Por IVANNA MADEO
Mucho se habla desde los feminismos hegemónicos que son las mujeres quienes ejercen principalmente las tareas de cuidados. Pero, ¿de qué mujeres se trata? ¿Qué tareas implica el cuidado? Queda muy corto, especialmente en este tema, realizar un análisis únicamente desde una perspectiva de género. Es necesario y urgente realizar un análisis desde una mirada interseccional que ataña al género, la raza y la clase para obtener mejores diagnósticos sobre las realidades que nos atraviesan.
Desde una perspectiva económica las tareas de cuidado son aquellas que se realizan cotidiana y sistemáticamente en todos los hogares y que al final del día generan valor en la sociedad. Limpiar, cocinar, cuidar infancias, personas mayores o personas enfermas son apenas algunas de las partes que componen la organización social del cuidado. Sin embargo, existen más dimensiones a considerar, más allá de la cuestión económica y de género. Ochy Curiel -Doctora en Antropología social y feminista decolonial antirracista- complejiza el análisis en la entrevista publicada en Negrx incorporando la variable racial, y afirma: “Creo que si solo vemos género en analizar el cuidado hay cuestiones importantes que se nos quedarán por fuera. Por ejemplo, hay hombres que son negros, que son populares, que son indígenas que están trabajando en edificios, cuidando un edificio completo y están haciendo trabajo de cuidado u los hombres que están labrando la tierra, que también es trabajo de cuidado”. La variable raza es insoslayable. Estos trabajos de cuidado son desarrollados en su mayoría por personas racializadas. En su mayoría, mujeres racializadas.
Según el informe “El trabajo doméstico remunerado en América Latina y el Caribe, a diez años del Convenio núm. 189” realizado en 2021 por la Organización Interamericana del Trabajo, el empleo de casas particulares es la principal forma de ocupación de las mujeres de sectores populares, siendo el más precarizado, con la menor tasa de registro y con los salarios más bajos del mercado laboral. Ahora bien, pensar el por qué de esta situación implica contemplar necesariamente un enfoque histórico. La modernidad instaurada a partir del siglo XV con la conquista de América y la trata trasatlántica de personas esclavizadas fue la base sobre la cual se cimentó el sistema-mundo y en consecuencia, la división racial del trabajo. Parafraseando al intelectual peruano Anibal Quijano, en base a la idea de raza se otorga legitimidad a las relaciones de dominación impuestas por la conquista, a partir de las cuales se formaron las identidades y las relaciones sociales asociadas a las jerarquías, lugares y roles sociales correspondientes como constitutivas de ellas.
Este orden se mantuvo a lo largo de todo el período colonial, se institucionalizó en el periodo de conformación de los estados modernos/oligárquicos y tiene vigencia en la actualidad. Lo que comienza con la conquista de América toma cuerpo estatal para garantizar los mecanismos de dominación y control del trabajo con la intención de sostener un modelo económico de explotación completamente desigual.
A propósito del Día Internacional del Trabajador, y cumpliéndose 170 años de aquel 1 de mayo de 1853 en el cual fue sancionada nuestra primera Constitución Nacional, vale iluminar ciertas continuidades.
El Artículo 15 de la Constitución Nacional estipula que “En la Nación Argentina no hay esclavos; los pocos que hoy existen quedan libres desde la jura de esta Constitución; y una ley especial reglará las indemnizaciones a que dé lugar esta declaración”. Ahora bien, en la actualidad existe un plan llamado “Registradas” lanzado por el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidades en el cual el Estado nacional paga el 50% del salario de la trabajadora de casas particulares durante 6 meses, a cuenta del pago que realiza la parte empleadora. En otras palabras, el mismo Estado que en el siglo XIX en su Constitución Nacional anuncia el fin de la esclavitud pero indemniza a los propietarios de personas esclavizadas, hoy financia a los contratantes de empleadas del hogar como incentivo para la formalización. ¿Casualidad o continuidad? Salvando la enorme distancia que merece y dejando bien explícito que la peor de la informalidad laboral no se compara con la experiencia de la esclavitud en América Latina, resulta ineludible reconocer que las consecuencias son actuales y que siempre recaen sobre los mismos cuerpos.
A la hora de analizar las tareas de cuidado y el trabajo de casas particulares, es necesario poner el foco principal en la interseccionalidad, análisis creado por los feminismos negros, que combina el análisis de género, de raza y de clase de manera simultánea: quienes realizan mayoritariamente tareas de cuidado son, efectivamente, mujeres. Pero no son todas las mujeres ni cualquier mujer. Sino que son las pobres, las indígenas, las negras.
Errar en los diagnósticos desde el Estado fomenta y perpetúa el racismo estructural porque a la hora de crear políticas públicas, se identifica erróneamente al sujeto damnificado. En el artículo 15 de la Constitución se elimina la esclavitud pero la indemnización va para el propietario de personas esclavizadas; en el plan Registradas se financia al empleador/empleadora utilizando el argumento del incentivo a la formalidad del sector, el cual aunque válido, no beneficia directamente a la trabajadoras de casas particulares (más que con la bancarización). Podría pensarse que más que un incentivo a la formalización, ese programa representa el interés de una clase social de autofinanciarse la mucama, pero seguramente eso sea muy mal pensado de mi parte. Seguramente quienes diseñaron esta política pública están colmados/colmadas de buenas intenciones, tanto como de ironía mi afirmación.
Mientras desde los feminismos blancos y hegemónicos se habla de techo de cristal y brecha salarial entre hombres y mujeres, desde los feminismos negros somos conscientes de que otras injustas realidades nos pasan por el cuerpo y entendemos lo solas que quedamos cuando aparte del genero, problematizamos raza y clase. Las mujeres racializadas no tenemos la misma relación con el trabajo que las demás mujeres. Mis hermanas y las mujeres de nuestras familias no sueñan con limpiar las casas de otras, con lavar su ropa, cocinar su comida y con cuidar hijos e hijas ajenos. Lo hacemos porque estamos en desventaja, y esas desventajas llevan acumuladas siglos y siglos. Es deshonesto no reconocerlo. Y también es deshonesto no reconocer las ventajas que tienen muchas personas gracias a nuestro trabajo (aun cuando esté registrado).
Me apropio de las palabras de la intelectual y activistas afroestadounidense Angela Davis “Proporcionalmente, las mujeres negras siempre han trabajado fuera de sus hogares más que sus hermanas blancas. El inmenso espacio que actualmente ocupa el trabajo en sus vidas responde a un modelo establecido en los albores de la esclavitud”. Así un nuevo 1° de mayo queda atrás y con él una sentencia, es necesario que las políticas de reparación y reconocimiento sean destinadas a los sujetos que históricamente han sido vulnerados en sus derechos y no sigan perpetuando inequidad racial y desigualdad social.
*Afroargentina, activista antirracista y militante del campo nacional y popular.