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Opinión del Lector

Nunca más volveré a vivir sin un perro

Michael Gerson

Por Michael Gerson

Todas las personas deberían tomarse unas vacaciones de la implacable negatividad de las noticias, las cuales, desafortunadamente, reflejan la implacable negatividad de la realidad. Así que permítanme presentarles a Jack.

Jack es un cachorro que recogí la semana pasada, ocho meses después de la muerte de mi amada perra bichón habanero, Latte. Apenas traje a Jack —una mota de algodón blanco y negro que se revuelve en el césped y que es puro pelo y rabieta juguetona— a la casa, recordé el dilema y la pregunta que reciben todos los dueños de perros: ¿por qué aceptamos nuevos perros en nuestras vidas, sabiendo que quedaremos devastados por sus muertes?

Tuve un enorme luto por mi Latte, quien fue el equivalente canino de San Francisco de Asís, un pequeño mamífero peludo (Latte, no Francisco) que irradiaba una benevolencia universal. Latte fue una presencia consoladora y sanadora durante la peor de mis luchas contra la depresión y el cáncer. En un sentido muy real, Latte era mejor persona que yo: era una practicante diaria de las partes más difíciles del Sermón de la montaña. Era dócil, misericordiosa (excepto con esas ardillas del demonio), apacible y pura de corazón. A su partida, fui yo quien lloró.

Todavía siento el dolor por las noches. No hace mucho, mi esposa me dijo que había estado llorando mientras dormía. No suelo recordar mis sueños. Pero en este caso recuerdo haber soñado con la última vez que vi a Latte, luego de que me la quitaran de mis brazos para su eutanasia en el hospital veterinario. Latte levantó la cabeza y me miró con sus ojos grandes y tristes. Acto seguido, una de las fuentes de afecto más inquebrantables, abundantes y sencillas de mi vida se había ido (incluso hoy me cuesta escribir estas palabras). Latte murió, apropiadamente, por tener un corazón agrandado.

El evangelista del siglo XVIII John Wesley pronunció un sermón, “La liberación general”, sobre la supervivencia de los animales en el más allá, lo cual es una línea de argumentación teológica muy inglesa (muchos británicos consideran la exposición canina del Westminster Kennel Club como un preámbulo del cielo). El Creador, afirmó Wesley, “vio, con placer indescriptible, el orden, la belleza y la armonía de todas las criaturas”. Wesley creía que durante la renovación del mundo en los últimos tiempos (una doctrina cristiana básica), “toda la creación bruta será entonces indudablemente restaurada, no solo al vigor, la fuerza y la rapidez que tenían en su creación, sino a un grado mucho más alto de cada uno de esos atributos de lo que alguna vez disfrutaron”.

Durante la mayor parte de mi vida viví en la ignorancia de no tener perros y me habría burlado de esos sentimientos (es tan típico del Homo sapiens considerar el cielo como su propio club exclusivo). Ahora espero que las amistades entre especies de tal intensidad no culminen en separaciones permanentes. Todo lo verdaderamente bueno en la vida debe dejar alguna huella eterna (humana o de una pata canina). Cuando no estoy llorando mientras duermo, siento una enorme gratitud por la existencia de un animal dispuesto a consolar a otro animal durante algunos de los días más difíciles de su vida. Todo sin esperar recompensa alguna, excepto una que otra oreja de cerdo seca.

En las relaciones humanas, la presencia transformadora del amor vale la inevitabilidad del dolor. ¿Pueden los perros realmente amar? La ciencia podría negar que la especie posea emociones tan complejas. Sin embargo, sé que los perros pueden actuar de manera amorosa y proporcionar consuelos amorosos. Lo cual es todo lo que en realidad sabemos sobre lo que los simios lampiños pueden gestionar también en cuanto al amor.

Es por eso que yo —que alguna vez consideré a los perros sucios y peligrosos— he decidido nunca más vivir sin uno. Esto condujo al regalo que me dio mi amable esposa: Jack, la bola de pelos bichón habanero. Tras mis tristes encuentros con la mortalidad, necesitaba una nueva vida en mi vida. Y Jack es la vivaz encarnación de la alegría inocente. Despertar el día de su llegada fue como la Navidad cuanto tenía nueve años.

Tras un breve encuentro, puedo decir que Jack es el mejor perro del universo. Durante su primera noche con nosotros, durmió unas ocho horas en la jaula de nuestro dormitorio. Hubo algunos quejidos de protesta por extrañar su viejo hogar, pero mi voz los acalló rápidamente. Se quedó tranquilo al saber que yo estaba cerca. ¿Por qué un cachorro recién arrancado de su hogar, su camada y sus padres depositaría una confianza inmediata en nosotros? Esto es algo que hace que el abuso de estos animales sea tan monstruoso. No es solo la expresión de la capacidad humana para la crueldad enfermiza, es la violación de una confianza otorgada con demasiada generosidad.

Existe un obstáculo a la hora de entrenar perros bichones habaneros. Cuando intentas inculcarles disciplina, emplean una ternura termonuclear que derrite cualquier intención de firmeza. Sin embargo, ¿qué otro objeto podrías llevar a tu casa que te haga sonreír cada vez que lo veas? Jack es un antidepresivo vivo, que ladra y orina al azar. Mejora la salud mental de todos los que se encuentran con él.

¿Que por qué aceptamos nuevos perros en nuestras vidas? Porque su alegría de vivir renueva la nuestra.

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