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Opinión del Lector

Otros Toledos

Juanjo Lakonich

Por Juanjo Lakonich

Cuando alguien menciona el apellido Toledo, la gran mayoría de los marplatenses piensan en los supermercados. Es entendible, porque desde hace décadas se han extendido por toda la ciudad y la región de la mano de su patriarca. Pero hay otros que recordamos con enorme cariño y reconocimiento a una mujer que nada tiene que ver con la cadena y que dio verdaderas lecciones de lucha y perseverancia. Estoy hablando de Nenona de Toledo, quien se llamaba María Luisa Turon, y del mismo modo que otras mujeres representativas de los organismos de derechos humanos, se hicieron conocidas por los apellidos de sus hijos desaparecidos, en una rémora del patriarcado.

Fui testigo cercano de su caminar infatigable en la búsqueda de justicia gracias a la amistad y militancia que compartí con Alberto Toledo, el menor de sus hijos varones, quien la acompañó durante treinta años en la organización Familiares de Detenidos Desaparecidos. Nenona era de pequeña estatura, de hablar bajito y calmado, y fue empujada a la lucha política debido a que la dictadura le arrebató a su hijo mayor.

Hace unos días me encontré con Maribel Toledo, la única hija mujer de Nenona, quien me contó con detalles la historia de su mamá: “Ella fue la única hija de una directora de escuela y de un empresario gastronómico exitoso, que se radicaron en Mar del Plata a fines de los ´30, cuando ella tenía solo diez años. Conoció a mi papá, y después de un tiempo se fueron a vivir a San Isidro, y desde allá mi mamá se separó y regresó a la ciudad con cinco hijos a cuestas en 1964. Nos crió prácticamente sola. Hacía maquillaje para novias y cuando nos llevaba y traía de la escuela en su Renault Gordini, cargaba a nuestros compañeritos, y ahí se le ocurrió hacer de chofer. Se compró una Estanciera y después una Combi para trasladar chicos. Fue la primera mujer transportista escolar de Mar del Plata. Después vendió seguros y fue mucama de hotel; es más, cuando se llevaron a Bocha ella trabajaba en un hotel y ahí siguió varios años más. Fue una auténtica emprendedora.”

El Bocha Toledo fue el mayor de sus hijos y con veintitrés años era estudiante de tercer año de psicología, estaba casado y no llegó a ser papá en ejercicio porque fue secuestrado de su casa seis meses antes del nacimiento de su hijo Ulises. Había hecho artesanías en cuero y en metal, y en el último tiempo trabajaba como albañil con su suegro.

Maribel brinda los detalles que pudieron reconstruirse muchos años después: “Bocha era mi padrino, y era muy compinche de todos nosotros. Jugaba al básquet en el Club Unión. Militaba en la JUP, pero creemos que no integraba ninguna organización, aunque seguramente colaboraría, porque la mayoría de sus amigos eran montoneros, entre ellos Raúl del Monte, alias el Pájaro, a quien conocía de la adolescencia. La patota lo fue a buscar en diciembre del ´76 porque supieron que Bocha le había dado refugio semanas antes en su casa del barrio la Florida. Lo llevaron herido a La Cueva, el centro clandestino de detención que funcionó en la Base Aérea de Mar del Plata, y luego de amenazarlo con su mujer embarazada y de torturarlo, supimos que a la semana lo desaparecieron. Y ahí empezó la lucha de mi mamá”.

Como tantas mujeres de los organismos de derechos humanos, Nenona pasó de la noche a la mañana a recorrer comisarías, y después comenzó a viajar a Buenos Aires. “Es lo que más he admirado de ella. Porque en mi casa, antes de lo de Bocha, no se hablaba de política, pero ella pasó a ser una militante, resolvía cuestiones, organizaba. Abrió su cabeza, mirá que ella venía de una familia de alcurnia francesa, donde nadie nunca se había metido en nada”, cuenta Maribel. Y agrega: “Durante años la eligieron como representante argentina en FedeFam, la organización latinoamericana. Y viajó muchas veces a la OEA, a la ONU, se reunió con Alfonsín, con otros presidentes y jefes de Estado. Aún tengo guardado el kufiya palestino que Yasser Arafat se quitó de su cabeza y anudó a la de mi mamá. Redactó con otros compañeros el documento que presentaron a la ONU, señalando que la desaparición forzada es un crimen de lesa humanidad”, recuerda orgullosa.

“Mis dos hermanos mayores hicieron lo que pudieron. Uno se fue a recorrer el mundo durante años, y el otro ayudaba un poco en lo cotidiano sin querer figurar. Yo, desde mis catorce años, empecé a acompañarla a distintas reuniones, y después del ´83 fue Alberto quien más se comprometió con la militancia en los organismos. Organizamos durante muchos años los famosos Festivales por la Vida y la Libertad en el mes de febrero en Mar del Plata, donde participaban solidariamente todos los artistas que andaban dando vueltas por la ciudad.”

Recuerdo haber sido invitado por Alberto al cumpleaños ochenta de Nenona. Fue una bella manera de homenajearla que encontraron sus hijos. Allí nos dimos cita muchos que habíamos acompañado cientos de reclamos y movilizaciones. Porque Nenona estaba siempre e iba a cuanto lugar la invitaran, sin importarle ninguna otra cosa más que hacer flamear las banderas de memoria, verdad y justicia, más allá de otras posiciones más ideologizadas. Su postura era esencialmente humanista. Ese día, la mimamos y le agradecimos por tanto. Como dijo una vez Mario Benedetti: “No sé qué les debemos, pero eso que no sé, sé que es muchísimo.”

“En esa época, ella había tenido algunos episodios donde su memoria había empezado a fallar un poco. Y eso fue avanzando, pero nunca se olvidó que tenía un hijo desaparecido. Es más, en los últimos tiempos solía decir que Bocha se sentaba a los pies de su cama y que se ponían a conversar”, relata Maribel.

El paso del tiempo fue injusto con Nenona, afectando su memoria pero no tanto, porque tenía bien presente los recuerdos amorosos e íntimos que más marcaron su vida. O quizás, habría que precisar que tenía el deseo de que esos recuerdos hubieran existido. Y eso la siguió alimentando hasta que su cuerpo dijo basta.

“Lo que más le agradezco fue que a pesar de todo el dolor que ella cargaba, ella nos cuidó para que los cuatro hijos más chicos tuviéramos una adolescencia normal. Mirá, hasta me acuerdo de haber salido a festejar el mundial ´78. Ella ponía mucho amor y humor en la casa, y nunca dejó de ser nuestra mamá”, cuenta Maribel con una sonrisa. “Y eso que teníamos un auto vigilándonos en la puerta de casa. A veces escuchábamos desde adentro que decían: Ya está el paquete en la casa cuando llegaba mi mamá”.

Nenona falleció a los ochenta y ocho años, en febrero de 2017. Ese mismo año, en septiembre, partió Alberto con solo cincuenta y seis, luego de una delicada intervención quirúrgica. Muchos pensamos que se fue al más allá para acompañarla y quizás, poder reunirse con el Bocha, quién sabe. Si llegara ser así, deben andar los tres juntos dejando testimonio irrebatible ante algún ser celestial de que el terrorismo de estado existió. Del mismo modo que lo seguimos haciendo por acá quienes empecinadamente no olvidamos, aunque algunos trasnochados negacionistas en estos días pretendan hacer de cuenta que nada pasó.

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