Por Edgardo Mocca
La idea de Milei y sus representados del poder económico está en riesgo. Es difícil pronosticar si la crisis -cercana al caos- que envuelve al elenco “libertario” conllevará el fracaso del proyecto. Son muchas y enormes las presiones.
El país vuelve a asomarse a la sensación de una crisis ingobernable. En esta ocasión la índole personal del presidente parece proveer las claves interpretativas de la situación. Milei es lo contrario del tipo de personalidad capaz de poner orden en el caos, porque su propia cabeza, su propia conducta, insinúan que lejos de proveer un rumbo de solución resultan parte de la explicación necesaria de la crisis. Haríamos mal, sin embargo, en reducir la explicación al hecho del triunfo electoral de este personaje, porque, aún aceptando la importancia que tiene su errática personalidad, quedaría pendiente la cuestión de cómo y por qué la sociedad argentina lo votó mayoritariamente. Y también de cómo y por qué una parte considerable entre nosotros sigue teniendo confianza en su persona.
Puede intentarse pensar la cuestión en clave de un antagonismo político. De la reaparición histórica de ese antagonismo, cuando en medio, e inmediatamente después del incendio político de diciembre de 2001, un nombre, el de Néstor Kirchner, surgió poco menos que de la nada como símbolo de una esperanza, como expresión de un camino cuya novedad consintió el resurgimiento de viejos legados y de viejos sueños que parecían definitivamente enterrados después de la experiencia del peronismo menemista y de la fugaz resurrección electoral del radicalismo con De la Rúa. En esos tiempos surgió una nueva configuración de la política argentina que volvió a animar sueños políticos que el pragmatismo neoliberal de los años noventa parecía haber sepultado definitivamente. En la dura crisis que hoy atravesamos, ese parecería ser el único capital histórico que debiera ser defendido: el de defender el derecho a pensar un país libre, justo y soberano. Ese es el centro neurálgico de estos tiempos: la disputa frente al regreso triunfante de la ideología de la resignación argentina, del consenso sobre la inevitabilidad de nuestra condición dependiente, atrasada y sometida.
Asistimos a la confluencia de una larga querella sobre nuestro lugar histórico con una nueva configuración mundial de la disputa ideológica: Milei es el nuevo nombre de una doctrina muy vieja en la Argentina. Solamente con repasar los discursos de Videla y de Martínez de Hoz alcanzaría para reconocer las señas históricas de esa herencia. Fracaso. Estatismo. Corrupción. Esos son los nombres con los que se ha identificado las razones del fracaso por parte de los personeros del poder oligárquico. Están en los fundamentos de los golpes militares de 1930, de 1955, de 1962, de 1966, de 1976. Están unánimemente exhibidos como prácticas corruptas, demagógicas y enemigas de la “inserción argentina en el mundo”. Las “novedades” de Milei ya fueron esgrimidas por Uriburu, Aramburu y Onganía. Cualquiera que quiera saberlo tiene muchas fuentes de las cuales nutrirse. El centro de sus ataques fue evolucionando sin cambiar su esencia: la “anarquía” (no la neoliberal sino la proletaria), la subversión apátrida, la corrupción de la política, la manipulación de fuerzas oscuras reveladas contra nuestra “esencia nacional”. ¿Cuál es entonces la novedad que trae Milei y la cohorte de corruptos que hoy aparecen a la luz del día después de que se empezó a iluminar su calaña real? ¿Es acaso el recurso pseudo religioso de su remisión a una voluntad “celeste” que ignora la historia tanto como ignora al código penal?
La enorme gravedad de lo que está ocurriendo, la oscuridad del abismo al que nos estamos asomando habilita una profunda reflexión colectiva. No es solamente un puñado de corruptos, cuyo árbol genealógico nos conecta con otras corrupciones (con las del gobierno de De la Rúa, con Cavallo, Menem y también con López Rega): es una casta, la de las clases económica y socialmente dominantes de la Argentina. La casta de los timberos financieros, de los apropiadores de las tierras de la pampa húmeda, de los expertos en las trampas contra el Estado (frecuentemente auxiliadas desde el interior del propio Estado). Esas castas han vuelto al gobierno de la Argentina ¡en nombre de la lucha contra la casta!
Estamos llegando -rápida e inexorablemente- a una nueva confirmación de las raíces del largo drama histórico nacional. Cristina puso en el centro la cuestión principal: lo llamó la “economía bimonetaria”. Si la crisis sigue evolucionando en la dirección de una crisis política nacional y en la imposibilidad de mantener este modo de dominación, sabremos que la expresión del “bimonetarismo” es un modo técnico de llamar a un modo de dominación histórico. Y que ese modo no puede localizarse en otro lugar que no sea el de la dependencia política respecto del país que sigue siendo -en medio de su visible e inexorable decadencia- la potencia que heredó el gobierno del orden mundial después de la segunda guerra mundial, es decir, de Estados Unidos. Para que el registro simbólico no deje lugar a dudas, hay que hacer un balance de los viajes de Milei. ¿Cuántos encuentros con Lula, con los mandatarios de Chile, Uruguay o Bolivia ha sostenido? Asistimos a una obscena escenificación del coloniaje: hasta los dictadores formados en las escuelas militares norteamericanas eran más disimulados.
Sin embargo, nuestra historia no tiene en su interior las claves de la victoria segura de estos planes. Son muchas las experiencias históricas que han mostrado su fracaso. Y el eslabón principal de la crisis no está en las internas palaciegas -atravesadas como están por casos de flagrante corrupción, como los que recorren el gobierno de Milei- sino en la incapacidad que tiene el proyecto imperial-oligárquico para satisfacer demandas básicas del pueblo argentino. El proyecto colonizador no es un fenómeno exterior a las condiciones de vida, de trabajo, de educación y a los proyectos de futuro de hombres y mujeres que habitamos este suelo. Y el tratamiento parlamentario de los proyectos de entrega del país al nuevo proyecto neocolonial que encierra el llamado RIGI es un test fundamental. La idea de Milei y sus representados del poder económico está en riesgo. Es difícil pronosticar si la crisis -cercana al caos- que envuelve al elenco “libertario” conllevará el fracaso del proyecto. Son muchas y enormes las presiones que se ponen en juego. Pero el solo hecho de las enormes dificultades que atraviesa el intento parlamentario, permite saber que no es un proyecto sólido, sostenido en mayorías firmes y convencidas sino una aventura de grandes consorcios financieros que confían en su capacidad extorsiva y en el poder de fuego del gran capital y sus siervos del sistema mediático.
Para quienes llevamos décadas viviendo en este país y sufriendo sus avatares, no queda duda de que estamos en un tiempo histórico crítico. Y que el problema central no es la salud psíquica del presidente (cuya debilidad es un hecho notorio) sino el comportamiento de la política. Queda tiempo para que la política democrática arregle las cosas y evite un nuevo estallido, que ningún argentino consciente y digno puede impulsar. Queda tiempo (poco) para que las personas que de veras son democráticas y liberales hagan pesar su opinión.
Telegram