Por Esther Díaz
Se sobrevalora la fortaleza física sobre los demás componentes de la persona. Pero, ¿acaso alguien sabe la cantidad de factores no perceptibles que sostienen un cuerpo vivo? La atleta olímpica y el músico que todavía está internado y grave después de un disparo policial comparten los efectos de una biopolitica desequilibrada que no ve más allá de la eficiencia de la máquina capitalista.
Una atleta olímpica se autodeclarada incapaz de competir y se retira de cinco pruebas en pleno certamen para cuidar su salud mental (luego retoma, pero hubo otros abandonos con argumentos similares). Un enfermo de adicciones descontrolado es “socorrido” por un policía armado, lo contiene con un disparo a quemarropa que le destroza las vísceras. Hechos aislados entre sí que aparentemente no tienen nada en común. No obstante, están conectados por algo que les atraviesa: una biopolítica desequilibrada.
Se sobrevalora la fortaleza física sobre los demás componentes de la persona. Pero, ¿acaso alguien sabe la cantidad de factores no perceptibles que sostienen un cuerpo vivo? Las corporalidades representan el soporte físico tangible de la inmensa pluralidad que nos constituye. Lo que es pasión en el cuerpo es necesariamente pasión en el alma. Son una misma. Se concibe ya bajo el atributo del pensamiento, ya bajo el de la extensión, según Spinoza. Extensión es cuerpo; pensamiento, incorporales. Intelecto, obsesiones, sensaciones, vibraciones, pasiones, anhelos, espectros, marcas psíquicas, expectativas, temores. Incorporales reales entretejidos en la materia.
Cuando el caudal inmaterial que nos conforma se reduce a destreza física o a violencia sobreviene el caos. Todo se prepara para las lesiones corporales, ¿y las emocionales? La delegación olímpica argentina, por ejemplo, no llevó especialistas en psicología del deporte. Un vistazo a las instituciones deportivas de elite, por un lado, y a las de seguridad, por otro, demuestra que comparten supuestos: el rendimiento corporal. Se depende exclusivamente de la materialidad, en el deporte. Se apela prioritariamente a la violencia armada, en las fuerzas de seguridad.
Citius, altius, fortius. “Más rápido, más alto, más fuerte”, es el lema de los juegos olímpicos (modernos). El compositor John Williams lo toma como lírica para la música oficial de los juegos Tokio 2020. Representa la voluntad de poder que palpita en la competencia.
Que esas tres palabras en latín sean las únicas que articula el coro denota una aguda veta conceptual en la sensibilidad de Williams. Una sutil manera de señalar que espíritu, emotividad e intelectualidad se eliden en las olimpiadas contemporáneas. Las corporaciones no le brindan espacio a los incorporales; pero aparecen como diablillos cuando la presión se hace sentir. La angustia abismal en la mirada de Simone Biles, cuando en 2020 sus movimientos tartamudean, lo dice todo.
Retomemos la comparación con las fuerzas de seguridad y su lema de fuerza física extrema. Policías con una instrucción distorsionada se obnubilan con el gatillo fácil. Son vientres alquilados por demonios (que no solo aterrorizan atletas). La pistola -mortal o taser- es la solución de los violentos, la de los sabios es la educación, el señalamiento de criterios de demarcación, entender mínimamente los límites que separan la formación de un represor de la de un experto en salud mental (donde habría que haber pedido urgencia psiquiátrica, se pidió ambulancia común y policía).
Los acontecimientos que priorizan la materialidad siguiendo los dictados del capitalismo acumulativo, devuelven la imagen extrema -pero no inexacta- de una dinámica que involucra a los grandes fenómenos políticos culturales de nuestro tiempo. La multiplicidad de matices que conforman una subjetividad reducida a destreza física o violencia real ostenta una negación de los inmateriales que afectan y conforman lo físico. Son cuerpos intangibles o sin órganos, pero producen efectos y afectos. "Las armas que desgarran los cuerpos forman sin cesar el combate incorporal. Los cuerpos, al chocar, al mezclarse, al sufrir, causan en sus superficies acontecimientos que no tienen espesor, forman entre sí una trama en la que las uniones manifiestan una cuasi-física de los incorporales, señalan una metafísica", dice Foucault en Theatrum Philosophicum.
La institución deportiva dio un giro esperpéntico, vació de contenido el espíritu gimnástico. En la formación de los olímpicos griegos todas las manifestaciones creativas intervenían. Los gimnasios impartían destreza física, filosófica, musical y poética. El deporte dialogaba con la filosofía. Una conferencia de Heródoto sobre historia era tan atractiva como un juego de pelota entre adversarios. Intelectuales, deportistas, artistas y maestros de ética se formaban al mismo tiempo en cuerpo y alma. La destreza física era una más de las expresiones, pero no la única. Hoy, el equilibrio perdido produce monstruos. Nadie sale indemne de la presión ejercida sobre los cuerpos sin considerar los sentimientos, la disposición psicosociológica y los objetivos valiosos de la salud integral. Vida no es solo cuerpo, de hecho, al morir, el cuerpo sin incorporales no sirve para nada.
Las gimnastas que después de ingentes esfuerzos abandonan las competencias de altísimo rendimiento (no solo olímpicas) desnudan las fisuras de las instituciones y de la cultura. El quiebre de la gran copa de cristal del éxito de lo corporal, sus excelencias y su decadencia. Esos cuerpos con frecuencia soportan abusos sexuales y de entrenamiento, falta de espiritualidad, ser usados como objetos de sexualización inmediata y mediática. Sin mencionar siquiera la presión inconmensurable de millones de personas pendientes de sus acciones y tan dispuestas a aplaudir como a criticar, a aclamar como a abuchear. Nos extasiamos viendo cuerpos con destrezas sobrenaturales que en algunos casos arriesgan su integridad y su vida, como los romanos se extasiaban viendo fieras devorando personas. El análisis del acontecimiento de la exacerbación tanshumana del cuerpo -en ciertas instituciones- y la naturalización de la violencia -en otras- requiere una estrategia crítica de la lógica capitalista, de la acumulación que alienta en las olimpiadas modernas (exhumadas en plena expansión del capitalismo de mercado a fines del siglo XIX). Exige una lógica que sopese el sentido y las heridas, los prejuicios y las afecciones, los abusos y los miedos. Habría que considerar los incorporales que componen y modifican a las personas y que, desatendidos, regresan como fantasmas y producen atletas cayendo sin control como aves heridas o policías desenfundando un arma ante un enfermo mental como si se tratara de un cowboy de Hollywood.