría estar en la situación de Sebastián. Miguel. Walter. Ezequiel. Luciano. Santiago. Pueden ponerle el nombre que más quieran. ¿Alguien tiene un hijo para perder? ¿Quién está dispuesta ser la próxima Madre doliente?¿Qué hacemos para que estas historias no se repitan por la eternidad?

Hay que seguir condenando el genocidio, sacando a la luz estos hechos, hay que seguir democratizando las fuerzas armadas y de seguridad hasta que desaprenden todas las lecciones de tortura, asesinato y desaparición forzada de personas.

Hay que democratizar la justicia para acabar con la impunidad.

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