Por Claudio Scaletta
El país asiste a un derrumbe récord de la producción, tanto en velocidad como en intensidad, con muchos sectores de la economía cayendo a una tasa interanual de dos dígitos. El descalabro en la actividad tiene su correlato en la recaudación real, que en enero cayó 11,6 y en febrero un impresionantes 17,4.
Uno de los caballitos de batalla simbólicos de La Libertad Avanza en tiempos de elecciones fueron las explosiones. En los actos de campaña no se prometió el advenimiento de la alegría, como en tiempos de sus primos hermanos macristas. No se llenaron los escenarios de globos de colores, sino de pantallas de videos con detonaciones. El mensaje era claro: “Volará todo por los aires”. Hay una buena noticia, la promesa votada por una mayoría de connacionales se está cumpliendo. Y no solo se están volando las funciones más esenciales del Estado, sino también la economía real, la producción.
En lo que va del gobierno de Javier Milei se asiste a un derrumbe récord de la producción, tanto en velocidad como en intensidad, con muchos sectores de la economía cayendo a una tasa interanual de dos dígitos. Increíblemente, los economistas profesionales discuten sobre “la forma” que tendrá la recuperación, si en U, si en V, o en L inclinada, cuando en rigor no existe dato alguno que permita vislumbrar el cambio de tendencia, el punto de inflexión, más allá del deseo de que la mala teoría funcione.
No es lo más divertido, pero repasemos algunos números para que quede claro de lo que hablamos: la actividad económica, que es lo que importa, empezó 2024 con una caída interanual en enero del 4,3 por ciento (-1,2 contra diciembre). Las razones principales fueron las contracciones de la industria, el comercio y la construcción. Siempre en el primer mes del año la industria cayó el 12,4 por ciento interanual. Según se detalla en un informe reciente de la consultora Audemus, 14 sobre 16 sectores industriales mostraron caídas, entre las que se destacaron las bajas en maquinaria y equipo (-33,5 por ciento), automotriz-autopartista (-12,4), metálicas básicas (-19,3), químicos (-12,1), muebles y colchones (-24,6) y equipos y aparatos electrónicos (-32,5). En el primer binmestre del año, los patentamientos de autos cayeron un 45 por ciento y tres automotrices, General Motors, Renault y Toyota, anunciaron recortes en la producción y la últimas dos también planes de retiro voluntario. Los despachos de cemento, con 689.425 toneladas, cayeron 23,4 por ciento interanual y registraron el peor volumen para un mes de febrero desde 2006. En conjunto, las ventas de insumos para la construcción, medidas por el índice Construya, bajaron un 26,6 interanual en febrero y están lejos de encontrar su piso. Finalmente, la producción de acero crudo, con 323.600 toneladas, descendió 9,7 por ciento interanual, siempre en el segundo mes del año. Como es característico de la economía local, solo se salvan de la caída del ciclo unas pocas actividades exportadoras. Como siempre el agro, que se recupera de la sequía de 2023, los hidrocarburos y la minería, estos últimos dos todavía con escaso volumen como para tirar de la demanda interna.
El problema es que el descalabro en la actividad tiene su correlato en la recaudación real, que en enero cayó 11,6 y en febrero un impresionantes 17,4. El perro del déficit, el indicador más procíclico que existe, siempre se muerde la cola. La confiscación del ingreso de jubilados y trabajadores estatales parece no alcanzar. Con esta trayectoria no habrá motosierra que alcance.
La vulgata libertaria, que es en realidad una vulgata del neoliberalismo tradicional, es decir la vulgata de la vulgata, está convencida que para bajar la inflación lo que se necesita es destruir medios de pago y provocar una recesión violenta. Su creencia es que la suba generalizada de precios se combate reduciendo la cantidad de dinero y destruyendo la demanda. Sobre esta base se pueden adelantar otras dos “buenas” noticias: licuadora y recesión redujeron los medios de pago y la destrucción de ingresos, junto con la caída del gasto público, dinamitaron la demanda. El resultado es la presente recesión sin precedentes. Estos hechos permiten adelantar que sin apuro, antes o después, la inflación efectivamente bajará, pero el nuevo escenario no contará solo con relativa estabilidad de precios, sino que cuando se llegue allí se estará en el mar muerto, en el centro mismo de un inútil e innecesario mar de dolor social. Basta recordar que la economía argentina llegó a tener inflación negativa. Fue a fines de los ’90 y comienzos del nuevo siglo, luego de una recesión de tres años. Lo decimos de nuevo, la alta inflación sostenida es una desgracia que afecta seriamente las relaciones económicas y la vida social. Por ello debe combatirse y nunca desdeñarse, pero la inflación es un efecto de otros problemas, no una causa. Provocar una recesión dura para que los precios frenen es el equivalente económico de matar al paciente para curar un cáncer.
Debe recordarse que uno de los objetivos principales de la política económica es la conducción del “ciclo económico”. El “ciclo” es simplemente el recorrido en el tiempo de la evolución del PIB, es decir la evolución del total de lo que la economía produce, llevar a la economía por un sendero de crecimiento. Se supone que conducir el ciclo es regular la velocidad de la expansión para que sea sostenible y también evitar el daño de las contracciones o salir de ellas. Esta intervención es fundamental en términos de mayor o menor bienestar de la población porque la contrapartida de la producción son los ingresos del trabajo y el capital, es decir el salario y la ganancia. Los números importan porque importan las personas. El objetivo de conducir el ciclo es el bienestar de quienes van a bordo del barco de la economía.
La secuencia es que la caída de la producción significa caída de los ingresos, con prescindencia de su distribución, y el derrumbe de la demanda. El surgimiento de la escuela keynesiana, más allá de la riquísima discusión teórica que aportó a la ciencia (y que sus discípulos continúan aportando), se produjo precisamente como respuesta a la necesidad de salir de las recesiones, un serio problema del funcionamiento del capitalismo de los años ’30 del siglo XX (y no solamente). El rechazo (y desconocimiento) de las huestes libertarias a esta corriente de pensamiento y, en consecuencia, a sus recomendaciones de política, permite entrever que la recesión en curso será bien larga. No se vislumbran cuáles podrían ser los componentes de la demanda agregada (consuno, inversión, gasto y exportaciones) que impulsarán la recuperación una vez que se haya tocado el fondo del pozo de la actividad.
Otro detalle “keynesiano” que debe agregarse al análisis es que el “efecto multiplicador” del movimiento de cualquiera de los componentes de la demanda, también aborrecido (desconocido) por la vulgata plus libertaria, opera también potenciando las recesiones, es decir, el multiplicador (¡y el súpermultiplicador!) trabajan en las dos direcciones: expandiendo y contrayendo. La previsión, en consecuencia, es que en lo que queda del año la economía local experimentará “el efecto multiplicador del derrumbe de la demanda”. Solo queda ajustarse los cinturones, el viento de frente será muy fuerte y convendrá no quedarse a la intemperie.